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Ociel Baena
Tribuna
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¿Por qué hablar de le magistrade Ociel Baena?

“Le magistrade fue hallade muerte en su casa” emplea palabras bien formadas en español que quizá puedan parecernos extrañas pero no incomprensibles

funeral de ociel baena
Funeral de Jesús Ociel Baena Saucedo, el 15 de noviembre de 2023, en la ciudad de Saltillo en el Estado de Coahuila.Miguel Sierra (EFE)

El 13 de noviembre se dio a conocer el hallazgo del cadáver de Ociel Baena Saucedo, quien ocupaba una magistratura en el Tribunal Electoral de Aguascalientes, México. Su muerte nos impactó. Y a quienes somos periodistas nos impuso un reto adicional de informar sobre una muerte más: la de informar sobre el fallecimiento de una persona no binaria.

Para muchas personas, el trabajar en un medio de comunicación implica un amplio conocimiento de la lengua, de sus normas ortográficas, de sus peculiaridades gramaticales, de escribir y hablar correctamente o libre de errores. ¿Qué pasa cuando hay que informar sobre la muerte de una persona que explícitamente no se identificaba ni con el género masculino ni con el género femenino, sino con el género no binario? ¿Cómo hacer que el conocimiento que tenemos de la lengua se amplíe para hablar de alguien que no usa ni el género masculino ni el género femenino?

Desde hace décadas el impulso del lenguaje incluyente ha ido creciendo y modificándose: de buscar la expresión de quienes se identifican con el género femenino, a hablar de personas con discapacidad o de quienes forman parte de la diversidad de género. En la última década en todas las lenguas se han buscado alternativas a utilizar el género masculino como medida y expresión de todas las personas. Entre esas alternativas está la planteada por el profesor e ingeniero español Álvaro García Meseguer en 1976: la del uso de la letra e. Entonces, García Meseguer no pensaba en las personas que se identifican como no binarias, sino en buscar una forma de expresión en la que el género masculino no fuera la única opción para referirse a un grupo mixto.

Actualmente, el uso del lenguaje incluyente no es exclusivo de un grupo reducido. En honor al compromiso de apegarnos a los hechos que tenemos quienes trabajamos en medios de comunicación, es necesario que nos actualicemos, aprendamos y usemos el lenguaje incluyente. Especialmente, en casos como el de la muerte/asesinato de le magistrade Ociel Baena Saucedo. Porque nombrarle como elle quería y se reconocía es apegarse a los hechos: Baena Saucedo fue la primera persona en México en recibir un pasaporte y una credencial del Instituto Nacional Electoral en los que se reconocía su identidad de género no binaria; ambos son los principales documentos de identidad en México. El dato duro es que Jesús Ociel Baena Saucedo se identificaba y era reconocide por el Estado mexicano como una persona no binaria. Lo que corresponde es que al informar sobre Ociel Baena se haga respetando su identidad de género.

¿Y eso qué significa en cuanto a la lengua? Esta persona, al identificarse como no binaria, no se ve ni se reconoce en el masculino (él, ni en las palabras de género gramatical masculino, como magistrado) ni en el femenino (ella, ni en las palabras de género gramatical femenino: magistrada). Aunque en la Gramática de la lengua española no haya un apartado dedicado al género gramatical neutro o no binario, sí hay quienes han buscado una alternativa lingüística que se corresponda con la realidad de la identidad de género no binaria.

Quienes trabajamos en los medios de comunicación pocas veces consideramos que es necesario actualizar nuestros conocimientos sobre la lengua, como si esta no se hubiera modificado desde que la estudiamos por primera vez. La actualidad nos muestra que todo cambia y, como ha pasado siempre, lo hace también la forma en la que nos expresamos, las palabras que usamos o dejamos de usar. Siempre que hablo de lenguaje incluyente pienso en el caso de covid. Un acrónimo que se convirtió rápidamente en palabra de uso común en el mundo, que se creó —por una institución que no fue la Real Academia Española— para evitar estigmatizar a las personas de China porque hubo un presidente (Donald Trump) que hablaba del “virus chino”.

Cuando era solo una forma abreviada de hablar de la enfermedad provocada por el virus SARS-CoV2 (Covid-19), ningún medio de comunicación, ninguna persona hispanohablante se cuestionó si debía o no usar esta palabra: la Real Academia Española no había sido quien la propuso, es más, no había dicho qué normas ortográficas debía seguir. Sin embargo, todos los medios de comunicación replicaron ese acrónimo propuesto por la Organización Mundial de la Salud y así amplificaron el nacimiento de esta nueva palabra que marcó nuestra vida pandémica. Hubo quienes optaron por decir el covid-19 (”porque viene del virus”) y hubo quienes usaron la covid-19, porque el acrónimo se refería a la enfermedad provocada por el coronavirus —era esta la apegada a las normas ortográficas—; hoy covid es un sustantivo que puede usarse tanto en masculino como en femenino. Es ahí donde radica el poder de quienes hablan una lengua de moldearla.

El caso del lenguaje incluyente no es distinto: surge del deseo de respetar la forma en que las personas quieren ser nombradas, de usar —y crear en su caso— palabras que se correspondan con una realidad que en 1492 o en 1847 (cuando se publicaron dos de las gramáticas de referencia del castellano) no veíamos ni considerábamos. El lenguaje incluyente que busca nombrar a personas no binarias, por más raro que parezca, se basa en la gramática española: usa palabras bien formadas y busca la concordancia entre sustantivo-artículo-adjetivo. Para ello recurre, ni más ni menos, a la letra que más usamos en español: la -e.

“Le magistrade fue hallade muerte en su casa” emplea palabras bien formadas en español que quizá puedan parecernos extrañas pero no incomprensibles. Porque se amplían las normas gramaticales conocidas para incluir un género que no es ni el masculino ni el femenino: el no binario. Porque usamos letras que como hablantes del español conocemos, entendemos, sabemos pronunciar y podemos leer.

Como periodistas, es nuestro deber —más allá de nuestras creencias— apegarnos a los hechos. Y eso, en muchas ocasiones, requiere que nos cuestionemos aquello que dábamos por sentado. Las palabras son la primera herramienta con la que contamos para realizar nuestra profesión; es parte de nuestro profesionalismo actualizar nuestros conocimientos sobre la lengua y ser sensibles ante los cambios que esta experimenta. Tenemos la responsabilidad de informar con precisión, así como de reconocer la importancia de respetar la forma en que las personas desean ser nombradas.

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