Posguerra
Derrotamos la arrogancia militar de ETA, lo que no fue poco ni fácil, pero el paisaje aún tiene demasiados nubarrones oscuros


Tras la muerte de un amigo que fue camarada de trincheras en muchas batallas necesarias, como Jose Mari Calleja para mí, es obligado repasar el resultado de aquella guerra, de lo ganado y lo perdido. Siempre hay muchos frentes y nunca se vence en todos. Es cierto que derrotamos la arrogancia militar de ETA, lo que no fue poco ni fácil, pero el paisaje aún tiene demasiados nubarrones oscuros. El objetivo político del terrorismo era el aniquilamiento cívico de quienes se opusieron resueltamente al separatismo y eso en parte les fue concedido como premio a su renuncia forzosa a las armas. Hoy, un nuevo Jose Mari Calleja nunca podría ser presentador de un informativo en ETB, donde prosperan tipos deleznables como Xabier Lapitz. Y en la UPV se niega el título de “emérito”, en otras ocasiones concedido casi automáticamente a cualquier profesor mediano, a figuras tan valiosas y valientes como Aurelio Arteta o ahora Francisco Llera, fundador del Departamento de Políticas y director del Euskobarómetro desde 1995. Dos académicos de méritos sobrados, pero, ay, también marcados a fuego por su clara denuncia del terrorismo separatista.
En el caso del profesor Llera son sus compañeros de departamento los que le han negado su anuencia, preceptiva para el nombramiento. El resultado de la votación merece grabarse en mármol: un voto a favor, dos en contra y 12 abstenciones. Es el tanteo oficial del marcador de la decencia en Euskadi, antes y ahora. Y no solo allí: quien quiera conocer otros casos del mismo virus debe leer Equidistantes exquisitos (Ediciones Hildy), de Antonio Robles. Comprendo que es una mala noticia, pero hay que seguir luchando. No nos permitimos ayer el miedo ni ahora debemos acunarnos en la esperanza, porque son solo ganas de descansar.
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