_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

“Pijo-política”

Lo que se nos viene encima es de tal dimensión que azuzar las pasiones divisivas y polarizadoras es la mejor garantía para el fracaso de todos

Fernando Vallespín
Habitantes del madrileño barrio de Salamanca protestan con gritos de "libertad" contra las medidas del Gobierno de Pedro Sánchez.
Habitantes del madrileño barrio de Salamanca protestan con gritos de "libertad" contra las medidas del Gobierno de Pedro Sánchez.Daniel Gonzalez (GTRES)

Los pijos suelen ser de derechas. No siempre, porque ya sabemos que existen también los pijo-progres, algo que se dio mucho en el franquismo tardío, o incluso aristócratas comunistas exquisitos como el cineasta Luchino Visconti. Pero la derecha no tiene por qué ser pija. Muchos de sus líderes y votantes son muy middle-class, que diría Woody Allen. Y ser gente corriente, lo sabemos bien, es la misma antítesis del pijismo, siempre obsesionado por introducir ese toque de distinción que lo separa del resto de la humanidad.

Digo esto porque ahora mismo estamos asistiendo en España a un curioso fenómeno, el “pijo-populismo”, que no deja de ser un oxímoron como una catedral. ¿Cómo puede atreverse a hablar en nombre del pueblo quien ha hecho de su diferencia de la multitud la seña fundamental de su identidad? Pues sí, lo hacen. Lo encontramos en la “(mini) rebelión del barrio de Salamanca” y en las amplias caceroladas de lugares similares, así como en el discurso de algunas figuras del PP. Está claro que no son el “pueblo”, pero se erigen en sus verdaderos representantes en la medida en que apelan, como la burguesía durante la Revolución Francesa, a conceptos universalizables; a saber, la “libertad” y la resistencia frente a un “gobierno totalitario”. En esto siguen al pie de la letra el manual populista: aprópiate de “significantes vacíos” —libertad—, victimízate frente a una élite —el Gobierno “social-comunista-independentista”—, y envuélvelo todo en emocionalidad —amplio ondear de banderas, el cálido abrazo nacional—. Pero, sobre todo, preséntalo con una retórica tan simple que hasta el más palurdo e sienta convocado.

Hay, sin embargo, cosas que chirrían. La principal, que se haya erigido en líder del movimiento la presidenta de la Comunidad de Madrid, quien, con todos mis respetos, es una pija del montón. No tiene nada que ver con esos posh politicians británicos criados en Eton y Oxbridge, cuya estirpe patricia se plasma en su manejo del lenguaje. Otra cosa sería Álvarez de Toledo, que encaja mucho mejor en ese perfil anglo. Aunque, bien visto, el “pijo-populismo” solo puede ser eficaz si es liderado por un pijo advenedizo de habla atropellada y castiza, no por el “auténtico”. Así es más fácil la transferencia freudiana desde las bases.

Habrán visto que hasta ahora ni he mencionado a Vox, que hace todo lo posible también por extraer el máximo beneficio de este acacerolado pseudo 15-M de derechas en los balcones. Lo sorprendente es que Casado, quien ha reconocido su plena identificación con Ayuso, le siga en ese juego en vez de preocuparse por representar una derecha responsable y constructiva. Se habrán cometido miles de errores en la gestión de la crisis, pero en este momento la estrategia del Gobierno no difiere en lo esencial de lo que recomiendan los expertos. Lo acabamos de comprobar con las últimas declaraciones del mismo asesor médico de la Casa Blanca A. Fauci. Lo que se nos viene encima es de tal dimensión que azuzar las pasiones divisivas y polarizadoras es la mejor garantía para el fracaso de todos. ¿O queremos que hable la calle en vez de los expertos, los demagogos en vez de quienes deben asumir la responsabilidad por sus actuaciones? Esta es la cuestión.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_