Elecciones en General Motors: una luz en el túnel de la corrupción sindical que asola México
Los sindicatos se mantienen como una de las instituciones menos democráticas del país norteamericano
El resultado de las elecciones sindicales en la planta de General Motors en Silao (Guanajuato) es significativo por más de una razón. Primero, porque el Sindicato Independiente Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Industria Automotriz (SINTTIA) ha tundido con un 76% de los votos a la histórica Confederación de Trabajadores de México (CTM), algo quizá previsible, pero inédito. Y dos, porque se ha recibido en todo el país como un signo de apertura hacia la democracia en el ámbito sindical, un rayo de luz que proyecta sombra sobre todo lo demás. En un país donde los sempiternos líderes sindicales se pasean en avión privado, reúnen millonarias colecciones de arte y no van a la cárcel a pesar de las evidencias en su contra, cualquier señal de aire fresco se recibe con esperanza.
La semana ha sido completa: Pemex, la gran petrolera paraestatal ensayaba también una votación al amparo de una nueva ley laboral que establece ciertas garantías contra la corrupción, sin embargo, el resultado fue el esperable, a decir de los expertos: el candidato del cacique millonario Romero Deschamps se alzó con un triunfo incuestionable. Luz y sombras. Decir sindicato en México es abusar de la palabra. La corrupción en la que se desenvuelven pudre sin remedio uno de los pilares imprescindibles de la democracia. Pero quizá ha llegado el momento de salir del fango: las leyes luchan estos días contra una inercia de décadas.
En la parte de la sombra está el caso de Gregorio Roque, que entró a trabajar a la refinería de Minatitlán, en Veracruz, hace 26 años. Ya entonces, el contrato colectivo negociado por el sindicato petrolero se guardaba como un incunable, solo a la vista de unos pocos elegidos. Al firmar con Pemex, el obrero se interesó por conocer dicho convenio.
-¿Pa qué lo quieres? Eso déjanoslo a nosotros. Nosotros te vamos a defender.
-Pero el trabajador soy yo y necesito conocer las cláusulas.
-No, no. A ninguno se le da el contrato.
-Pues ustedes deberían impulsar que el trabajador se interese por el contrato.
-Ah, eres de esos revoltosos a los que les gusta leer. Creo que vamos a tener problemas contigo.
“Me di cuenta de que estábamos a merced de grupos de poder”, dice hoy por teléfono. El verbo bien se podría conjugar en presente.
Resultado de su historia, el sindicalismo en México es tan singular que no tiene parangón en el mundo. Antes de los años treinta, los trabajadores fundaron voluntariamente organizaciones para defenderse de los abusos patronales. Todo en orden. A partir de entonces, por resumir, llegó la gran huelga petrolera contra los empresarios estadounidenses y los obreros se vieron apoyados por el Gobierno de Cárdenas, que finalmente nacionalizó las explotaciones petrolíferas. El fuerte vínculo entre sindicatos y Gobierno empezaba su andadura. Los primeros se sentían amparados entonces por el poder, al que compensaban con orden social y protección política de los adversarios. Esa comunión seguiría décadas después, pero, como todos saben, el PRI se fue pudriendo y en su seno, los sindicatos. Las organizaciones de trabajadores habían obtenido un enorme poder en 1931 que se trocó peligroso bajo el control del Estado y en un contexto de corrupción. “Ya entonces se decía que había comenzado el fin del sindicalismo. Se invirtió el sentido de la representación: los sindicatos no representaban al trabajador frente al Estado y las empresas, sino a estos poderes ante los trabajadores”, explica Graciela Bensusán, profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) en Xochimilco.
Desde los años cuarenta, aquella relación fue tan estrecha como enferma. Si bien los políticos no podían alargarse en el cargo más allá de un sexenio, los líderes sindicales se eternizaban: 20, 30 años haciendo fortuna y gozando de poder político y económico. Cuando en el espurio matrimonio el presidente no encontraba compensación cortaba la relación y el cacique sindical podía acabar en la cárcel, pero normalmente no por su corrupción, sino por otros motivos, inventados o no. Todavía se usa en México la expresión quinazo para denotar un golpe de mando político. Así se deshizo Salinas de Gortari del líder Joaquín Hernández Galicia, La Quina. Y así ha ocurrido recientemente con Elba Esther Gordillo, poderosa jefa del sindicato más grande de América Latina, el de los maestros en México, SNTE. Pasó por la cárcel y ya está fuera y de nuevo con ínfulas políticas. Carlos Romero Deschamps también está en la calle, disfrutando de su inmensa fortuna. “Ellos son a la vez poder político y económico”, dice Bensusán, quien sostiene que decir sindicato en México es abusar de la palabra.
Sin embargo, Bensusán espera cambios que “no serán de hoy para mañana”, pero está esperanzada. Confía en que la reforma de la ley laboral aprobada recientemente, que ha permitido acabar con el voto público a mano alzada implementando sistemas informáticos que garanticen el secreto y frenen las presiones, o que los contratos colectivos tengan que ser votados por los trabajadores, entre otras muchas cosas.
