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tribuna
Columna
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¿Es posible mantener la diversidad musical a flote en la Ciudad de México?

En lugar de que huyan los talentos locales o que se queden bajo el agua, deberíamos cuidar los espacios nocturnos y ver hasta dónde puede llegar lo fascinante y particular que es la cultura en esta ciudad

Un concierto en el espacio musical Galera, en una imagen de sus redes sociales.
Un concierto en el espacio musical Galera, en una imagen de sus redes sociales.

La vida musical nocturna de la capital mexicana es extraña. Por un lado, están los conciertos y festivales comerciales o institucionales, básicamente eventos masivos respaldados por marcas o gobiernos, con una presencia más significativa del sector privado comercial. Por otro lado, está lo informal, los mariachis de las cantinas, las fiestas callejeras de los sonideros, los conciertos en apartamentos, los raves en bodegas abandonadas, con todos los riesgos y la opacidad que ello implica. En otras palabras, la vida musical nocturna es extraña porque refleja el abismo social característico de la sociedad mexicana, un abismo que no deja de sorprender debido a las riquezas, tanto culturales como económicas, de dicha sociedad. ¿Qué tan posible es llenar ese vacío a pesar de la pandemia?

Mientras este artículo está siendo escrito, Galera, un lugar musical nocturno, está cerrando sus puertas. En redes sociales, aparecieron imágenes del remate de equipo de las instalaciones, una suerte de subasta a la vez jovial y triste. Jovial para los que empiezan nuevos proyectos, como el dark kitchen coreano Dooriban -que encontró en Galera un refugio durante la pandemia- y triste para los nostálgicos que recuerdan sus experiencias ahí, por ejemplo, el concierto de la franco-venezolana badass La Chica.

Desde 2017, Galera era un espacio de convivencia y de aprendizaje, con talleres artísticos, y también un foro musical de 800 personas, es decir un foro de tamaño mediano, donde el artista era visible sin importar donde estuviera situado el espectador. No había necesidad entonces de pantallas y la movilidad dentro de la sala era sencilla según el grado de agorafobia o euforia. El sonido era profesional, mejor que en muchos foros de la ciudad; la programación mezclaba géneros populares y de nicho, nunca mainstream, pero tampoco totalmente underground. Galera había sido, en otra época, una fábrica de papel. Con un estilo arquitectónico “contextual”, que consiste en reutilizar el material que ya existía en el lugar, Galera navegaba en la estética postindustrial ahora bien conocida en todo el mundo como avatar del hipsterismo. De hecho, a la programación cultural nocturna se sumaban, durante el día, espacios de coworking, de venta de vinilos e incluso de comida y café bien hechos.

Galera estaba ubicado en la Doctores, una de las colonias más antiguas y céntricas de la ciudad, también conocida por sus altos índices delictivos y sus rentas bajas. La convergencia de estos aspectos es clave para tener cierto margen de maniobra en la programación de música alternativa, sobre todo para mantener el precio del boleto accesible a un público amplio y diverso. A pesar de estar a una sola cuadra de la bohemia colonia Roma, el imaginario peligroso de la Doctores representaba un gran desafío para un proyecto como el de Galera. Sin embargo, como cualquier imaginario de “bajos fondos”, la Doctores tiene también otra cara, la de un lugar prohibido y, por lo tanto, excitante. Ir a Galera era franquear una frontera urbana para mucha gente, como en el caso de la exfábrica de harina en Azcapotzalco. Ambos proyectos surgen de la cultura de los raves, es decir, de una reapropiación del patrimonio urbano industrial frente a la terciarización de la economía urbana.

El espacio cultural Galera, en la colonia Doctores, en una imagen de sus redes sociales.
El espacio cultural Galera, en la colonia Doctores, en una imagen de sus redes sociales.

En este sentido, muchos pensarán que Galera tenía todas las características del agente gentrificador, en línea con el conocido ejemplo de Berlín. De hecho, los límites de la Doctores (del lado de la Roma) ya contaban con una población de mayor poder adquisitivo: creativos más o menos pobretones, como lo ilustra la serie Todo va a estar bien. Siguiendo el mismo camino que Galera, se instaló en 2019 Laguna a unas cuadras, un “espacio colaborativo que reúne a emprendedores líderes del diseño, arquitectura, urbanismo, gastronomía y arte”. También podemos mencionar la llegada próxima del primer cine de MUBI, plataforma inglesa dedicada al cine de autor.

