El baile de las siluetas
A nuestros dirigentes políticos les cuesta encarnarse y transmitir la mínima sensación de confianza que requiere una coyuntura dominada por la incertidumbre
“Cegados por la polémica, no vivimos entre los hombres, sino en un mundo de siluetas”. La frase es de Albert Camus (1948), pero es perfectamente aplicable a la política española que hace tiempo que perdió el pulso, dejando que el poder judicial se convierta en el primer poder del país.
Siluetas trazadas a golpe de mensaje comunicativo, a nuestros dirigentes políticos les cuesta encarnarse y transmitir la mínima sensación de confianza que requiere una coyuntura dominada por la incertidumbre. Y así las provisionalidades se prolongan, las resacas se eternizan y los debates empequeñecen. Hay dos modelos en curso en las gastadas democracias occidentales, el de la confrontación salvaje, la reducción de la política a la batalla frontal entre el amigo y el enemigo al modo Trump; y el de la extensión del espacio de cooperación en forma de alianzas de amplio espectro, al modo Merkel, sin concesión alguna a la extrema derecha.
La derecha española —resentida por su nada edificante salida del poder y nutriéndose de la inflamación del nacionalismo español frente a los desafíos del nacionalismo catalán— buscó con empeño la vía de la confrontación. Y, por si el independentismo no era enemigo suficiente, encontró en la satanización de Unidas Podemos —presentado como encarnación del chavismo al asalto del régimen— la coartada con la que legitimarse.
No fue suficiente. Sánchez se aupó sobre una mayoría que reunía a todos los fantasmas de la derecha. Una vez ha llegado, pasea su silueta de un lado a otro de la escena, como poseído por la fantasía de que puede meterlos a todos en el mismo barco, en nombre de las urgencias que nos esperan.
Todos se sienten demasiado débiles como para apostar fuerte por su propia carta. Y así una derecha en precario (con un sonoro acompañamiento empresarial y mediático) condiciona cualquier acuerdo a la exclusión de Podemos, al tiempo que los de Pablo Iglesias, cada día más integrados en el sistema, dan escasos argumentos para que puedan ser vistos como encarnación del mal.
El presidente Sánchez busca a unos y otros con la calculadora en la mano antes de presentar en sociedad una propuesta clara y concreta de partida. Hoy un guiño a la derecha, mañana un gesto de complicidad a Podemos, y de vez en cuando alguna señal a Esquerra Republicana para reengancharla, sin olvidar las caricias permanentes al PNV.
Un indefinido vaivén que asusta en un país abierto por los cuatro costados —economía, fractura social, desmadre educativo y resaca catalana (con el independentismo catalán devorándose en familia)—. Y así, ¿cómo tejer los grandes consensos imprescindibles?
Se necesitaría un pacto de reconstrucción económica, social e institucional, y estamos ante un baile de siluetas al borde del abismo, al modo de los danzarines de William Kentridge. Esperando algo tan prosaico como que los presupuestos determinen el destino de la legislatura. Levedad de la política.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.