Cita atípica
Los triunfos de Núñez Feijóo y Urkullu dejan también una lectura nacional
El País Vasco y Galicia han celebrado sus elecciones autonómicas reafirmando a sus respectivos Gobiernos. En tiempos de pandemia los electores no hacen mudanza, y esta parece ser la primera conclusión de unos comicios en los que gallegos y vascos se han decantado por la certidumbre y la estabilidad. La confianza otorgada a los Gobiernos de Iñigo Urkullo y Alberto Núñez Feijóo muestra a su vez la extrema dificultad de articular una verdadera alternativa política en Euskadi y Galicia.
Con su cuarta victoria consecutiva, Núñez Feijóo confirma la fortaleza de la hegemonía popular en la comunidad gallega, donde ha gobernado casi 33 años de sus 39 de autonomía. Parecida es la situación en el País Vasco, donde los 40 años de dominio del PNV solo fueron interumpidos por un breve paréntesis de Gobierno socialista. La nueva mayoría absoluta de Feijóo no permite plantearse otras aritméticas electorales, mientras que la lógica negativa del Partido Socialista de Euskadi a pactar con Bildu cierra la puerta a cualquier posibilidad de pacto alternativo que no incluya al PNV, teniendo en cuenta el interés del partido socialista de seguir contando con su apoyo en el Congreso.
Pero hay otras lecturas de los comicios. Los resultados de Podemos confirman un sonoro descalabro, llevándolo incluso a desaparecer del Parlamento gallego. Bildu y BNG parecen ser los partidos que crecen a costa de la debacle de la formación morada, mostrando a su vez la incapacidad del partido socialista de capitalizar la caída de Podemos y erigirse como fuerza alternativa con margen para ampliar su electorado en ambos territorios. Con todo, lo más llamativo es la constatación de la debilidad territorial de la formación de Iglesias que, apenas en 2016, parecía ser capaz de hilvanar alianzas de diverso tipo y disputar la hegemonía del PSOE. Casado, a su vez, recibe un potente mensaje. La amplia mayoría obtenida en Galicia quizá prefigure un cambio de rumbo estratégico, pues los resultados de Feijóo, apuntalados desde la mesura y el centro, indican el error de juicio de su actual estrategia de dureza, más preocupado por demostrar que controla el partido que por proponer políticas que tengan en cuenta la realidad territorial de España. Prueba de ello son los pésimos resultados en Euskadi, donde su apuesta personal por Carlos Iturgaiz y la coalición con Ciudadanos, no ha obtenido los frutos esperados.
La dirección nacional del PP insiste en articular su discurso en torno a su eje nacional clásico, secuestrado por su inquietud hacia un posible ascenso de Vox, un partido que, aún habiendo obtenido un escaño en Álava, no ha sido capaz de implantarse en la mayoría de las autonomías por su falta de discurso y estructura organizativa interna. Ciudadanos, por su parte, puede presentar los resultados como positivos, si bien la exigua representación obtenida quizá lo obliguen a reevaluar sus propuestas para el futuro, especialmente en Cataluña. Porque hay también lecciones en estos comicios para el independentismo. La victoria del PNV premia su pragmatismo y moderación, y lo confirma en el papel que tuvo la Convergencia de los 90: un partido con cintura, dispuesto a formar Gobiernos transversales y capaz de activar apoyos cruzados que permiten aflojar las tensiones nacionales.
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