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Columna
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Sin tiempo que perder

Los demócratas aprovecharán los apuros de Cuba y Venezuela, causados por sus improductivos modelos y el endurecimiento punitivo de Trump, para ofrecer árnica a cambio de transformaciones constatables

Juan Jesús Aznárez
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, durante un acto de Gobierno en Caracas.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, durante un acto de Gobierno en Caracas.-- (EFE)

Aunque se ahorrarán la consulta al psiquiatra para desentrañar los impulsos de la anomalía presidencial saliente, Venezuela y Cuba atemperan el entusiasmo con la victoria de Joe Biden porque la revisión de las sanciones impuestas por la Administración republicana no será gratis, ni automático el regreso de la isla a la normalización diplomática con EE UU. Los demócratas aprovecharán los apuros de las dos naciones, causadas por sus improductivos modelos y el endurecimiento punitivo de Donald Trump, para ofrecer árnica a cambio de transformaciones constatables, sin la reiteración del juego de las simulaciones. La aversión estadounidense a los dos regímenes es bipartidista.

Hace ocho años, Ricardo Alarcón, entonces presidente del Parlamento cubano, fue franco cuando me confesó su idea de la democracia representativa: una ficción, porque usted es libre el día que vota, y a partir de ahí el representante actúa en su nombre y desaparece la libertad. No era el momento de debatir con el exmiembro del buró político del Partido sobre Rousseau y Locke, las nuevas formas de pensamiento respecto al liberalismo clásico, ni sobre las trampas del poder popular y la democracia participativa.

La derrota del abominable hombre de las mentiras introduce la oportunidad de negociar acuerdos sin gratuidades ni soluciones militares, proponiendo a Cuba su acceso a las ayudas de las instituciones financieras del sistema de Naciones Unidas si archiva la utopía marxista y el colectivismo, abandonado por Deng Xiaoping, en 1978, y por Mijaíl Gorbachov, en 1991. A la mayor de la Antillas cabe exigírsele una multiplicación de las libertades económicas y ciudadanas; al chavismo, elecciones presidenciales anticipadas creíbles, y a la oposición, la unidad que la condujo al triunfo en las parlamentarias de 2015.

Salvo que la jefatura bolivariana pretenda sobrevivir comprometiendo deuda y soberanía con China, Rusia, Irán y Turquía, tendrá que asumir la división de poderes y la pulcritud institucional. Las negociaciones concebidas para ganar tiempo caducaron porque tienen prisa. Cuba, que aventaja a Venezuela en materia gris y estructuración social, necesita divisas e inversiones para evitar los padecimientos de los años noventa, y Caracas, la excarcelación de los ingresos petroleros.

Cuba y Venezuela recuperan aliento y expectativas, pero el período de reflexión endilgado por Trump debiera llevarles al convencimiento de que los demócratas aprovecharán el castigo republicano para negociar su progresiva atenuación, amén de que siempre afrontarán la hostilidad de los poderes fácticos, en el Pentágono, el Tesoro, las agencias de espionaje y la alcurnia neoliberal, con vida propia al margen del Ejecutivo y el Congreso.

La conciliación con Estados Unidos atañe también al Grupo de Lima y a la Unión Europea, excepto que Venezuela y Cuba prefieran seguir escudándose en la épica antimperialista para justificar la hiperinflación del ajo, arriesgándose a que Trump regrese en 2024 y complete la demolición.

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