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La bióloga que graba las sinfonías de los corales del Caribe mexicano para alertar de su extinción

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La bióloga que graba las sinfonías de los corales del Caribe mexicano para alertar de su extinción

Heather Spence instala micrófonos acuáticos en la segunda barrera arrecifal más grande del mundo para obtener la memoria sonora del océano y escuchar lo que estos ecosistemas tienen que decir

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Mientras sus compañeros universitarios mataban y diseccionaban los camarones pistola con sus fríos instrumentos de laboratorio, Heather Spence apostaba por examinarlos con vida. Pasó tanto tiempo viéndolos tras peceras que incluso creyó descifrar el carácter de cada ejemplar analizado para su tesis. Fueron tantos meses de escucharlos que pudo saber que, por cada cierre de su poderosa y desproporcionada tenaza, como si de un disparo se tratara, se genera una burbuja que resulta ser uno de los sonidos más fuertes de todo el mundo en aguas someras.

Heather Spence en una salida de trabajo en el mar.
Heather Spence en una salida de trabajo al mar.The Stills Lifestyle Agency

Spence adoptó de por vida aquella práctica universitaria; hizo de la contemplación su método de estudio y lo llevó a un proyecto tan descomunal como innovador: instalar micrófonos acuáticos en la segunda barrera arrecifal más grande del mundo para obtener la memoria sonora del océano y escuchar lo que estos ecosistemas tienen por decir. El material obtenido sirve a una investigación científica emprendida por la bióloga, que pretende demostrar el impacto del turismo masivo sobre esta comunidad marina del Caribe mexicano y evidenciar cómo los corales se están extinguiendo silenciosamente a causa de una rara y mortal enfermedad llamada síndrome blanco. Los sonidos también los usa para componer sinfonías musicales con las que concientiza sobre la importancia de los océanos, una iniciativa que llamó recientemente la atención de la Unesco.

La taxonomía de Heather Spence resulta curiosa. Es científica, pero también artista sonora. Es asesora en el Departamento de Energía de Estados Unidos, pero también educadora comunitaria. Spence nació en Virginia, Estados Unidos, en una familia de economía modesta. A los 8 años, inició clases de violonchelo con un maestro de guitarra. Estudió Biología en la Universidad de George Washington, la maestría en Biología Marina en la Universidad de Massachusetts Dartmouth, y el doctorado en Neurociencia conductual y cognitiva con especialidad en bioacústica en el Centro de Graduados CUNY.

Cuidar la naturaleza con sonidos

En 2007, en sus años de estudiante, en unas vacaciones en Cancún, se interesó por los pletóricos arrecifes del Caribe, unas pintorescas cordilleras de corales que se extienden por más de mil kilómetros, desde México hasta Honduras y que son refugio para tres de cada diez especies marinas. “Como turista me pregunté cómo se cuidaban las playas y los arrecifes. Me di cuenta que no contaban con estudios, con información. Fui con las autoridades. Di con la Conanp (Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas) y ahí platiqué con Jaime González, que era el director en ese entonces. Me dijo que hacían falta biólogos, porque todo aquí eran estudios sobre turismo, gastronomía, administración. Me impulsó a hacer algún proyecto, pero me dijo que no contaban con recursos”, cuenta Spence. “Y esto cambió mi vida. Dije: ¿Cómo pueden cuidar a la naturaleza sin información? Entonces estuve pensando ¿Cómo podemos tener mucha información con muy pocos recursos? Pues escuchando”, razonó.

Al regresar, inscribió un proyecto escolar para instalar hidrófonos entre los arrecifes del Caribe mexicano para recolectar información. “Me interesaba tener una línea base de información con indicadores biológicos y ruido de embarcaciones para ver si hay manera de identificar cambios en el medio ambiente. ¿Cómo vamos a saber si algo está cambiando si no tenemos un registro histórico?”, dice la científica.

