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Columna
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La franqueza del general

Harto de rodeos, Vladimir Padrino habló claro: las Fuerzas Armadas no permitirán que la calaña apátrida sea Gobierno

Juan Jesús Aznárez
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, y el ministro de defensa venezolano Vladimir Padrino participan en una ceremonia de promoción de miembros de las Fuerzas Armadas en el Museo Histórico Militar de Caracas, el pasado 2 de julio. 


02/07/2020 ONLY FOR USE IN SPAIN
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, y el ministro de defensa venezolano Vladimir Padrino participan en una ceremonia de promoción de miembros de las Fuerzas Armadas en el Museo Histórico Militar de Caracas, el pasado 2 de julio. 02/07/2020 ONLY FOR USE IN SPAINJhonander Gamarra/Venezuelan pre / DPA (Europa Press)

La sinceridad del general Vladimir Padrino es plausible, por clarificadora, cuando garantiza que la oposición nunca podrá ejercer el poder político en Venezuela mientras el Ejército sea antiimperialista, revolucionario y bolivariano, y la oposición, una pandilla de maleantes y politiqueros arrodillados ante Estados Unidos. Nunca, jamás en la vida. El ministro de Defensa corrigió su posgrado de Fort Benning sobre Operaciones Psicológicas y el manual Arte de la Guerra, que inspiró a Maquiavelo y aconseja ganar sin sangre, derrotando al enemigo con falsedades y mentiras. Harto de rodeos, Padrino habló claro: las Fuerzas Armadas no permitirán que la calaña apátrida sea Gobierno.

El discurso del jefe militar con motivo del Día de la Independencia debería agradecerse porque confirma que la Constitución bolivariana igual sirve para la democracia que para la dictadura, el Ejército es policía política con la Ley Orgánica de la Fuerza Armada, y la configuración de las legislativas de diciembre evitará que la oposición vuelva a ganar la Asamblea Nacional. El ministro no miente cuando afirma que en las filas antigubernamentales abundan los granujas y los politicastros, pero olvida la aglomeración de sinvergüenzas, habidos y por haber, en el chavismo. No harán faltan fusiles para impedir que la oposición alcance el poder: su fragmentación será suficiente. Comenzó durante los disturbios de 2014, cuando el patriciado de Leopoldo López y sus compañeros de radicalismo en la Universidad Católica Andrés Bello se imponen a los moderados de Henrique Capriles, que había perdido las presidenciales de 2013 por 233.935 votos y recomendaba perseverancia y auditorías, convencido de que Maduro ganó manipulando el recuento.

Al año siguiente, la Mesa de la Unidad Democrática obtuvo 112 de los 167 diputados de la Asamblea Nacional y comenzaron los encontronazos con el Gobierno, que movilizó al Supremo para crear estructuras de poder paralelas e inhabilitó a Capriles con una grotesca imputación. El ascenso opositor en las generales y legislativas alarmó al régimen, que acudió a las negociaciones de República Dominicana de 2018, arbitradas por Zapatero, para consensuar las presidenciales de ese año. Inesperadamente, la oposición alineada con la Casa Blanca se levantó de la mesa argumentado que no se daban las condiciones.

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Preparada por los equipos de Trump y López, la Operación Guaidó irrumpió poco después con los resultados ya conocidos. Hace dos años, el terreno electoral continuaba minado, con presos políticos y jueces obedientes, pero de haber intervenido la inspección de la ONU, establecida en el fallido acuerdo de Dominicana, la unidad opositora probablemente hubiera derrotado a Maduro. Los venezolanos han sido afrentados por el desgobierno y por las desavenencias de la oposición, más temibles que la filípica del general Padrino, que está en su derecho de reclamar una oposición antiimperialista revolucionaria y bolivariana. En eso andan. La negociación con los figurantes está muy avanzada.

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