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Columna
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El refuerzo de estar en el Gobierno

Tiene sentido pensar que en una campaña tan atípica quien tiene más capacidad de movilizar a los suyos es quien tiene más implantación territorial. Y, en eso, ya sabemos quién se lleva el gato al agua

Pablo Simón
Cartelería electoral del candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, a las elecciones gallegas.
Cartelería electoral del candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, a las elecciones gallegas.OSCAR CORRAL (EL PAÍS)

Las elecciones autonómicas vascas y gallegas tienen algunos puntos en común. De un lado, en ambos casos parece que estar en el Gobierno (autonómico) refuerza a los contendientes. Ya ningún sondeo pone en peligro la mayoría absoluta de Feijóo, como sí pasaba antes de la pandemia, y para Urkullu las proyecciones son ensanchar su mayoría. Del otro lado, los partidos de la oposición se acompasan al ciclo nacional, en especial en las izquierdas. El PSOE crece porque hoy sus siglas están más fuertes que en 2016, Podemos acusa desgaste porque hoy están algo más débiles (contenido en Euskadi, severo en Galicia). Finalmente, el regreso del BNG y la estabilidad de Bildu nos recuerdan cómo extrapolar de estas arenas al conjunto de España siempre será arriesgado porque ambos territorios tienen un sistema de partidos propio.

Ahora bien, el intercambio de votos en cada lugar es bien diferente. Según los sondeos preelectorales del CIS, el PP de Feijóo atraería hasta un 10% de los votantes del PSdeG de 2016 y sería el primer partido entre nuevos votantes y los que no votaron entonces. El candidato ha logrado consolidarse con éxito, mordiendo al centro y yugulando las amenazas a su derecha. Mientras, los socialistas crecen gracias a la descomposición de En Marea, que cedería un tercio de sus votantes a los socialistas y otro tercio iría en favor del BNG. Este último partido sería el que más crecería, mientras que la marca regional de Podemos parece que lucharía por el grupo propio.

En el caso del País Vasco, el éxito del PNV como “partido atrapalotodo” es incuestionable. No sólo arrebataría un 7% de votantes socialistas o de Podemos en 2016, sino que podría llegar hasta el 10% del PP o el 20% de Ciudadanos. Justamente, el pobre resultado de la coalición PP+Cs nos subraya cómo el PP nacional ha preferido sacrificar votos con tal de controlar la organización regional y hacer un abrazo del oso al partido de Inés Arrimadas. El PSE mejora relativamente, mientras que Bildu y Podemos permanecen estables. Probablemente esto último tenga que ver con su apuesta por un tripartito en el que los socialistas no quieren participar, lo que les ayudaría a retener votantes críticos con los jetzales.

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A raíz de las municipales francesas (sistema bien diferente del nuestro), muchas voces han alertado de que la abstención por la covid-19 puede descuadrar todos los pronósticos. Aunque la cautela es razonable, hay que recordar que la abstención también crece cuando las elecciones no son competidas, lo que a su vez se asocia a continuidad en los Gobiernos. Así, tiene sentido pensar que en una campaña tan atípica quien tiene más capacidad de movilizar a los suyos es quien tiene más implantación territorial. Y, en eso, ya sabemos quién se lleva el gato al agua.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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