Sálvame de mí
Van a tener razón los mayas: el mundo se acaba
El sábado salí tarifando con un amigo de toda la vida. Amigo de los de pasar de hacer pellas juntos en el cole a veranear juntos con los críos. Tarifando de gritarnos cual energúmenos cenando en un sitio finísimo mientras la panda asistía a la pelotera con esa cara de entre trágame tierra y que no pare la fiesta que provocan las trifulcas ajenas. ¿Que de qué discutíamos? De lo único ahora mismo. De que si Sánchez si Casado si Iglesias si De Quintos si Simón si Illa si Ayuso. Ninguna novedad al respecto. Ambos sabemos de qué pie cojeamos desde antes de echar las muelas del juicio. Pero, no sé, sería el calor, las mascarillas, la euforia del desconfinamiento: quitamos refajos y soltamos por esas bocas todo lo que callábamos con tal de no tenerla. Y la tuvimos gorda. Como que, en un rapto de diva, tiré, dignísima, 50 pavos al aire para pagar mi parte e hice gesto de irnos mi orgullo y yo por la puerta un minuto antes de caer en que yo traía coche y debía dejar al otro en casa.
Lo mejor, con todo, vino el domingo, cuando me entero de que Belén Esteban y Jorge Javier Vázquez habían tenido similar gresca esa misma noche en Sálvame Deluxe a cuenta de quién ha sufrido más la gestión de la pandemia. Nada que no pase cada miércoles en la sesión de control al Gobierno. Total que, visto el panorama, bajé la testuz, escribí a mi íntimo disculpándome por las formas, que no por el fondo. El otro lo tomó por el fondo, que no por las formas, y quedamos tan amigos porque nos queremos como uña y uñero, aunque se jodan vivos. No pienso perder ni un afecto por este asunto. Ya me explicarás cómo vamos a sobrevivir si no a este verano sin piscinas ni verbenas. Dicho esto, me tiro a las rebajas de Zara. Antes, ya podía acabarse el mundo que Amancio Ortega no bajaba un euro hasta el 1 de julio. Pero eso fue antes del virus. Ya ni esa certeza queda. Van a tener razón los mayas: el mundo se acaba.
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