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Gabriela Domínguez Ruvalcaba: “La tierra no necesita que la cuiden, somos nosotros los que estamos estorbando”

La directora mexicana acaba de estrenar en salas de cine ‘Formas de atravesar un territorio’, un documental donde aborda a modo de ensayo poético la conexión de mujeres pastoras con las montañas de Chiapas

Gabriela Domínguez Ruvalcaba en octubre de 2024.

Sentada sobre la hierba, cerca de un río, doña Sebastiana está tejiendo en compañía de sus hijas y sus ovejas, mientras las cámaras graban un fragmento de lo que será el documental Formas de atravesar un territorio. La directora mexicana Gabriela Domínguez Ruvalcaba (San Cristóbal de las Casas, 44 años) se adentró en la Sierra Madre de Chiapas en un poético ensayo visual con mujeres pastoras de la comunidad indígena tsotsil para mostrar la conexión de sus saberes con la tierra que las rodea.

El filme, que se estrenó en la Cineteca de Ciudad de México esta semana, es una caminata larga entre hojas caídas y tierra húmeda en la que la propia directora vuelve a las montañas tupidas que observaba en su infancia con curiosidad y con temor desde su hogar en San Cristóbal de las Casas, en los Altos de Chiapas.

Esos cerros ya no son los mismos. La cámara es testigo de una mordida grande, registro de la devastación de bosques y vidas. La casa de doña Sebastiana todavía se mantiene resguardada por los árboles y por los borregos que cuida y la cuidan.

A ese lugar llegó Domínguez Ruvalcaba para un proyecto experimental, rodeada de mujeres, en el que las palabras despiertan otras maneras, más simbólicas, de narrar y transitar por la defensa de territorios ancestrales.

Pregunta. ¿Cómo es su vínculo personal con la realidad de las pastoras que aparecen en el documental?

Respuesta. Reconocer mi lugar y el de ellas era también reconocer el territorio en el que estábamos. Ese era el vínculo. Y, aunque hablamos distintos idiomas, no fue un impedimento para compartir y tratar de entendernos. Quise dejarles claro que quería entender su conocimiento sobre los ciclos de la tierra, siendo parte. Poder trasladarlo a mi casa y transmitirlo a través de una película.

P. ¿Qué le pasa a esa tierra que todas comparten?

R. Siento que en realidad la tierra no necesita que la cuiden. Es tan diversa y grande que somos nosotros los que, de alguna forma, estamos estorbando. Lo que he aprendido con doña Sebastiana y sus hijas es que en realidad pertenecemos a ella. A veces nos olvidamos y nos sentimos superiores, bajo esa visión antropomórfica, sin reparar que somos parte misma.

P. Esas escenas de largas caminatas por las montañas con ellas, ¿qué interpretación tienen en el relato?

R. Cuando las empecé a acompañar a caminar por estos senderos en las montañas, me parecía algo inimaginable. Eran los mismos cerros que veía desde pequeña alrededor de mi casa y no podía transitar porque decían que eran peligrosos. Ellas caminaban seguras. En su andar me iban nombrando lo que veían: la oruga, el caracol, los tiempos de la lluvia… Todo ese saber que han heredado y la relación con los seres vivos que habitan en su casa. El borrego no sólo les sirve para hacer lana con su pelo. Ellas lo consideran un animal sagrado.

P. ¿Cómo llegó a este formato de ensayo documental?

R. Es como cuando estás buscando algo y no lo ves, pero de pronto se revela con todos sus sonidos. Estoy mucho más consciente de los lugares a donde voy. También lo puedo ver en doña Sebastiana. El año pasado, que fue el estreno en el Festival Internacional de Cine de la UNAM, vino ella con tres de sus hijas. Sentía que conectaban con los árboles que también tenían allá, con su conocimiento universal de las plantas y la naturaleza que habita en diferentes lugares, porque para ellas es trascendente.

P. ¿Hay una intención de defender la manera en que ellas atraviesan el territorio?

R. Me gustaría que la película aportara en una conversación en donde se hable sobre la defensa del territorio. Sí que la película iba para allá, pero no solo tiene que ver con los territorios, con lo palpable, sino con todo lo impalpable: las creencias, los saberes, la herencia cultural…

P. Y, ¿qué dicen esos saberes?

R. En muchos de los pueblos originarios existe esa percepción del todo como un proceso. Hay una relación con la naturaleza distinta. La familia de doña Sebastiana, por ejemplo, sabe de los tiempos de la siembra porque reconoce los del agua. Entiende los elementos de forma conjunta.

P. ¿Cuándo reconoció una conexión entre las pastoras en territorio y su vida?

R. Cuando me hice consciente de su historia. La ciudad de San Cristóbal se erigió sobre humedales. Antes de eso, los pueblos mayas vivían en las montañas, pero no bajaban a la ciudad porque dentro de sus creencias había, me aventuraría a pensar, un respeto por los elementos y sus ecosistemas. Quienes llegaron a esos humedales decidieron construir sobre otras vidas. Desde ahí ha habido discriminación hacia los pueblos originarios y una ciudad colonial habitada, sobre todo, por personas de otros territorios. Sin embargo, aquí también nació el movimiento zapatista que exige se reconozca a los pueblos indígenas. Consciente de estas realidades, conozco a doña Sebastiana. Por eso, en la película aparece mucho el cerro, los mantos acuíferos, la diversidad de la naturaleza que la habita y todo eso que, a veces, no está presente en las historias del ser humano.

P. ¿Por qué el proceso de grabación estuvo rodeado de mujeres?

R. Tiene que ver con este espacio de escucha. No solo creo que tenga que ver con mujeres sino con las maneras. Convocas a personas que, como tú, están en la búsqueda de otras formas más cuidadosas, respetuosas y cercanas, quizá. Ahí me acompañé mucho de Natali Montell, que es mi fotógrafa, y de Denisse Cárdenas, bailarina y coreógrafa, para planear estos momentos, trayendo elementos que pudieran dar algo extraordinario. Es como cuando lees un poema y con una sola palabra construyes otras representaciones.

P. ¿La trenza infinita, esa imagen final, es un llamado a reconectar con la madre naturaleza?

R. Esa trenza viene de una mujer, pero se construye con las manos de muchas personas, incluso de las niñas y los niños, los animales y los mantos acuíferos. No vamos a desconocer tampoco esa maternidad. La familia de doña Sebastiana es muy distinta a las que viven en la ciudad. Es un reconocimiento a que, a través de la mujer, la mamá, la abuela, la hija, se mantiene el vínculo con las tradiciones. Son ellas las que están haciendo esa reconexión, ese cuidado de saberes y memorias.

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