A pesar de todo, para esta especialista no ha supuesto ninguna sorpresa que los agremiados de la petrolera Pemex, hayan votado de nuevo por el candidato de Romero Deschamps, Ricardo Aldana, tesorero en la época del jefe y senador y diputado en varias ocasiones. Como casi todos los líderes sindicales. “Pemex fue el corazón de ese modelo corporativo que se consolidó como un modelo autoritario, pero que pasó por una época de desarrollo estabilizador con grandes beneficios para los trabajadores. Pero en Pemex el arraigo de esta cultura sindical es enorme, arraigo en el manejo de las relaciones laborales y en la cultura del sometimiento y la subordinación acompañada de ventajas, que, ojalá, tuvieran otros obreros. Pero la responsabilidad no la tiene solo el sindicato. Pemex podría también haber cambiado algunas normas de relación con el sindicato, pero ahí está el líder, Romero Deschamps, le han jubilado y le han dado vacaciones. Eso fue una mala señal. El mensaje es que en este Gobierno no les meten en la cárcel. ¿Dónde está la actuación de la fiscalía?”.
Bensusán, con más de 20 libros publicados sobre sindicalismo y decenas de artículos académicos, forma parte del panel de expertos independientes que deben dirimir las quejas laborales emanadas de los acuerdos del tratado económico con Estados Unidos y Canadá, el TMEC, cuando los gobiernos no lo logren. Opina que son varios los factores que están obstaculizando la entrada a la democracia plena de los sindicatos: la propia empresa, el Gobierno y la justicia, dice. “El resultado en Pemex era anunciado”, asegura.
Sin embargo, el caso de General Motors en Silao le sirve de ejemplo de por dónde se pueden abrir las ventanas para que los líderes corruptos vayan decayendo, para que las afiliaciones sindicales dejen de ser obligatorios, para que los dineros que reciben los sindicatos de sus agremiados y del Gobierno se transparenten, en definitiva, para transitar hacia la democracia.
Los cambios en Silao han llegado de la mano de la reforma laboral, del concurso de Estados Unidos para cambiar esa ley y mejorar las condiciones sindicales ante el nuevo tratado económico, “y del apoyo de organizaciones mexicanas y de jóvenes académicos, abogados laboralistas que han acompañado este cambio, con su asesoramiento. Eso es lo que ha logrado derrotar a la CTM”, la confederación que nació en 1936 de las cenizas de la antigua Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM). Así lo explica Bensusán. Pero no se confía: “La ley cambió y es maravilloso, pero la realidad es algo diferente, necesitamos que se organicen los trabajadores”. Y entiende la dificultad de esa lucha: “¿Cómo te opones a un aparato burocrático de tanto poder? Son senadores, diputados. Hay que construir un sindicato para Pemex comprometido con la mejora de la empresa y no con hacer negocio”.
Pero la vida sindical en México es aún más compleja que las grandes corporaciones paraestatales y sus representantes. Hay otros sindicatos que se forman apenas para alcanzar poder político, o simplemente para hacer negocio. “Lo que sorprende es que el discurso sigue siendo revolucionario, de clases”, dice Jonathan Juárez, profesor de Sociología en la UNAM y experto también en historia sindical. Pero en la calle nadie se llama a engaño. “Tienen muy mala fama entre la opinión pública”, dice Juárez, y añade que el 60% de las peticiones que se hacen a los sindicatos para que revelen sus cuentas se quedan sin contestar.
La gente sabe que detrás de los sindicatos está el poder político, la corrupción. Ya lo dijo Elba Esther Gordillo. “Yo he puesto a dos gobernadores”. No hay mucho que añadir. Su sindicato, el SNTE, recuerda Juárez, creó un partido, Nueva Alianza, para intercambiar votos por favores, o por dinero, o por ambas. “Solo cuando a los líderes políticos no les sirven los mandan encarcelar”, dice Juárez, en un ejemplo nítido de hasta donde cala la podredumbre en el indistinguible sistema sindical y político. O como lo resume este maestro de la UNAM, con sorna: “México es el país más ecológico, todo se recicla, el sindicalista en político, el político en empresario, el empresario en sindicalista…”. Hasta se fundan empresas asociadas a las paraestatales para hacer negocio con ellas. Las basuras, el trabajo informal en mercadillos, el Metro, todo pasa por oscuros manejos sindicales. Por no hablar de algunos líderes hoy encarcelados que están directamente relacionados con la delincuencia, el robo, la extorsión, como Hugo Bello, del Sindicato Libertad, o Cuauthémoc Gutiérrez de la Torre, el líder de la basura, un producto que llama a las mafias en cualquier lugar del mundo. Mafia al margen y mafia institucionalizada.
Gregorio Roque, el trabajador de la refinería de Minatitlán, en Veracruz, vio un par de veces a Carlos Romero Deschamps, el cacique que estuvo al frente del sindicato petrolero durante 26 años. “Eran siempre mítines a lo grande, llenos hasta reventar de trabajadores y militantes del PRI”, una codiciada legión humana para traducir en votos y en recursos económicos.
En las elecciones locales celebradas en noviembre en Minatitlán, Roque, de 52 años, se quiso presentar candidato a la Secretaría General de la sección. Se enfrentaba al hijo del líder perpetuo en esa sección, Jorge Wade. Unos días antes de la votación, los funcionarios sindicales empezaron a convocar a los miembros de la planilla de Roque a las oficinas para forzarlos a que desistieran. De 157 personas que tenía se quedó con una quincena, insuficientes para poder concurrir. Wade Zúñiga fue el único candidato.
Roque y otros aspirantes han impugnado los resultados ante el Gobierno. El Centro Federal de Conciliación, dependiente de la Secretaría del Trabajo, les ha dado la razón y ha ordenado la repetición de los comicios, aunque todavía no ha puesto fecha. Esta vez espera que la competencia sea justa, pero no se acaba de fiar. La victoria de Aldana en Pemex le hace dudar “de si verdaderamente se puede confiar en la autoridad federal”. Si gana, lo primero que hará será repartir copias del contrato colectivo entre los trabajadores, eso que hace 26 años le negaron.
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