Para entonces, los hidrófonos eran piezas de la prehistoria tecnológica, aparatosos y con poca capacidad de memoria y batería. Fijó uno en el fondo marino de Isla Contoy, otro en Isla Mujeres y uno más en Punta Nizuc. El tercer hidrófono fue especial por concurrir con otro proyecto. Era 2012 y el británico Jason deCaires Taylor, conocido por hacer arte paisajístico, sumergió una serie de esculturas en las costas de Quintana Roo, unas figuras de cemento especial que con el tiempo se llenaron de vida marina. Una de ellas se llamó The listener (El escuchante) por tener orejas en todo el cuerpo, al que le crecieron a la altura de los omóplatos corales de fuego, unas especies ramificadas en forma de alas, de manera que parece un ángel que escucha todo desde el fondo del mar. En su espalda, Spence instaló el hidrófono.

Para profesionalizar y ampliar el proyecto de monitoreo bioacústico, en 2018 Spence fundó Ocean World of Sound, una organización dedicada a la conservación de los mares. Como ella estaba intermitente entre Estados Unidos y Cancún, contrató a un grupo de jóvenes mexicanos para que instalaran nuevos hidrófonos y acudieran cuando fuera necesario a los sitios para darles mantenimiento, cambiar las pilas y baterías y los programaran para que graben sonido durante 30 segundos cada 14 minutos y medio. Todo eso en coordinación con la Conanp, quien da los permisos para hacerlo posible y ofrece sus embarcaciones para trasladarlos hasta los sitios monitoreados. El equipo está conformado por los buzos y realizadores visuales Raymundo Santisteban y Gino Caballero, la arquitecta de interiores Arelly Blas, encargada de crear las bases sobre las que instalan los equipos, y la buzo y activista Andrea Luengas.

The Listener, Punta Nizuc, en Cancún.
Instalación de equipos de monitoreo en la escultura The Listener, Punta Nizuc, en Cancún.The Stills Lifestyle Agency

El proyecto cobró más relevancia un año después, en 2019, cuando trascendió la noticia de que una nueva y extraña enfermedad llamada síndrome blanco estaba matando masivamente a los corales, unos ancestros submarinos que han vivido hasta 10.000 años en el planeta. Hoy, este letal agente ha acabado con el 30% de estos animales, consumiendo su tejido, que se va desprendiendo hasta dejarlos desnudos, en el puro esqueleto, lo que provoca su muerte en cuestión de semanas, de acuerdo con Lorenzo Álvarez Filip, investigador del Instituto de Limnología y Ciencias del Mar de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Filip recientemente publicó un artículo científico que demuestra que los arrecifes más dañados son los que se encuentran cerca de centros de población turísticos. Ha sido tal el daño, que algunas especies de coral, importantes por ser formadores de arrecifes —como las varillas que sostienen a los grandes edificios—, están al borde de la extinción.

Por si no fuera suficiente, el año pasado, cuando Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, declaró el inicio de la “ebullición global” por el aumento imparable de las temperaturas, se registraron en el mar del Caribe mexicano hasta unos insólitos 33 grados. Como los corales sólo pueden vivir en temperaturas de entre 18 y 30 grados, empezaron a morir rápidamente a causa de otra enfermedad muy parecida pero más común llamada blanqueamiento, que ocurre cuando se estresan por cambios de temperatura, lo que provoca la pérdida de sus colores. Es por ello que los corales empezaron a palidecer. De pronto y en pocos días, decenas de colonias de coral se uniformaron de blanco.

Heather Spence monitorea el sonido de un hidrófono.
Heather Spence monitorea el sonido de un hidrófono.The Stills Lifestyle Agency

Sin corales, la vida y diversidad marina ha ido disminuyendo en los arrecifes, aunque aún no se sabe con precisión cuánto. De ahí la relevancia de Ocean World of Sound, que ahora cuenta con una amplia base de datos sonora de antes de esta enfermedad, cuando la actividad marina era intensa, y después, cuando todo parece estar más en silencio. Sin querer, estos entusiastas se convirtieron en documentalistas de la extinción. Actualmente monitorean seis de las 20 Áreas Naturales Protegidas de Quintana Roo donde hay arrecifes y tienen en total dos terabytes de grabaciones por revisar, que son algo así como más de medio millón de canciones. “Estamos haciendo un estudio de comparación de información de una década, de 2012 a 2022, para ver cuántos cambios ha habido en todos los arrecifes que estudiamos. Primero, lo más aburrido, es que hay que procesar los datos para que podamos compararlos. Ahora los aparatos están bien, todos graban con archivos .wav, pero antes no, eran formatos .ben, entonces tuvimos que programar para hacer esa conversión. Pero no es posible escuchar todo, por eso abrimos aún más el proyecto”, dice Spence.

