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Columna
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A su suerte

Un 15% de los que han pasado por residencias teóricamente preparadas para ellos, se han dejado ahí el pellejo

Jorge M. Reverte

“Los ancianos quedaron abandonados a su suerte”.

La frase es tremenda sin necesidad de añadir a su significado ningún adjetivo. Y es de alguien que sabe de lo que habla, porque Antonio Burgueño ha sido técnico de la privatización sanitaria de Madrid y asesor de la presidenta, Isabel Díaz Ayuso, para la pandemia que aún nos ocupa. Burgueño tiene 78 años, lo que le convierte, además, en una posible víctima de una política que ha dejado España de forma prematura sin una buena parte de sus mayores.

Más de 20.000 de los 28.000 fallecidos por los ataques del virus han sido “mayores”. En menos de tres meses. En porcentaje, la cifra suena aún peor: más o menos, un 15% de los que han pasado por residencias teóricamente preparadas para ellos, se han dejado ahí el pellejo. Si nos metemos un poco, los pelos se van poniendo más de punta, porque un 15% de muertos es el equivalente a las pérdidas que sufrieron las unidades de choque más expuestas durante la II Guerra Mundial.

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Por ejemplo, la División Azul, unidad española de voluntarios que acudió al frente ruso en ayuda de los nazis entre 1941 y 1943, tuvo casi 5.000 muertos, lo que es una cifra muy alta, y supuso más de un 10% de los que fueron al frío para acabar con el comunismo. Pero ese porcentaje es mucho mayor entre los usuarios de las residencias, que ni eran voluntarios ni querían acabar con el comunismo.

No está de más ahora recordar la Semana Trágica de Barcelona, que tuvo lugar como reacción popular, y no solo anarquista, a la muerte de unos 200 soldados en el combate del Barranco del Lobo, en 1909. Ahora no se ha montado ni en Barcelona ni en Madrid, lugares donde han muerto más residentes, ningún motín popular contra Torra ni Ayuso. Hay una gente muy paciente en España.

Quienes estaban en las residencias no lo hacían voluntariamente, ni tampoco iban allí a acabar con nadie. Los familiares, en todo caso, no son culpables de esas muertes, sino víctimas de una política sanitaria que ha tenido su centro en la rapiña del céntimo ahorrado.

No ha habido disturbios callejeros en las grandes capitales españolas. Y todavía no hay nadie que esté amenazado con la cárcel.

España es un país de mansedumbre.

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