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Columna
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‘Equidistonta’

Como demócrata, corres el riesgo de que te roben palabras —libertad— y utilicen contra ti armas que tú nunca utilizarías por sentido cívico

Marta Sanz
Manifestación convocada por Vox en Talavera de la Reina el pasado 23 de mayo.
Manifestación convocada por Vox en Talavera de la Reina el pasado 23 de mayo.Manu Reino (EFE)

El miércoles, después de 77 jornadas, nos pusimos la mascarilla y fuimos a ver a mis padres. Subimos seis pisos andando para no someternos a la carga viral del ascensor. No nos abrazamos. Nos reímos con los ojitos. Tomamos cerveza y patatitas. Mi padre nos enseñó un collage: Marxterchef. Poesía visual y juegos de palabras descubren y construyen realidad. La ultraderecha española aporta creaciones hilarantes: “lesboterrorista” o “terrorista” a secas para designar a antifranquistas. Las y los demócratas pensamos que, para conciliar sensibilidades ideológicas, hay que respetar la etiqueta, aunque esa práctica a veces conduzca al error de creer que todo el mundo es el mismo mundo sin atender a los valores: no son equiparables fanatismo y libertad de pensamiento, subrayado de la distancia de clase o búsqueda de la igualdad, explotación y cooperación, individualismo y solidaridad, caridad y reparto justo, competitividad y cuidados, monólogo y conversación... La urgencia de entendernos nos llevó a olvidar, lotofágicamente, que quizá la equidistancia es un concepto inventado desde un poder, siempre idéntico a sí mismo, para blanquear el horror: dijera lo que dijera la ley de amnistía, Marcelino Camacho y Billy el Niño no eran iguales. Si la democracia española no se hubiese mostrado equidistante respecto a desaparecidos y desaparecidas durante la Guerra o a la tortura franquista, hoy en las manifestaciones de Vox no escucharíamos “Soy apolítico, no facha”; no nos refocilaríamos en una perturbada idea de patria —cornamentas de ciervos exhibidas en terrazas con bandera—; no acumularíamos nostálgicos en las fuerzas de seguridad, y en el Parlamento no se oirían acusaciones de terrorismo en boca de parlamentarias que no calificaremos para no entrar en la verdulería del odio. Es difícil establecer argumentario y practicar el arte de la política, cuando lo que se oye son descalificaciones personales, bulos y retorcimientos de la Historia. Como demócrata, corres el riesgo de que te roben palabras —libertad— y utilicen contra ti armas que tú nunca utilizarías por sentido cívico. No podemos confundir mentira con libertad de expresión. La izquierda hizo posible la democracia con su lucha antifascista, pero también con su acaso equivocada generosidad conciliadora. De aquellas lluvias y de la pobreza, económica y moral, enquistada en el neoliberalismo, llegan estos óxidos, nacionalcatólicos y fachas, fertilizadores de huevos de serpiente.

Este Gobierno está afrontando una hecatombe de dimensiones impensadas con la herencia de una sanidad pública capitidisminuida por políticas de derechas. Este Gobierno no roba, no hace contratos raros, no cobra comisión. No es medularmente corrupto como lo fueron los Gobiernos del PP. Asisto cada día al espectáculo de la deslealtad de una oposición que calumnia, aviva el incendio y no reconoce errores; esa ideología, que dicen no tener, no les permite arriesgar sus beneficios: la presidenta de Madrid afirma que necesitamos inversiones, no subvenciones. Esa lógica precarizó la sanidad madrileña. Las personas de izquierdas deberíamos hacer valer nuestros neologismos, acrobacias verbales y otros iluminadores juegos de palabras: ser equidistante no es lo mismo que ser equidistonta.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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