Se refiere al grupo que hace ciencia ciudadana: una treintena de voluntarios de todo el mundo que le ayudan a revisar el material. Como los corales no emiten sonidos, o al menos no hemos descifrado cómo oírlos, lo que se hace es registrar todo lo que se escucha. En una grabación, hecha el 6 y 7 de noviembre pasados, en uno de los arrecifes, el grupo anotó 42 sonidos: oleaje, toc-toc en el segundo 11, golpes secos al fondo, sonido agudo, click, interacción con el equipo, golpes y pequeños raspados, chirrido, ¿burbujas?, son algunas de ellas.

Hacer música con los sonidos del mar

Lo interesante es que, mientras los voluntarios escuchan solo ruido, Spence tiene la habilidad, desarrollada durante años como chelista y como especialista en bioacústica, de diferenciar el sonido por especies y hasta detecta patrones, sonidos que extrae en un programa especial, que va uniendo y que resultan en algo mucho más complejo, en música, por ejemplo. “En los últimos años, estoy explorando entre ciencia y arte, oyendo sonidos del mar y haciendo música con ellos”, dice. “Por las grabaciones, me doy cuenta que los peces hacen ruidos en patrón. Entonces, puede ser algo así como brrru, brrru, brrru. Como los pajaritos que hacen un sonido y lo repiten. Lo hacen sobre todo los hombres peces que quieren aparearse”.

Instalación de equipos de monitoreo en la escultura The Listener.
Instalación de equipos de monitoreo en la escultura The Listener.The Stills Lifestyle Agency

No se trata de música base a la que se integran algunos sonidos de naturaleza, aclara. Sino que son sinfonías creadas con base en estos sonidos, que ella acompaña con el violonchelo y otros instrumentos musicales. “Yo no digo: hoy voy a hacer una composición, va a ser piano con camarones, con este tempo. No. Es más como: ok, estoy escuchando algo, un ruido, un patrón y eso me va dictando cómo se desarrolla la pieza. Es un baile entre los sonidos y las notas musicales. Es como hacer una escultura, no se trata de planear: la materia te está diciendo que quiere ser”, desarrolla Spence, quien en su cuenta de Spotify ha colgado todas las piezas que ha compuesto de esta manera.

El alcance de estas piezas y del trabajo en general de Ocean World of Sound ha sido tal que la Unesco los invitó a participar en la Conferencia del Decenio de los Océanos 2024, celebrada en España del 10 al 12 de abril pasados, con una instalación donde presentaron la memoria sonora de los arrecifes del sureste mexicano.

El trabajo Ocean World of Sound puede ayudar a cambiar paradigmas, afirma Spence. Hay ya hay artículos científicos que hablan sobre cómo reproducen este tipo de sonidos en un lugar donde quieren instalar un vivero que ayude a reforestar los moribundos arrecifes, para así atraer a la fauna marina necesaria para darles vida. O podría ayudar a transformar el turismo masivo. En lugar de que millones de viajeros vayan cada año a los arrecifes, que los contaminen con bacterias, bloqueador solar y basura plástica o que los asfixien y estresen por levantar sedimento con las aletas, se podría crear un proyecto menos invasivo pero igual de atractivo para los visitantes. “Quiero ver mucho más ecoturismo de sonido, que atraiga a la gente para escuchar, que la experiencia turística sea escuchar y no sea tan invasivo todo, sobre todo, por lo delicado de la salud de los arrecifes”, dice.

Spence anhela con formas diferentes de convivir con la naturaleza, como con su proyecto universitario de camarón pistola, donde se mate menos y se contemple más. “Así se puede tener el cerebro más abierto a lo que está alrededor, con más empatía, para generar diferentes maneras de interactuar y tener nuevas rutas. Descubrir cosas que no podíamos imaginar antes”, dice.

Créditos

Diseño y dirección de arte:  Fernando Hernández
Edición y coordinación de proyecto: Lorena Arroyo Valles
Desarrollo: Carlos Muñoz
Formato: Brenda Valverde
Diseño & Layout: Mónica Juárez y Luis V. Guillén
Edición visual: Héctor Guerrero


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