_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Albertina

No se trata de sacar pistolas. Se trata, tanto en sentido recto como figurado, de salvaguardar la salud pública

Marta Sanz
Un hombre pasa al lado de la puerta del Centro de Salud General Ricardos ubicado en Carabanchel, Madrid.
Un hombre pasa al lado de la puerta del Centro de Salud General Ricardos ubicado en Carabanchel, Madrid.Ricardo Rubio (Europa Press)

Alberto fue alumno mío el año pasado. Le gusta Chirbes y me recomendó Rewind de Tallón. En marzo las clases presenciales se transformaron en virtuales. Alberto desapareció. Me interesé por él y me informaron de que era médico en el centro de atención primaria de Peña Prieta en Puente de Vallecas. Antes del verano, Alberto vino a verme a una librería de viejo, La subterránea. Aparentemente, habíamos superado lo peor. Él, a través de su mascarilla, me explicó que vivía en una calma tensa. Serenidad previa al tsunami. Me imaginé una de esas escenas en las que alguien dormita mientras los cables de la electricidad empiezan a cortocircuitar, se queman, comienza el incendio imprevisible. Alberto compartió conmigo su insatisfacción ante un trabajo que no se puede hacer bien porque no hay recursos. Antes de la pandemia, la sanidad en Madrid ya estaba precarizada por los recortes y privatizaciones de los últimos años.

Hoy vuelvo a preocuparme por Alberto y le pongo un correo. Él me da permiso para transcribirlo: “En mi centro de salud trabajan 12 médicxs, 10 enfermerxs, 4 auxiliares y 9 administrativos. Mi turno es el de tarde, de 14 a 21 horas, pero como hay que cubrir ausencias y yo soy un refuerzo a veces voy por la mañana: hago turno bisagra de 10 a 18... Ahora, con la vuelta al colegio, falta personal que pide excedencia para cuidar de su familia. En cada consulta vemos 60-70 pacientes por turno (el lunes pasado vi 100), entre llamadas y presencial. Tenemos que hacer visitas domiciliarias. Cada día uno de nosotros se ocupa de lo presencial con sospecha covid. Enfermería saca 45 PCR por la mañana y otras tantas por la tarde. También hemos estado haciendo las PCR de todos los contactos, porque salud pública no existe, hacemos rastreo, resolvemos problemas sociales... Hemos tenido que abandonar a nuestros pacientes crónicos. Compañeros y compañeras no pueden dormir, y se plantean —sobre todo los mayores— dejarlo. Yo manejo todos los días una ansiedad importante, porque Vallecas está abandonada y la gente está harta. Tengo la certeza de estar ofreciendo la peor asistencia sanitaria que he ofrecido nunca, y al mismo tiempo la seguridad de no haber trabajado nunca más, ni renunciado más a mi propia vida. (...) Es un relato amargo, pero es la realidad que vivo. Hace semanas, desde primaria se avisó de que nuestros pacientes de hoy serían los pacientes hospitalarios de mañana y los pacientes de UCI de la semana próxima. Hay una percepción de que la tragedia solo llega cuando se llenan los hospitales, y la misma percepción de que en primaria no se está trabajando porque los centros de salud están cerrados. (…) Y la Comunidad de Madrid sin haber contratado los rastreadores que habríamos necesitado, sin protocolos decentes, construyendo guetos… Hace ya tres semanas que la situación en Vallecas es insostenible. Esa línea no tan invisible que parte Madrid en dos nos tiene atrapados”.

Alberto debe de ser uno de esos “médicos sindicalistas” que atacan a una presidenta a la que deberíamos preguntarle cuál ha sido el destino de los millones de euros que el Gobierno central ha transferido a Madrid. No se trata de sacar pistolas. Se trata, tanto en sentido recto como figurado, de salvaguardar la salud pública. Yo, egoístamente, quiero que Alberto pueda descansar y volver a clase.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_