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Columna
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Los ciudadanos y los políticos

No parece que la ciudadanía, pese a su sobresalto, malestar y desacuerdos sea tan hipercrítica

Xavier Vidal-Folch
El lehendakari, Iñigo Urkullu.
El lehendakari, Iñigo Urkullu.MIKEL ARRAZOLA (Europa Press)

Cinco de las seis grandes decisiones adoptadas por el Gobierno durante la pandemia han recibido acerbas críticas políticas. Cinco de seis: 1) El decreto del estado de alarma, con la centralización de competencias y el confinamiento. 2) Las medidas económicas de urgencia para preservar empresas y proteger a los más vulnerables. 3) La paralización total de actividades mediante el confinamiento reforzado de Semana Santa. 4) Su posterior reversión. 5) La desescalada por fases.

La recepción de la sexta, la estrategia activista en favor de un Plan Marshall de reconstrucción europea financiado con eurobonos, aunque excelente por distintos grupos en el Parlamento de Estrasburgo, tampoco ha sido gloriosa en la escena doméstica.

Y sin embargo, no parece que la ciudadanía, pese a su sobresalto, malestar y desacuerdos sea tan hipercrítica. Un botón de muestra, al anunciarse la desescalada, mientras élites económicas y políticas se enconaban contra ese plan en el programa radiofónico Aquí amb Josep Cuní (SER), dos tercios de los oyentes mostraban su apoyo al mismo en la encuesta instantánea.

Seguramente sintonizaban con el tipo de razonamiento —se llama ponderación—, del epidemiólogo Miguel Hernán, catedrático de esa especialidad (y uno de los asesores del Gobierno), quien el jueves declaraba a este diario: “Nadie sabe cuál es el buen camino, pero este parece bastante razonable”.

Pero si eso es así, o así parece ¿por qué hasta personajes políticos tan razonables como Íñigo Urkullu se sienten tentados a dejar solo, fané y descangallado al Gobierno a media partida contra el virus? Atención, hablamos de Urkullu, no de un saltataulells, no de un chisgarabís. Cierto que la centralización de algunas estrategias resultaba inesquivable. Y que los fallos en su ejecución no la desautorizan. Y que también ha servido para descentralizar, al otorgar más poder a las autonomías: nada menos que sobre los hospitales privados y los laboratorios...

Pero al transmitirse la idea de que la coordinación al más alto nivel implicaba mando-único-en-todo, se incentivaba la leña al mando único. Falla el mensaje. El método. La resurrección de la Conferencia de Presidentes es una noticia magnífica. Pero si cunde la sensación —o la realidad— de que no solamente es solo consultiva sino prescindible, y que no contribuye seriamente a forjar la voluntad del Estado, la buena noticia se degrada. Falta la evidencia de que, en torno a un mismo puente de mando cooperan muchos brazos, muchos mandos identificables. Y así.


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