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Columna
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Gobiernos vacunados

La nueva normalidad es el regreso a la vieja. Ese es el programa con el que Donald Trump pretende ganar en las urnas

Lluís Bassets
El presidente de Estados Unidos, durante una visita a una fábrica de mascarillas en Arizona.
El presidente de Estados Unidos, durante una visita a una fábrica de mascarillas en Arizona.BRENDAN SMIALOWSKI (AFP)

La nueva normalidad es el regreso a la vieja. Y ese es el programa electoral con el que Donald Trump pretende ganar en las urnas. El presidente de los Estados Unidos lleva tiempo dándole vueltas, pero al final se ha decidido. El virus no le interesa. Quiere pasar página, dejar que los muertos entierren a los muertos, y resucitar la economía. Se lo piden los grupos de presión que le financian, las petroleras, los fabricantes de armas y aviones, los cruceristas, los hoteleros entre los que él mismo se cuenta… Se lo exige también la esperanza de una victoria el 3 de noviembre.

No se puede hacer campaña contando muertos, ni dando consejos para no morir. Menos todavía respondiendo a preguntas impertinentes de periodistas memoriosos. Solo hay que dar buenas noticias y anunciar que su país será el primero en recuperarse. No importa que lo desmientan las cifras de infectados y muertos, la curva de infectados que nunca se aplana, ni las cifras de decrecimiento y paro. Como la realidad no interesa, hay que ocultarla.

Si no son posibles los debates electorales, en los que Trump se mueve como pez en el agua, menos útiles e incluso perjudiciales serán las comparecencias diarias con científicos empeñados en matizar las verdades trumpistas y desaconsejar las fórmulas milagrosas. Cuando el equipo médico no sirve, se le echa.

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Trump dudaba entre la redención correctora de Boris Johnson, abrumado por su propia experiencia de contagiado, y la intransigencia desafiante de Jair Bolsonaro, sin contagio a pesar de sus esfuerzos por infectarse. Ahora ya da por hecho que habrá vacuna este año y que el Remdesivir mata los virus mejor que la lejía, a pesar de los educados desmentidos de Anthony Fauci. Admite la distancia social y las mascarillas, pero él y su vicepresidente se abstienen de tales prácticas sospechosas que tanto aprecian las izquierdas. Asunto zanjado.

Si algo anda mal, Trump tiene resuelta la papeleta: por si la curva no se aplana, por si hay nuevos e incluso más virulentos brotes e incluso por si sube hasta dos millones la cifra de los muertos previstos, China es culpable. Y tiene que pagar la factura, literalmente. El Estado de Misuri ya ha presentado la primera demanda contra el Partido Comunista de China, y Trump barrunta pedir indemnizaciones como hacían los vencedores al final de una guerra con la potencia derrotada.

Es toda una ironía que el mayor impedimento para una demanda como esta sea la inmunidad soberana, reconocida como un principio del derecho internacional que establece un trato igual de los Estados ante los tribunales. Si Washington pretendiera saltársela, Pekín también podría ensayar una maniobra simétrica y lloverían las demandas de todos contra todos, con Arabia Saudí en cabeza por el asesinato de Khashogi y los atentados del 11-S.

Los Gobiernos ya están vacunados, aunque Trump pretenda que solo el suyo sea soberanamente inmune. Los que no estamos vacunados, ni contra el coronavirus ni contra las ilegalidades soberanas de algunos Gobiernos, somos los ciudadanos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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