Lana huichol convertida en arte pop: el cosmos geométrico de Eduardo Terrazas
El Palacio de Bellas Artes inaugura ‘Equilibrio múltiple’, una retrospectiva de la obra del reconocido arquitecto, creador del logo de las Olimpiadas del 68
La belleza es un lenguaje universal y, tan pronto lo entendió, Eduardo Terrazas (Guadalajara, Jalisco, 87 años) la utilizó para tender puentes entre mundos aparentemente lejanos. Unas pinzas de la ropa, una madeja de lana o un conjunto de líneas cruzándose entre sí fueron más que suficiente para desplegar una creatividad que combina lo mejor de cada mundo. Su mirada humanista se acopla perfectamente a la precisión de las ciencias naturales y los tejidos tradicionales conviven con la estética pop sin apenas resistencia. El universo del arquitecto y artista visual mexicano es un campo infinito de posibilidades que todavía no se ha agotado. El resultado de más de cinco décadas de trabajo es una extensa obra rebosante de color y geometría que desde este jueves y hasta el 8 de octubre acoge el Palacio de Bellas Artes bajo el título Eduardo Terrazas. Equilibrio múltiple. Obras y proyectos (1968-2023).
“Una estructura, una idea, un concepto, siempre tendrán muchas formas de verse y de representarse de forma bella”, explica el creador durante la presentación. “La belleza es lo que nos comunica con los demás seres humanos”, defiende. El físico frágil e inseguro de este hombre de 87 años contrasta con su lucidez mental y su discurso claro. Terrazas ha sido parte activa del desarrollo del proyecto, que ha estado bajo la curaduría de Daniel Garza Usabiaga.
La exposición se compone de 144 piezas distribuidas en cuatro partes que abarcan toda la producción del artista, desde sus inicios en los años 60 hasta hoy, y cuenta con 10 obras nuevas creadas para la ocasión. “Terrazas es un artista multifacético. Era muy importante poder contemplar todas esas perspectivas sin descartar nada”, justifica Garza Usabiaga. “Ahora hay nuevos públicos, más jóvenes, que no estuvieron en la inauguración del metro ni en los Juegos Olímpicos de 1968. Hay una importante recuperación historiográfica para que puedan conocerlo”, ahonda.
Terrazas siempre estuvo conectado con lo que ocurría en otras partes del globo. Introducir ese mundo en México y a México en ese mundo se convirtió en el centro sobre el que ha orbitado su trabajo. En 1961 conoció al reconocido museógrafo Fernando Gamboa, con el que preparó una exposición de arte prehispánico que viajó por San Petersburgo, Varsovia y París, todavía en tiempos de la Unión Soviética. “Imaginaos lo que eso significó para mi conciencia y mi percepción del mundo. Fue muy importante”, reconoce ahora. Todos esos viajes lo comprometieron con su tiempo. “Tenemos que reaccionar a las realidades de nuestra época. En eso consiste mi obra: en tomar conciencia social del mundo”, sintetiza él. Lo rompedor fue hacerlo a través de la estética pop, lejos del arte muralista que había dominado décadas atrás el paisaje del país.
El diseño del logo del campeonato constituyó el primer éxito incontestable de Terrazas. “Convertimos las tablas huicholas en símbolo de los Juegos poniendo una hebra, y otra, y otra”, relata el arquitecto: “A partir de eso pudimos establecer toda una identidad, cruzando la tradición mexicana con la esencia moderna de los Juegos”. Aquello que marcó el ascenso meteórico de su carrera abre también esta retrospectiva que avanza cronológicamente por las distintas salas.
La lana tradicional lo acompaña en casi todas ellas y forma parte de una colaboración con el maestro que lo acompaña, el artesano Santos Motoaapohua. “Todos los proyectos se hacen con un gran equipo. Si no lo tienes, no vale para nada”, había avisado Terrazas antes de comenzar el recorrido. “Ténganlo en cuenta cuando lo vean”, enfatiza poco después, humilde.
El tejido se transforma en las siguientes salas en una serie agrupada bajo el título Posibilidades de una estructura, en la que diversos conjuntos de líneas en diagonal, horizontal y vertical juegan con otros círculos y cuadrados. El más extenso de los cinco ejes que lo componen ―Nueve círculos, Retícula, Diagonales, Código de barras y Cosmos― es el último, donde el creador se detiene a explicar. “El objetivo era darle sentido a nuestra época y presentarlo como arte”, confiesa: “Me reuní con un profesor de matemáticas de Oxford y esta fue nuestra conclusión sobre el esquema que sigue el cosmos. Es nuestra interpretación para que la gente sepa que existe con esta dimensión y variedad”.
Las nuevas obras realizadas para la exposición siguen este motivo, jugando con una gama de colores degradados y con más presencia del blanco. “Todavía representan al cosmos, pero ya se están convirtiendo en otra cosa”, anuncia enigmático, dejando al espectador la interpretación. “Pero siempre procurando que haya atracción, porque la belleza es imprescindible”. La belleza es el motor y el punto de llegada.
También en su Museo de lo cotidiano, un conjunto de cuadros y esculturas compuestos por elementos de uso habitual en cualquier casa mexicana: escobetillas para lavar los platos, pinzas de la ropa, reglas escolares. La belleza está en la mirada y nada se escapa a la suya. “Una estructura sencilla puede dar lugar a miles de formas. La realidad es un campo de posibilidades”, resalta Terrazas.
Si la experiencia con Fernando Gamboa en el 61 impactó en su imaginario, conocer al sacerdote austriaco Iván Illich cinco años después terminó por apuntalar el ideario de Terrazas. Se conocieron en 1966, cuando el pensador católico se instaló en México, y se convirtieron en íntimos amigos hasta su muerte. Illich cultivó una gran actividad más allá del mundo eclesiástico, con el que llegó a enfrentarse por sus ideas, y su crítica del modelo industrial capitalista lo llevó a fundar en Cuernavaca el CIDOC, un centro intercultural que reflexiona sobre el desarrollo sostenible. Todo ello resuena en la obra de Terrazas y muy especialmente en el colofón de la exposición: Todo depende de todos.
La obra se compone de dos mosaicos de 16 piezas cada uno que realizó en 1975 para una reunión del Club de Roma en Guanajuato con las que buscaba denunciar el modelo de desarrollo industrial insostenible. Crecimiento exponencial, en blanco y negro, conversa con Crecimiento orgánico, una explosión de color. Los cruces de líneas avanzan de forma análoga en ambas composiciones hasta el cuadro 10 u 11. Pero entonces se produce un quiebre que deriva en un negro total en el primero, pero continúa generando nuevas estructuras en el segundo. Los caminos son múltiples hasta que todo colapsa. “Uno trabaja para la Humanidad”, deja claro él, y con eso despeja las dudas. Su camino está junto al color y el progreso social.
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