Sin embargo, hablar de gentrificación en la Doctores por la presencia de lugares como Galera sería una exageración. El barrio sigue siendo popular, parcialmente controlado por líderes vecinales conectados con partidos políticos que, de hecho, quisieron instrumentalizar a Galera, como me lo comentó durante una entrevista una de las personas involucradas en el proyecto:

“¿Qué necesitamos? Un espacio que no moleste a los vecinos. ¿Cómo hacemos? Pues tiene que estar totalmente acondicionado acústicamente. Después de haber mandado cartas, de haber tenido comunicación hacia afuera de los shows y demás, decirles que tenían descuentos, la única comunicación que teníamos era con los líderes vecinales que querían utilizar las instalaciones para algún tipo de mitin político. Incluso durante la pandemia repartimos casi 12 toneladas de alimento a la comunidad de alrededor. Llegaron líderes vecinales a tocarme la puerta enojadísimos, golpeando, diciendo, eres un estúpido, cómo pudiste haber hecho esto, tú lo que quieres es postularte, quieres tener tu poder político, tal”.

La dinámica histórica y propia del barrio no parece haber cambiado fundamentalmente a raíz de las actividades de Galera. Estamos lejos de una gentrificación intensa como la que ocurrió en barrios ocupados por músicos de otras ciudades del mundo, como Soho en Nueva York o Mile End en Montreal. Más que una utopía clasemediera en medio de un barrio bravo, Galera dejaba imaginar un inicio de dinámica positiva. Es posible acompañar los procesos de cambio urbano para que sean más inclusivos, siempre y cuando haya un interés político por regular y no solo aprovecharse de la vitalidad nocturna -como solía pasar en la delegación Cuauhtémoc-. Pero faltó tiempo. La presión inmobiliaria que existe en la CDMX, incluso en la Doctores, hace que sea más rentable hacer condominios o oficinas. De hecho, la voz corre que la antigua imprenta de Galera se va a convertir en departamentos.

¿Era inclusivo Galera? Como cualquier proyecto cultural, y a pesar de su discurso de apertura a todos y todas, Galera tenía un público de cierto tipo, no de otro y ciertamente no del todo. Tampoco era necesaria y exclusivamente blanco y de clase media. Ya sabemos que la identificación socioracial en México tiene sus complejidades infinitas y hasta sus mitos. Como me lo comentaba mi contacto en Galera: “La prepotencia se hace muchísimo más grande en esta ciudad y cuando vienen todos los niños fresas, se pegan, y se rompen la cabeza, y demandan. Dices, ¿para qué? [...] Lo que le hace falta a esta ciudad, son espacios donde se conjunten un montón de personas para hacer una especie de plaza pública”. En el mundo entero son conocidas las prácticas de discriminación en la puerta de los antros, entonces parece relevante que, a pesar del peso del clasismo y racismo estructural de la sociedad, espacios como Galera hagan esfuerzos para abrir sus puertas a todo tipo de gente, más allá de la obligación de poner un letrero que diga “Aquí no se discrimina”.

Existen otros espacios parecidos a Galera, sobre todo del lado de la Roma. Está el Foro Indie Rocks, por ejemplo, que tiene una configuración similar, con la diferencia de que la empresa que gestiona el foro logró comprar el edificio, eliminando la presión inmobiliaria que existe para los demás y que, como señalé, es responsable de la desaparición de varios espacios de música en vivo, desde el casi-corporativo Sala (grupo Eco) al do-it-yourself Gato Calavera, en la avenida Insurgentes. También está el sempiterno Foro Alicia -tan sempiterno que tiene página en Wikipedia-, en un estilo más subterráneo. Resistiendo a las presiones políticas y económicas desde 1998 a través de una organización autogestiva, tuvo un papel decisivo para muchas culturas marginales e independientes de la ciudad. Sin embargo, no son muchos para una ciudad tan grande, y tampoco son tan reemplazables como parecen.

Pensemos en los otros que desaparecieron antes de la pandemia, pues no hubo un verdadero relevo. Cuando uno desaparece, significa retornar a la informalidad para muchos, tocar en una lavandería, un estacionamiento o el departamento de un amigo para los que no alcanzan para rentar el Teatro Metropolitan o el Lunario. No desaparece la creatividad pero se rompe, al menos temporalmente, la cadena de valor que permite que crezca, que se conecte con escenas internacionales y profesionales. Por lo tanto, el rol de un espacio como Galera es inmenso en su forma de actuar como un nudo y ocupar parcialmente el abismo que separa los dos extremos de la noche musical de la ciudad, lo subterráneo y lo mainstream, este espacio que los geógrafos llaman “middleground”, y que tiene aún más importancia en una ciudad caracterizada por redes artísticas y sociales dispersas en toda su área metropolitana.

