Madurez
En el fondo, no se trata de ser jóvenes o viejos sino de lo que uno ha hecho con el tiempo largo o corto que ha vivido
Entre las diversas zascas que ha recibido nuestro modesto vídeo “Viva el Rey”, algunas de las cuales han constituido una compensación jocosa a tantos desvelos, me ha llamado la atención por su insistencia el reproche de que muchos de los intervinientes somos viejos. ¿Será pecado? Es evidente la superioridad estética y cinética de los jóvenes, lo que en una época que prima la imagen y adora la velocidad no es poca ventaja. Pero en otros aspectos se suscitan más dudas. Mozart o Rimbaud podrían burlarse de las canas, ya que llegaron a la cima de su arte aún adolescentes, pero no parece el caso de nuestros críticos más conspicuos: al contrario, precisamente ellos deberían reverenciar la vejez porque con suerte y aprendizaje puede permitirles salir de la mediocridad... Los viejos solemos desagradar porque estamos escarmentados, lo cual subleva a quienes creen que el cumplimiento de su santísima voluntad es un derecho inalienable. Aún peor, hemos visto pasar a bastantes olas de jóvenes y por tanto no nos maravillamos ante los actuales, como quisieran los que suponen que el mundo empieza con ellos...
Pero el enemigo no son los jóvenes de verdad, sino sus achacosos imitadores que pretenden deslumbrar con la savia nueva de ideas a las que pueden aplicarse aquellos versos de Péguy: “Revoluciones más viejas que los tronos, / progresos más gastados que la vieja costumbre”. Entre la monarquía constitucional y el caos ellos se apuntan (retóricamente, claro) al caos, como si esa opción no tuviese un reguero sangriento detrás en la España reciente. En el fondo, no se trata de ser jóvenes o viejos sino de lo que uno ha hecho con el tiempo largo o corto que ha vivido. “La madurez lo es todo”, enseña Shakespeare. A ver si espabilan.
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