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Columna
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Fuga de sesos

Nuestros representantes llevan años evitando tomar las dos medicinas amargas que nuestra sanidad requiere para sobrevivir: subir los impuestos y modernizar la gestión

Víctor Lapuente
Médicos Internos Residentes (MIR) se han manifestado frente al Departamento de Salud en Barcelona, el pasado 21 de septiembre.
Médicos Internos Residentes (MIR) se han manifestado frente al Departamento de Salud en Barcelona, el pasado 21 de septiembre.Albert Garcia (EL PAÍS)

Tenías 18 años y querías ser médico. Eras buena estudiante y entraste en la facultad de tus sueños. Sumando la carrera y el MIR, el Estado español invirtió casi un cuarto de millón de euros en tu formación. Pero luego te hartaste de contratos precarios y ahora son pacientes alemanes, británicos o noruegos los que se benefician de tus conocimientos.

No te fuiste por el dinero. Sí, cobras un 50% más, pero los impuestos y el precio de las verduras en el súper se comen gran parte del sueldo. Por cierto, cómo echas de menos la frutería de tu barrio en Madrid. Económicamente, en España estarías bien. Entre las guardias y un sobresueldo por las tardes en la privada, tendrías unos ingresos decentes. Pero conciliarías mal. Y vivirías peor. Atenderías a 80 pacientes por turno, en jornadas maratonianas con triatlones de guardias, en lugar de un paciente cada 20 minutos o media hora como haces hoy. Emigraste para cuidar de tus hijos y tus ojeras, no de tu cuenta corriente. Aunque se te parte el corazón cada vez que hablas con tus padres, sobre todo ahora que están a miles de kilómetros confinados de nuevo.

Y se te rompe el alma al pensar cómo un sistema sanitario considerado como ejemplar ha expulsado a tantos profesionales cualificados y está a punto de colapsar por segunda vez por la covid. España ha tenido durante años una de las sanidades públicas más eficientes y equitativas del mundo, gastando menos por habitante que los países de nuestro entorno y obteniendo mejores resultados, medidos en esperanza de vida o satisfacción de los usuarios con la calidad de las prestaciones. Además, a diferencia de lo que ocurre en muchas sociedades avanzadas, fracturadas por sangrantes desigualdades de salud, los españoles ricos y pobres coincidían en que sus necesidades médicas estaban fundamentalmente cubiertas.

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Esto era una combinación mágica para los políticos, cuyas bocas se llenaban de nacionalismo sanitario, pero trágica para los sanitarios, sobre cuyas espaldas recaía el coste del ahorro. Nuestros representantes estatales y autonómicos llevan años evitando tomar las dos medicinas amargas que nuestra sanidad requiere para sobrevivir: subir los impuestos (anatema para nuestra derecha) y modernizar la gestión (ídem para la izquierda). En sanidad hemos sufrido una fuga de cerebros, pero en política se nos han escapado los sesos. @VictorLapuente

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