Franco Félix: “Todas las madres te van a abandonar en algún punto”
El escritor mexicano conversa con EL PAÍS sobre su última novela, ‘Lengua dormida’, una crónica íntima sobre la búsqueda del pasado oculto de su madre fallecida
Ana María no debería estar donde está. Anita, como le dicen cariñosamente, está muerta. Y, sin embargo, está sentada en una silla de metal, en el cobertizo de su antigua casa. Canturrea y se balancea hacia delante y hacia atrás, esperando la llegada de su hijo, y con cada movimiento se derrama sobre sus costados el manto de tierra que la viste. “La vieja ha salido de su tumba y se ha arrastrado hacia aquí”, se oye pensar al protagonista de Lengua dormida (Sexto piso, 2022), la última novela del escritor mexicano Franco Félix (Hermosillo, Sonora, 1981). La mujer es su propia madre, el personaje es su alter ego, y no está alucinando: solo sueña.
El autor norteño, profesor de Humanidades en la Universidad de Sonora y premiado por varios de sus trabajos anteriores, como Kafka en traje de baño (Nitro Press, 2015) y Los gatos de Schrödinger (Tierra adentro, 2015), abandona el absurdo que ha caracterizado sus últimos libros para iniciar un viaje íntimo hacia el abismo: descubrir por qué su madre abandonó a una familia anterior cuando era joven y, sobre todo, por qué siempre se negó a hablar de ello mientras vivió. La obsesión de Félix por darle voz a ese silencio “que acecha y mata y descuartiza y te hace pedazos por las noches”, en palabras de su protagonista, le ha llevado a escribir un relato cargado de confusión y de humor que va mudando de piel. A veces se presenta como una crónica en apariencia desordenada, otras como apuntes en un diario, y en algunas ocasiones simplemente como una carta de amor; siempre intercalados por pequeñas digresiones sobre el lenguaje y el tiempo.
“Más que aquello que tienes, es lo que te falta lo que genera tu personalidad, porque si hay algo que nos define como humanos es el deseo”, sostiene el novelista, que ama los tiempos lentos y huye de las redes sociales. En alguna entrevista anterior ha confesado que se planteó ser pintor, pero su daltonismo le quitó la idea, y los libros han canalizado finalmente su vocación artística. El escritor recibe a EL PAÍS una mañana cálida, en una librería-café de Ciudad de México, donde reflexiona sobre el duelo y la relación con su progenitora, a la que compara con la Llorona.
Pregunta. ¿Cuándo se dio cuenta de que necesitaba investigar y contar la historia de su madre?
Respuesta. Me di cuenta desde niño. Mi madre me parecía un misterio total, porque mi hermana se apellidaba de otra manera. Cuando eres niño tienes estas dudas, ¿no? Conforme vas creciendo, dices, “ah, es que mi madre estuvo casada con alguien más”. Pero, al tratar de preguntar sobre ello, mi madre lo que hizo fue dormir su lengua: “Yo no hablo. No existen mis primeros 33 años”. Creo que esa oquedad en el relato me fascinaba. En 2010 escribí un texto sobre ello y lo publiqué en una revista española porque pensé: no va a llegar aquí, no lo va a leer. Nunca lo habría hecho en México porque a lo mejor lo leía, pero ese texto tuvo repercusiones a un nivel muy especial, psicótico, con la otra familia, que me escribió. Cada vez había más misterio. Ahí me di cuenta de que era necesario escribir.
P. ¿Su madre llegó a leer el artículo?
R. Creo que no, creo que no... O no sé. La verdad es que creo que apenas conozco a mi madre escribiendo su libro. No conozco su postura, su forma de pensar. Por más que intento entrar en su cabeza, no puedo. Ahora la sociedad es más moderna y lo aceptamos un poco más. Hay escritoras bien interesantes hablando sobre la maternidad disidente, sobre este derecho a permitirse sentir o dejar de sentir o experimentar sensaciones que arquetípicamente están mal vistas. Pero hace 45 años no te lo cuestionabas. Solo era una mujer que abandonó a su familia.
P. ¿Cómo es el proceso literario cuando la protagonista es su propia historia, cuando elimina esa distancia a la hora de narrar lo que ocurre?
R. Fue muy difícil, porque es muy testimonial y me siento muy expuesto. Y creo que la forma de distanciarme un poco es con el humor. Tiene mucho humor, creo, ¿no? Es absurdo que uno diga, ‘ah, soy chistoso’. Pero sí, trato de ocultar un poco mi visión del mundo mediante el humor. Como esta risa nerviosa, este velo de la risa.
