‘Dioses y máquinas’: los grandes muralistas descubren el pop
El cineasta mexicano Santiago Sierra Soler inaugura en el Palacio de Bellas Artes una videoexposición que reinterpreta las pinturas tradicionales sobre el mestizaje y la colonización
Si Rivera, Orozco y Siqueiros se hubieran conocido hoy, quizá sus muros nos hablarían del cambio climático y los feminicidios. Quizá sus personajes vestirían otra ropa y quizá los lemas que enarbolaron se entonarían al ritmo de la música pop. Es un ejercicio para la imaginación, pero lo cierto es que sus pinturas siguen generando nuevas preguntas e interpretaciones a quienes se cruzan con ellas en los espacios públicos que conquistaron hace un siglo. El cineasta y fotógrafo mexicano Santiago Sierra Soler (Ciudad de México, 40 años) se sumerge en ese ejercicio y entabla un diálogo con ellos que los traslada a nuestro tiempo para explorar qué significa ser mexicano en la actualidad. El resultado de ese proceso es la videoexposición Dioses y Máquinas, disponible en el Palacio de Bellas Artes desde este miércoles y hasta el 27 de agosto.
“Ellos cambiaron el caballete por los muros para hablar directamente con la gente, y eso es lo que quisimos continuar: hacer algo para los mexicanos y también para el resto del mundo, porque la búsqueda de la identidad mexicana hoy es una cuestión global”, explica Sierra Soler a EL PAÍS un día antes de la inauguración de la muestra, en el mismo espacio donde está instalada. Producida por la firma mexicana The Lift, la propuesta está compuesta por siete vídeos inspirados en algunos de los murales clásicos que representaron el mito de la conquista y la leyenda del mestizaje, a los que se incorpora ahora una iconografía pop. Desde un paraíso onírico donde reina Xochipilli, príncipe de las flores y Dios de los artistas ―“el preferido de Rivera”― hasta las calles del México actual, pasando por el antiguo Tenochtitlán, la conquista española o el primer hijo mestizo.
Las pantallas se disponen en forma de zig zag sobre las paredes de una sala oscura que genera una atmósfera envolvente. La distribución permite verlas todas al tiempo nada más entrar, pero el orden indica un camino más o menos lineal que, sin embargo, también está pensado para que el espectador lo pueda alterar en cualquier momento. “La instalación está concebida desde una noción expandida del cine”, desarrolla Joshua Dalí, uno de los curadores de la exposición: “Es decir, no necesariamente te sientas a contemplar en silencio una proyección. Buscamos un espectador activo que esté transitando por el espacio”.
La muestra constituye la primera entrega del proyecto Muralismo desbordado, un laboratorio de creación multidisciplinar creado por el Palacio de Bellas Artes para propiciar nuevas narrativas y estéticas a partir del legado del potente movimiento mexicano iniciado en los años 20. Ninguna otra muestra ha sido finalizada todavía y no está previsto un número concreto de exposiciones, pero todas ellas responden a la voluntad de atraer a un público más joven y llevar el arte fuera de sus formas tradicionales, “hacerlo un poco más expansivo”.
Nada es tradicional en esta. Cada cortometraje tiene asociada una atmósfera y una música compuesta por Ignacio Ferrarazzo que combina instrumentos prehispánicos, como el silbato jaguar o los caracoles, con sintetizadores y melodías manipuladas digitalmente. Los vídeos, de varios minutos cada uno, se reproducen en bucle de forma simultánea, dando la impresión de que el tiempo queda suspendido. Esa sensación entronca con el planteamiento de fondo del artista, que recupera el concepto náhuatl nahui ollin, símbolo del movimiento constante, para construir una exposición de pintura viva o tableaux vivants. “El tiempo es una ilusión, no es lineal. En el mundo antiguo se concebía como una espiral, y yo me identifico con eso”, reconoce.
El elemento que muestra esa concepción cíclica de la vida y de la historia son las flores, que en cada vídeo adoptan un papel distinto: son extraídas del cuerpo de un guerrero sacrificado en el templo mayor, en la época azteca, en una imagen que evoca el Sacrificio humano de Orozco; son utilizadas como adorno de los ropajes de la Malinche, en otro fotograma que alude a un fresco del mismo autor; o son objeto de venta por una mujer invisible para los ojos de los transeúntes de hoy, entonces Los aristócratas pintados en el antiguo Colegio de San Ildefonso.
La elección de la flor no es casual. La relación del hombre con la naturaleza ocupa un rol central en su imaginario político y artístico, y sirve de hilo conductor entre sus proyectos publicitarios y aquellos que tienen un carácter más social. De sus últimos trabajos, destacan su colaboración con Vogue en torno al realismo mágico latinoamericano y su libro de fotografía Nahual, realizado con la comunidad Ek-Balam del Estado de Yucatán, al sur del país. Aunque no es el único elemento que comparten: el estilismo de Chino Castilla atraviesa esas publicaciones y también la muestra que ahora se inaugura en el Palacio de Bellas Artes, dando continuidad a todas ellas y marcando un estilo propio con el que identificarlas.
“La última pantalla, la de la vendedora de flores, es el corazón de la pieza entera, por eso decidí hacerla en blanco y negro, para romper con lo demás”, concluye Sierra Soler, ya en el final de la muestra. Es el vídeo que nos sitúa en las calles de hoy, con la gente buscando a sus desaparecidos y los niños nadando en un mar de plásticos. Es la pantalla que le da sentido a toda la exposición. “Cuando hablamos de muralismo, no hablamos solo de las cosas que han pasado, estamos hablando de dónde estamos hoy para saber hacia dónde vamos”, argumenta. El muralismo se reinventa una vez más para hablarnos desde el hoy, muchos años después de su nacimiento. ¿Y qué significa ser muralista hoy? “Seguirnos cuestionando y cuestionando todo a nuestro alrededor. Cuestionarnos por qué las cosas son como son para poder empezar a cambiarlas”.
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