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Cultura
Columna
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¿Y si el nuevo punk no fueras tú?

Todo lo que se halla bajo el sol es susceptible de ser llamado “el nuevo punk”. Lee uno que el nuevo punk es el conservadurismo (y hasta la extrema derecha). O la cumbia, el K-Pop, el trap, el reguetón o los corridos. O que son las abuelas y las mamás

Jóvenes del 'Frente Rockero' durante una manifestación en Ciudad de México, en 2017.
Jóvenes del 'Frente Rockero' durante una manifestación en Ciudad de México, en 2017.Tercero Díaz (Cuartoscuro)
Antonio Ortuño

Basta con dar un paseo por las redes o los medios o dar un vistazo a las pintas callejeras. Todo lo que se halla bajo el sol es susceptible de ser llamado “el nuevo punk”. Lee uno, sin solución de continuidad ni posibilidad de congruencia, que el nuevo punk es el conservadurismo (y hasta la extrema derecha). O la cumbia, el K-Pop, el trap, el reguetón o los corridos. O que son las abuelas y las mamás. O que, en cambio, lo es la “emoción”, la comedia, el amor propio, el drag… Nada de esto es invento: puede el lector pasarlo por Google y dar con las referencias necesarias con suma facilidad. Ser conservador es el nuevo punk, de hecho, es el título de un reciente libro del comunicador español Rodrigo Gómez Lorente.

¿Puede todo lo listado, a la vez, ser el nuevo punk, es decir, la ternura, el autocuidado y la política identitaria, por una parte; el neofascismo o, cuando menos, el tradicionalismo, por otra; y aún las charangas de moda por una más? ¿Qué es lo que quiere decir exactamente esta muletilla? En muchos casos, hay que notar, no significa nada concreto. Decir “el nuevo punk” en ciertos contextos equivale a repetir ese sonriente lugar común de la lengua inglesa que afirma que tal o cual cosa es “the new black” (el nuevo color negro), en especial cuando se habla de espectáculos, cultura popular, algún estilo, causa, objeto o personaje que destaca, y se vuelve, por tanto, masivo. La última moda, vaya. Lo que, si hablamos de punk, no tiene sentido alguno, porque el punk no formó parte de la seguidilla de ritmos “de moda”, sino que nació y se desarrolló al margen o en oposición a ellos, perpetuamente minoritario (el auge del llamado “pop-punk”, en los Estados Unidos de principio de siglo XXI, se trató de un fenómeno posterior y distinto, un estilo dulcificado para acercarse al gusto colectivo y mayoritariamente despolitizado, lo que se deja ver en la predominancia en él de las canciones de amor o de tibia protesta).

A posteriori, porque en su época nadie les dio bola o lo hizo solo la prensa sensacionalista, historiadores, académicos o expertos han asignado una especial importancia a los artistas relacionados con el punk, en especial los de la Inglaterra y los Estados Unidos de finales de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, basándose en la fuerte persistencia cultural y social alcanzada por algunos de ellos. Un ejemplo, entre muchos otros posibles: los Ramones tocaron básicamente toda su carrera en locales pequeños. No dominaron las listas, fueron ignorados o maltratados por los grandes medios. Sin embargo, dos o tres generaciones de músicos de rock, después de ellos, los tomaron por bandera y siguieron el agresivo camino de sus guitarras, mientras que muchos menos recordaban ya a las complejas y orquestales bandas de “progresivo” que dominaban los estadios, la radio y las ventas en la época clásica de los Ramones. Esto puede ser considerado un triunfo de la persistencia o cosa semejante, pero no tiene nada que ver con las modas. De hecho, va en un sentido completamente distinto: los Ramones vendieron muchos más discos y entradas en los años noventa que en sus nativos setenta.

También se argumenta que tal o cual música es “el nuevo punk” basándose en las características hipotéticamente compartidas. Como la molestia que provoque tal música en algunos sectores, que la tildan de cacofónica, inmoral o vulgar. Se olvida que esa irritación se ha manifestado muchas veces ante el auge de ciertos ritmos populares. La causaron, en distintas épocas y entre variopintos detractores, el vals, el tango, el jazz, el blues, el rock, la música disco, la salsa, el heavy y hasta la efímera lambada. Y se olvida, también, que la masividad y el éxito nunca pueden emparentar a música alguna con el marginal punk. Como tampoco lo hace el carácter autogestivo, que no es privativo del punk. Toda música, en realidad, del mariachi al grindcore, es autogestiva hasta que llegan las ofertas de las compañías y se accede al mercado a lo grande (y no todo lo popular es pop al uso: hay escenas “paralelas” enormes, como las del country o el rap, que existen en su propios terrenos, muchas veces con cánones totalmente autogestivos). En fin: fenómenos globales cubiertos de premios, fortunas, difusión y masas, son todo lo contrario al punk. Y hay muchas cosas en la música que ofende a los melindrosos (la sexualización, sin ir más lejos) y que no tienen nada que ver con el punk. Todos del mismo barro, pero no es lo mismo bacín que jarro, dice el refrán.

El punk, el viejo punk de la música estruendosa, la sátira y el espíritu underground, busca ser desagradable y confrontativo, incomodar a quien pueda, y divertirse por el camino. Es un estilo expresionista, alérgico al virtuosismo, lúdico, hipercrítico, agudo (en oposición a la gravedad del rock más popular) y áspero, que, por definición, jamás va a dominar el gusto colectivo.

Aprovecharse de la relativa buena fama que ha ganado con el tiempo para ponerla como laurel a los pies de estilos o causas que no tienen nada que ver, en fondo o en forma, es solamente un intento de algo que podríamos llamar “extractivismo cultural”: robarse un aura de prestigio ajena para el beneficio propio. La música de moda, sea cual sea, no necesita validarse artísticamente comparándose con el punk, que jamás fue una música de moda, ni victimizarse por tener detractores, como si los memes negativos de hoy equivalieran a las persecuciones policiales y las prohibiciones de los punks de ayer. Y, bueno, no hay que ser un genio para saber que los neonazis o los conservadores tampoco son los nuevos punks: son los mismos neonazis y conservadores de toda la vida, pero con ganas, al parecer, de que alguien crea que ahora son cool.

Quizá dejar de saquear el insólito prestigio del punk y dejarlo en paz sea, a fin de cuentas, el único y posible nuevo punk.

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