P. ¿El humor nos salva del dolor?
R. Sí, es una forma de llanto. Es una risa de llanto. Fue complicado, pero también quería reivindicar ese relato de mi madre y, si lo hubiera hecho con una tercera persona, se hubiera sentido más como una ficción. Y acá parece que soy yo, Franco Félix, hablando de mi historia, y pues así es, ¿no? Quería que fuera una especie de confesión. Todo el origen de mi falla... La gran fisura que tengo proviene de ahí.
P. Precisamente en la novela sostiene que la única forma de hablar de un agujero es nombrando la herida que deja en la superficie. ¿Cuál es la herida que le dejó?
R. Hay un capítulo donde digo que es como que todas las madres te van a abandonar en algún punto. Quizás no de esta manera, como abandonar una familia, pero bueno, su muerte es una forma de abandono. Esa gran herida. Ay, esta cosa a mí me mata, me mata. Y es algo que he tenido que trabajar durante mucho, mucho tiempo. Todos mis fallos están en ese sentimiento. Casi como si hubiera heredado ese dolor que ella traía de haber abandonado una familia. Mi madre lloraba por las noches cuando se emborrachaba, se le salía el inconsciente y empezaba a gritar: “¡Ah, mis hijos!”. La verdad es que convivía con la Llorona, casi. ¿Por qué escribo así? Pues porque mi vida siempre ha sido muy extraña en ese sentido. Salgo a la calle y no entiendo nada, para mí la vida es un signo de interrogación.
P. Inicia el libro con un sueño y lo cierra con otro. Son un elemento transversal que va empujando el relato. ¿Qué papel han jugado en su vida, en su duelo?
R. Soñar me ayudó muchísimo a mantener esa conversación con mi madre. Sus últimas palabras en el hospital me las dijo a mí. Me dijo: “Llévame a casa”. Y no me la llevé, y luego falleció, y yo me quedé un poco trastornado por eso, la verdad. Los sueños me han ayudado a resolver estas conversaciones pendientes. Ese: “Mamá, no te llevé a la casa, te llevé después de que falleciste”.
P. ¿Cree que pueden ser realmente un terreno neutral en el que se encuentran vivos y muertos, como sostiene su personaje?
R. De hecho, el sueño del final fue antes de su muerte, pero a mí me funciona como una despedida, porque yo he tenido una satisfacción muy grande en ese terreno neutral del que hablamos. Como creer en algo. Uno no puede ser realmente descreído. Si hay algo místico en mi vida es eso, permitirme soñar, permitirme conversar con ella en los sueños.
P. ¿Cree en la vida después de la muerte?
R. Fíjate que no creía, pero ahora quisiera, ¿no? Y no por mí, es una onda de que quisiera que mi madre estuviera en ese lugar que toda su vida deseó. Me cuestiono muchas cosas sobre eso. Yo me puedo reencarnar en una mosca, pero es por ella. Sería frustrante, ¿no?, para alguien que cree demasiado en algo y se topa con que es el final. La muerte no es el final.
P. Entonces, ¿el libro es una forma de despedirse y dejar ir, o todo lo contrario, de retener en el tiempo para no tener que despedirse nunca?
R. Pues es un poco de las dos. Por un lado me despido, pero en el momento de escribirlo y fijarlo en el texto, también trato de hacerlo permanente. Digo: “Pues aquí vamos a estar tú y yo, madre. Vamos a sobrevivir aquí”.
P. Ahora que ya sabe cómo fue su pasado oculto, ¿se arrepiente de haberlo buscado?
R. [Ríe] No, no me arrepiento. Me gustaría tener más tiempo. Siento que toda esta velocidad… incluso editorial. Sí me cuesta un poco soltar esa historia. Pero sé que habrá cosas que voy a ir metiendo en el siguiente libro, rescatando partes.
P. ¿De qué trata ese libro?
R. Es un poco sobre mi padre, sobre su ascendencia. Tengo un par de libros listos, pero mis libros anteriores son absurdos, totalmente extraños. Y este es una escritura distinta. Ya no sé como volver a los otros, aunque no me gustaría que se quedaran en un cajón.
P. O sea que va a seguir explorando la vía paternofilial.
R. Sí, creo que sí. Si algo me enseñó la muerte de mi madre es que hay que poner atención. Poner atención a las cosas que uno obvia, ¿no? Y quisiera hablar de la historia de mi padre, pero es más bien un pretexto para seguir hablando de mi madre.
P. Ahora que ha terminado de escribir la novela sobre ella, ¿puede decir que ya sabe quién fue?
R. Sí, puedo decir que me he permitido conocer algunas cosas, pero desconozco muchas otras. Si en vida fue un interrogante, ahora es un interrogante mayor. Y eso es fundamental. Defiendo ese relato invisible. No hay que explicar nunca los chistes. Si no, se vuelven una cosa aburridísima.
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