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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Demasiado

Los movimientos del Gobierno crean desconcierto y dificultan los acuerdos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, las vicepresidentas Carmen Calvo, Teresa Ribera y Nadia Calviño, la portavoz del Gobierno, Maria Jesús Montero, y el ministro de Sanidad, Salvador Illa, este martes antes de la reunión del Consejo de Ministros.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, las vicepresidentas Carmen Calvo, Teresa Ribera y Nadia Calviño, la portavoz del Gobierno, Maria Jesús Montero, y el ministro de Sanidad, Salvador Illa, este martes antes de la reunión del Consejo de Ministros.SPANISH PM PRESS OFFICE / HANDOU (EFE)

Dos movimientos del Gobierno que se pueden considerar contradictorios contribuyeron ayer a aumentar el desconcierto político en el que se mueve el país. Pedro Sánchez se reunía con Inés Arrimadas, líder de Ciudadanos, para intentar nuevos acuerdos que permitan vencer la epidemia y contribuir a la reconstrucción económica y social. Casi al mismo tiempo, Unidas Podemos, partido del Gobierno de coalición, anunciaba su intención de conseguir un impuesto a los grandes patrimonios. Este impuesto formaba parte de su programa electoral y fue motivo de confrontación directa con Ciudadanos. No son las únicas contradicciones. Por un lado, la ejecutiva del PSOE asegura que hará todo lo posible para reforzar el bloque de investidura (el acuerdo con Unidas Podemos, Esquerra Republicana de Catalunya y PNV), y por otro, Sánchez mantiene que está abierto a todo tipo de acuerdos con otros partidos.

La confusión puede ser intencionada o no, pero no deja de producir desconcierto. A la vista de lo ocurrido en la última votación del estado de alarma en la que ERC dejó al Gobierno al borde del abismo, solo evitado por la continuidad del apoyo de los nacionalistas vascos y el cambio de actitud de Ciudadanos, es evidente que el bloque de investidura como tal parece no existir ya. Tampoco es posible creer que el programa político sobre el que se articuló aquella mayoría permanece invariable después de la crisis sanitaria, a la que está siguiendo ya una durísima crisis económica y social. Eso no quiere decir que no exista un Gobierno de coalición PSOE-UP, sino que las bases sobre las que se asienta han cambiado. El Gobierno tiene ahora la obligación de plantear acuerdos transversales, capaces de afrontar los gravísimos problemas que se avecinan y de encontrar el sistema de negociación adecuado para llegar a ellos. La confusión no ayudará a acabar con la crispación y en cambio pondrá en peligro la posibilidad de un acuerdo que acabe con la política de trincheras realizada hasta ahora, a expensas tanto de la salud como del futuro de los ciudadanos.

Si el Gobierno estima necesaria una nueva prórroga del estado de alarma, resultaría inexplicable que la comisión parlamentaria recientemente creada no sirviera para preparar el nuevo pleno y desterrar la tentación del caos, que unos, los partidos de oposición, acarician para acorralar al Ejecutivo, y el Ejecutivo, por su parte, tantea para mostrar la irresponsabilidad de la oposición. Y de idéntica manera, si la idea de unos Presupuestos de emergencia apoyados por una mayoría amplia ha empezado a abrirse paso, carece de sentido que todas las fuerzas políticas que la suscriban no trabajen resueltamente a favor de ese objetivo, sin reservarse espacios partidistas desde los que continuar aproximándose u hostigándose según lo requieran sus respectivos intereses.

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La realidad parlamentaria que reveló el último pleno para prorrogar el estado de alarma es la que es. Esquerra, un aliado teórico de la mayoría, cometió un grave error votando en contra de la prolongación del estado de alarma. Y otro tanto le ocurrió al Partido Popular, en este caso por su precipitación en buscar un irresponsable jaque mate. Serán ellos los que tengan que rehacer el camino recorrido en la dirección equivocada, pero con la confusión en la que se maneja La Moncloa, no se podrá avanzar mucho. Quererlo todo no es mucho, es, sencillamente, demasiado.

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