Concierto de Panteón Rococó en el Multiforo Alicia.
Concierto de Panteón Rococó en el Multiforo Alicia.Montecruz Foto

Una postura opone de manera irreconciliable la autogestión del Alicia y el modelo más empresarial de Galera (alrededor de 90 socios), pero los dos provienen, ante todo, de un deseo de generar nuevos circuitos para el desarrollo musical y el encuentro social, con una estabilidad económica mínima. Por un lado, permiten a artistas y promotores locales salir de la informalidad de manera progresiva; encontrar nuevos públicos, sin necesariamente depender de los circuitos más comerciales; recibir artistas emergentes de nivel internacional y crear conexiones con artistas y profesionales locales. Por otro lado, mantienen los conciertos a un precio accesible, generando comunidades afectivas pequeñas y diversas. En otras palabras, estos espacios son la esencia del desarrollo de escenas “translocales”. Funcionan como “ágoras musicales”, lugares semipúblicos entre el bar, el centro cultural y la plaza pública.

Y para eso, los obstáculos son numerosos. Ya mencioné la presión inmobiliaria, la gentrificación y la desigualdad social. Con ellos viene la tendencia hacia la “restaurantificación” de la vida nocturna urbana. La música se vuelve cada vez más un fondo sonoro para el dining, dating y networking. La pandemia agudiza tremendamente esta tendencia, porque la música “en sí” no se considera esencial. Otro aspecto, como bien lo plantea uno de los fundadores de Galera, es la asimetría material y simbólica en la cual se encuentra el sector mexicano: pagar en pesos artistas internacionales que benefician de una mejor promoción y de un prestigio primermundista, o contratar artistas locales emergentes con el riesgo de no cubrir los costos mínimos de un concierto. Si bien, es cierto que algunos artistas extranjeros están dispuestos a bajar su fee cuando consideran la Ciudad de México como una entrada al mercado latinoamericano, tampoco es la regla. Esto hace que los festivales, con su propuesta en forma de cóctel cultural ultra-concentrado y de espacio-tiempo casi utópico, se vuelvan un modelo más atractivo que el de un foro musical. Sin embargo, la realidad es que un festival no podría crecer sin el circuito de los foros, y viceversa. En el caso de Galera, se manifiesta, por ejemplo, en el hecho de que tenía socios involucrados en festivales y que ciertos festivales como MUTEK lo usaron como sede.

La música en vivo es un ecosistema en el cual raramente un foro musical es un negocio particularmente lucrativo, a menos de que tenga un alcance masivo, que esté integrado a un corporativo de promoción de eventos o que venda muchos productos paralelos (merchandising, bebidas y alimentos). De cierto modo y a pesar de la digitalización, la música en vivo sigue siendo una actividad relativamente artesanal y difícil de escalar.

Otro elemento estructural que se suele usar para explicar las dificultades del sector intermedio de la música en vivo en la ciudad, es la presencia asfixiante del mastodonte OCESA y la institucionalización comercial de la música en vivo. Tercera empresa del entretenimiento más grande del mundo, después de Live Nation y AEG, OCESA es responsable de la organización de festivales como el Vive Latino y el Corona Capital. Con una estrategia que busca controlar múltiples etapas de la cadena de valor de la música en vivo, particularmente la venta de boletos, la promoción de eventos y festivales, y la gestión de recintos muy amplios, estas empresas lograron crear casi monopolios en sus distintos territorios de implementación. Promotores mexicanos que empezaron en los noventas recuerdan con amargura las prácticas anticompetitivas que permitieron a OCESA llegar donde está ahora. Pero como tantas otras empresas en México, OCESA es más el producto de un juego con reglas distorsionadas que la causa de cualquier problema en el sector musical. Otros profesionales, como los de Galera, reconocen el profesionalismo de sus eventos, incluso desarrollaron relaciones más orgánicas con OCESA. En otras palabras, es posible generar un espacio “middleground” híbrido, entre escena independiente con un sistema de valores propio y una plataforma para llegar a la industria mainstream (upperground).

