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Columna
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Peligro: botellón

Muchos jóvenes se creen a salvo: pero contagiarán a sus mayores. Muchas familias confunden los lazos de sangre con la protección de la convivencia

Xavier Vidal-Folch
La Policía Local de Alicante interviene en un botellón.
La Policía Local de Alicante interviene en un botellón.Europa Press

Empieza a aflorar el coste anímico oculto del confinamiento. Tres meses largos con privaciones de todo tipo, en una sociedad abierta, interactiva y consumidora, acaban pasando factura. Es de una lógica aplastante, la de la olla a presión. Lo habían advertido psicólogos, sociólogos, agentes sociales. Pero el conjunto de la población, y sobre todo la dirigencia, apenas lo interiorizaron, apretados como estaban a las urgencias de sobrevivir y de orquestar la supervivencia.

Así que ahora surge lo que la excepcionalidad sanitaria mantuvo a raya. Los sanitarios protestan por la asimetría entre el elogio recibido y su rácana plasmación práctica, y reacciones similares apuntan entre otros colectivos tan encumbrados en los balcones y por la retórica oficial como mal tratados. Un sordo rumor de fronda social, machihembrada de desánimo, pesimismo y rabia a duras penas contenida, se percibe aquí y allá.

Y la expresión más conspicua —y más frívola— del malestar se fragua en forma de botellón juvenil, de barbacoa familiar y de arrechuchos indebidos en encuentros grupales. Muchos jóvenes se creen a salvo: pero contagiarán a sus mayores. Muchas familias confunden los lazos de sangre con la protección de la convivencia. Muchos grupos creen llegada la hora de soltarse.

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Y entre tantas pulsiones erróneas, la sagrada trinidad de la mascarilla, el gel y la distancia de dos metros hace agua. Es más, para muchos resulta con razón irritante que las Administraciones centrifuguen sus limitaciones, o su inoperancia, hacia la responsabilidad de la población. Si la única prevención eficaz es enmascararse, engelarse o distanciarse, se razona, ¿qué protección adicional procura la dirigencia?

Por eso urge que esta vitamine su legitimidad con mejor empeño y resultados tangibles. No es de recibo la brutal escasez generalizada de rastreadores, ni la incuria en preverlos. Ni la localizada reiteración de la penuria de sanitarios especializados en algunas localidades. Ni la reincidente falta de control en determinadas residencias, donde se gestan reinfecciones. Ni la sorprendente ruptura de la cadena de mando en algunos puntos: la Secretaría de Salud Pública de la Generalitat ha estado indolentemente vacante desde final de mayo ¡hasta anteayer!

Si los Gobiernos autonómicos —que prometían perfección al recuperar enteramente el bastón de mando— pretenden que se sigan sus recomendaciones, sobran cantinelas, retórica y elogios. Simplemente, den ejemplo. Cumplan su deber.

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