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La ciudad de los eternos inquilinos: de la carestía de vivienda en la capital al sobreprecio de los alquileres

La historia de Madrid es el paso de la vida en pensiones al sueño de la casa en propiedad y al actual encarecimiento del alquiler

Un turista se asoma a uno de los balcones de la antigua Posada del Peine (hoy es el Petit Palace Hotel), en el centro de Madrid, el pasado julio.
Un turista se asoma a uno de los balcones de la antigua Posada del Peine (hoy es el Petit Palace Hotel), en el centro de Madrid, el pasado julio.

La etimología de la palabra posada pudo haberse fraguado entre las cuatro paredes del Petit Palace Hotel de la calle de Postas, en el corazón de Madrid. Eso le dijo un historiador que pasó allí la noche al recepcionista Jon Lalana (Gran Canaria, 41 años). El edificio, levantado en 1610 a una manzana de la plaza Mayor, albergaba antiguamente la Posada del Peine, la pensión más antigua de España. Su fundador se llamaba Juan Posada ―de allí el origen apócrifo de la palabra― y su negocio duraría siglos. El sociólogo especializado en vivienda Andrés Walliser Martínez sostiene que la historia moderna de la capital es una parábola que comienza con la carestía de vivienda y el auge de las pensiones, a finales del XIX, sigue con el desarrollismo de las décadas de los setenta y ochenta, hasta llegar al punto actual de encarecimiento que castiga a los ciudadanos. Madrid ha sido, casi siempre, una ciudad de inquilinos.

“Hasta los sesenta”, asegura Walliser, “solo se construían casas burguesas que la gente obrera no podía permitirse”. Fue en esa época cuando José Pérez Serrano (Burgos, 78 años) se mudó a Madrid. Tenía apenas 15 años y un puesto de botones en el desaparecido Banco de Exteriores. “La suerte es que ofrecían una residencia en el Hogar del Empleado”, recuerda empuñando su bastón en una terraza de la plaza España de la capital burgalesa. Hay tres cosas que nunca olvidará: el ascensorista de un edificio de la Gran Vía con quien compartía habitación, los madrugones obligatorios para ir a misa antes del desayuno y el “Cine Club Aún, que estaba justito debajo”. Como muchos adolescentes crecidos en esos años, Pérez Serrano es un cinéfilo empedernido. Razona desde las películas, sabe la historia detrás de cada rodaje y el fondo de pantalla de su móvil es un retrato en blanco y negro de Grace Kelly.

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El antes y después de la Posada del Peine, en la madrileña calle de Postas, hoy convertido en un Petit Palace Hotel. Comparativa mediados de siglo XX y julio de 2024. Martín Santos Yubero/ Archivo Regional de la Comunidad de Madrid.

El Hogar del Empleado, en la madrileña calle de Cadarso, 18, fue demolido en 2015 para construir un edificio multiuso con pisos de lujo y viviendas turísticas. Pero Pérez Serrano se había ido mucho antes. “De botones pasé a lo que llamaban aspirante de auxiliar”, cuenta levantando las cejas. Era 1964 y su estatus profesional superaba los requisitos de la residencia. Entonces, se fue a una pensión.

Walliser aclara que el éxito del modelo residencial de aquellos años se debía también a ciertos rasgos culturales. Las mujeres que iban a estudiar o a trabajar a la ciudad eran enviadas, generalmente, a pensiones de señoritas, espacios donde estuvieran “protegidas y donde se conservara la reputación de la familia”. Un hombre soltero no vivía solo, no sabía hacer la limpieza, ni mucho menos cocinar. Pérez Serrano lo confirma: “Irse a un piso, solo, era impensable…Yo no he tenido ni una novia seria”. En las pensiones servían desayuno, comida, cena y la limpieza estaba incluida.