Asistentes al segundo día del festival Vive Latino en el Foro Sol, el 15 de marzo de 2020.
Asistentes al segundo día del festival Vive Latino en el Foro Sol, el 15 de marzo de 2020.Medios y Media (Getty Images)

¿Pero entonces cómo explicar la desaparición de Galera? Hay que agregar un elemento clave de la vida musical nocturna: el vacío jurídico. Si un recinto quiere o necesita vender bebidas o comida para sobrevivir, como suele ser el caso, necesita una licencia de auditorio y solo puede abrir cuando hay show, o una licencia de restaurante, bar -o peor- como table dance, para abrir en los horarios que le conviene. Esto implica costos adicionales que se suman a los impuestos por cada espectáculo, pero sobre todo crea un limbo jurídico que pone a los negocios y proyectos culturales en una posición incómoda frente a la Administración, quien los señala siempre como culpables de no cumplir al pie de la letra con el marco oficial. De manera general, espacios como Galera contravienen a la visión moralista y paternalista de la noche que ha promovido la élite política mexicana. Sin querer caer en el pesimismo total, parece legítimo preguntarse por qué existe tanto contraste entre el ahínco en clausurar o multar administrativamente los espacios musicales nocturnos y la impunidad sistémica en temas de violencia.

Tocando el tema de la violencia, hay que mencionar el tema tabú: el narco y el crimen organizado. Es un elemento crucial de la economía mexicana, no solo nocturna. No se puede quitar de la ecuación, tanto por las prácticas de consumo por parte de ciertos públicos como por el arraigo de sus organizaciones en la sociedad. Causante de la clausura de muchos espacios, por amenazas o agresiones directas a los dueños, sin hablar de la extorsión. Uno podría pensar ingenuamente que los narcos quisieran preservar los espacios donde venden su mercancía, pero la obsesión de ganar dinero a corto plazo prima y siempre habrá un siguiente lugar que extorsionar.

Sabiendo eso, parece muy interesante una de las estrategias de espacios como Galera para enfrentar este problema: diseñar un espacio cultural tan diverso que se vuelva muy poco atractivo para el narco. “La primera cosa es, no somos un antro, nunca fuimos un antro. [Los narcos] ubican más lugares que están abiertos todo el tiempo, donde hay fiestas todo el tiempo. Y aquí no ocurre, son eventos de vez en cuando. Una de nuestras estrategias más importantes era ‘no importa de dónde vengas ni a qué te dediques, siempre estás bienvenido’. ¿Eres narco? No tiene un pedo, pásale güey. Hoy hay club del libro, hay dibujo al desnudo, ¿quieres pasar? Pásale”. Si el narco es algún tipo de parásito, una solución pragmática es cambiar el propio metabolismo del host. Pero ese otro metabolismo es menos lucrativos y pone en peligro su sobrevivencia, lo cual cuestiona profundamente el rol de la autoridad pública. Los apoyos públicos, cuando existen, son particularmente escasos y desvinculados del sector cultural ya constituido. ¿No hay manera de matar dos pájaros de un tiro, luchando contra el narco a través del apoyo a proyectos culturales sin sacrificar la idea de una fiesta inclusiva?

Regresando al tema legal, desde el año pasado existe en Ciudad de México una ley de espacios culturales independientes, una ley elegantemente diseñada para espacios… no como Galera. No solo le hace falta un reglamento, pero sobre todo la venta de alcohol fue altamente conflictivo durante el proceso participativo alrededor de la ley, cuando es el elemento central de la economía de muchos espacios como Galera. Ciertos profesionales ya predicen su fracaso, debido a que no trata el problema desde su raíz, es decir la falta de espacio propio de los centros culturales dentro de la ley de establecimientos mercantiles. En otras palabras, estamos sumamente lejos de una integración planeada de esta franja particular del sector cultural y del entretenimiento en el espacio urbano. La clausura de Galera lo ilustra perfectamente, porque no corresponde al relevo generacional o estético casi natural de la vida cultural de una ciudad. La misma persona entrevistada para este artículo no contemplaba abrir otro lugar, sino más bien vivir en el extranjero. Sabiendo que Galera estaba en una zona, la alcaldía Cuauhtémoc, que supuestamente concentra una gran parte de la actividad cultural formal y de la frecuentación turística, es difícil imaginar los desafíos en el resto de la ciudad.

Otras ciudades de América del Norte han invertido masivamente en los artes escénicos, como Montreal en su barrio de espectáculos (Quartier des spectacles). Pero en realidad son los espacios y eventos “middleground” que dieron a una ciudad como Montreal su imagen creativa y su sustancia cultural. Estos espacios hacen el vínculo entre lo informal y lo mainstream, lo local y lo global, a pesar de que puedan hacerse conformistas o burgueses a veces. Lo más importante es que son clave para construir una cultura idiosincrásica y diversa. No es la primera vez que uno pregunta: ¿dónde están en Ciudad de México? En lugar de que huyan los talentos locales o que se queden bajo el agua, encerrados en burbujas, deberíamos cuidar los espacios nocturnos y ver hasta dónde puede llegar lo fascinante y particular que es la cultura en esta ciudad.

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