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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las dudas del PP

Casado debería mostrar un claro rechazo a los planes de Vox para España

Teodoro García Egea, Pablo Casado y Enrique López en la reunión del Comité de Dirección del PP en la sede del partido, ayer en Madrid.
Teodoro García Egea, Pablo Casado y Enrique López en la reunión del Comité de Dirección del PP en la sede del partido, ayer en Madrid.DAVID MUDARRA (EFE)

Casi dos años y medio después de la caída del Gobierno de Rajoy, el Congreso de los Diputados afronta esta semana una nueva moción de censura. Será la quinta de la democracia y la tercera desde 2017, otra consecuencia más de la fragmentación política, que ha permitido que nuevos partidos como Podemos, hace tres años, y Vox, ahora, alcancen fuerza suficiente (un 10% de los diputados) para promover esta iniciativa con el propósito de sustituir al Ejecutivo.

Las mociones de censura, incluso las condenadas al fracaso, pueden lanzar definitivamente una carrera política, como la de Felipe González en 1980, o hundirla para siempre, caso del olvidado Antonio Hernández Mancha, siete años después. Son apuestas políticas de riesgo: brindan oportunidades y al mismo tiempo están llenas de trampas. Lo peculiar de la moción de la extrema derecha que empezará a debatirse mañana es que la trampa no amenaza tanto al grupo que la promueve ni al Gobierno contra la que se dirige. La emboscada más bien parece concebida para el primer partido de la oposición.

La estrategia de Abascal es evidente. Su propósito es llevar al hemiciclo el espíritu de las caceroladas que se sucedieron la pasada primavera, con más estridencia que seguimiento popular. Agarrado a la bandera como si solo fuera suya, el líder ultra se erige en la voz de los que han hecho al Gobierno culpable universal de la pandemia y urdidor de un secreto plan bolivariano para España. En ese aspecto (el discurso desbocado) y en el resultado de la votación (amplísima derrota), la cita del Congreso resulta muy previsible. La incógnita principal es qué hará el PP, atrapado entre el ruido de las cacerolas y su condición de partido institucional; colocado en la tesitura de hacer seguidismo de Vox o de ser tachado de traidor con esa grandilocuencia de gesta medieval tan grata a su líder.

Por momentos, da la impresión de que Pablo Casado y la dirección del PP viven presos de una paradoja. Cuanto más repiten su manido propósito de ser una formación “sin complejos”, más dan la impresión de sucumbir al complejo de “derechita cobarde” ante Abascal. Por eso mismo, la moción abre un escenario inmejorable para que Casado se libre de prejuicios y demuestre que se puede hacer una crítica rotunda al Gobierno —los evidentes errores y contradicciones internas de este le proporcionan material— sin caer en un tremendismo que solo legitima el discurso de Vox.

La Constitución estableció que las mociones de censura son constructivas, es decir, que el Congreso no votará el simple rechazo al Gobierno de Sánchez, sino la aceptación del programa y el candidato que presentan la extrema derecha. Esa circunstancia convertiría en incomprensible cualquier decisión del PP que no fuese su voto en contra. Así lo ha expresado incluso alguien tan poco sospechoso de complacencia con el Ejecutivo como el expresidente Aznar. Es lo que harían las fuerzas del centroderecha de los grandes países europeos. Lo que están haciendo Angela Merkel, sin ceder un milímetro ante Alternativa para Alemania, o el conservadurismo francés desde hace muchos años frente a Le Pen y sus epígonos.

El PP no puede dar su aval, aunque sea mediante la abstención, a un hipotético Gobierno de extrema derecha, con todo su bagaje de intolerancia y desprecio a los hechos. Por el bien de la política española y del propio PP como gran partido de nuestra democracia.

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