Bajo el mismo techo, habitualmente regentado por una viuda necesitada de ingresos, se establecía una dinámica de socialización específica. “Habría que pensar de qué manera definía aquello a la ciudad”, reflexiona Walliser. Y agrega socarronamente: “El equivalente ahora es lo que llaman coliving”. La diferencia es que en las pensiones convivía gente de toda clase de origen y familia.

En la Posada del Peine, hace dos años, Jon Lalana recibió a más de una “docena de nietos y bisnietos que celebraban el aniversario de boda de sus abuelos”. Se habían conocido en la recepción de la pensión, donde ambos vivían. Le contaron que él era un aviador falangista y ella, la hija de un republicano fallecido en la Guerra Civil. Como pedirle la mano era un escándalo en la sociedad franquista de posguerra, fingieron un embarazo ―escándalo menor―. “En memoria de ellos, los nietos y bisnietos hicieron una reserva grupal y pasaron aquí la noche”, relata el recepcionista.

Personal del limpieza en una habitación de la antigua Posada del Peine de Madrid, a mediados del siglo XX.
Personal del limpieza en una habitación de la antigua Posada del Peine de Madrid, a mediados del siglo XX.Martín Santos Yubero/ Archivo Regional de la Comunidad de Madrid

La parábola de Walliser alcanza su cima durante el desarrollismo. En los setenta y ochenta, España da el salto industrial. Los migrantes rurales que se habían desplazado a Madrid desde Andalucía, Extremadura y Castilla, principalmente, comienzan a tener estabilidad laboral y económica, transformándose así en clientes del mercado inmobiliario. La periferia experimenta un desarrollo acelerado. Donde antes había arrabales o chabolas, se empiezan a levantar bloques residenciales. Los obreros podían adquirir una propiedad con un año y medio de sueldo. “Hoy ni con dos o tres, probablemente ni con cinco, seis o siete”, dice el investigador.

En los setenta, cierra la Posada del Peine y tantas otras se transforman en hoteles. Después de la mili y un par de pensiones, José Pérez Serrano se muda a un piso por el barrio de Ventas con su hermano, pero el que pagaba todo era él. Según cuenta, la estabilidad económica se lo permitía y mudarse soltero ya no era cosa muy extraña. Lo que no recuerda es si el piso tenía cocina.

―El dinero que tenía me lo gastaba en comer fuera y en las sesiones continuas de los cines de la Gran Vía―, rememora, mordiéndose el labio.

Del desarrollismo y la movilidad social, la parábola cae desde su vértice a lo que Walliser define como una disociación entre los precios y el poder adquisitivo de los ciudadanos. El presente. Las razones son múltiples, señala el sociólogo, pero hay una fundamental que es la “financiarización de la propiedad”. Es decir, la transformación del inmueble en objeto de especulación financiera con el que operan actores tanto locales como globales. “Es desde este escenario que se impulsa el capitalismo de plataformas como Airbnb y los procesos de turistificación”, comenta. Según el portal inmobiliario Idealista, el precio de los alquileres en la capital española aumentó más del 32% en los últimos 15 años.

El burgalés no vivió ese proceso. O por lo menos no de esa manera. Con 52 años lo invitaron a prejubilarse. Entonces, vivía en El Batán, al sur de la ciudad. El piso lo había conseguido de palabra en 1985, en un café. “Pregunté a la camarera y fíjate qué suerte, había un matrimonio ahí mismo que dejaba el suyo”, dice.

Se quedó en el barrio hasta 2001. Después, la ciudad lo expulsó. Hace 23 años vive en un piso interior de la ciudad de Burgos, por el que paga 600 euros mensuales.

En Madrid, las cosas vuelven a parecerse a los años cincuenta, cuando se rodaba la película El pisito, de Marco Ferreri. Allí un treintañero desesperado por hacerse con la pensión en la que vive, pide un aumento a su jefe.

―¡Ale, ale, ale! ¡A trabajar, a trabajar, a trabajar!― responde el patrón, hojeando el cuaderno de la contaduría―. ¿Qué tendrá que ver el sueldo con el lío de la vivienda?

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