Raspar hasta que no quede nada
Se buscan excusas, se trampean las normas escritas y se ignoran las no escritas
La pandemia ha parado la vida del país y al mismo tiempo la ha acelerado. En un gran relato se colocan muchos más pequeños que a veces solo duran unas horas. Entre los efectos están una pérdida de sensación del tiempo y de la jerarquía. Los partidos subrayan las noticias y planteamientos que los favorecen o perjudican a sus rivales. Más que un cambio, lo que hemos visto es una intensificación.
La política nacional —hay ejemplos muy distintos en comunidades autónomas y Ayuntamientos— es un simulacro prebélico, donde los extremos secuestran la discusión. Se produce en un momento de alineamiento de partidos y medios. La opinión sigue un sucedáneo de ideología que se convierte en el atajo para juzgarlo todo.
Algunas de las cosas más discutibles de la gestión de la pandemia parecen olvidarse o diluirse: el tiempo de reacción, la decisión inicial de filtrar las preguntas de los periodistas, el episodio de las mascarillas, el encierro de los niños y cierto descuido de la educación frente a otros sectores, la situación terrible de las residencias, las infecciones del personal sanitario, el galimatías de los datos de test y víctimas, el pacto para derogar la reforma laboral y el desmentido posterior, la gran cantidad de propuestas de sanciones y los excesos policiales, la opacidad en torno a la desescalada y los cambios de criterio.
Son problemas muy distintos y tienen gravedad y responsables diferentes. Muchos se deben a la magnitud y novedad de la amenaza. Un reproche que se le puede hacer al Gobierno es la falta de claridad a la hora de explicar sus decisiones: transmite y genera desconfianza. A la oposición, que no parece tener interés en solucionarlos: solo en desacreditar al rival. Otros casos implican una erosión de las instituciones: uno de los más graves es la destitución por parte del ministro del Interior de Pérez de los Cobos como jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid. Las explicaciones —la reestructuración, que es inverosímil; la calidad del informe, que es irrelevante— no logran disipar la impresión de que se le castigó por cumplir con su deber. Se matiza: siempre hay fricciones e injerencias, otros han hecho cosas parecidas o peores (y lo harían si pudieran). Se buscan excusas, se trampean las normas escritas y se ignoran las no escritas. Vamos raspando poco a poco desde todas partes y quizá un día descubramos que ya no queda nada.@gascondaniel
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.