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La ciencia ficción tenía mucha razón

La literatura y el cine se adelantaron a catástrofes que hasta ahora parecían inverosímiles

Imagen cedida por Greenpeace de un montaje de como se vería afectada la ciudad de Marbella por la subida del nivel del mar en 2100.
Imagen cedida por Greenpeace de un montaje de como se vería afectada la ciudad de Marbella por la subida del nivel del mar en 2100.Pedro Armestre/Mario Gómez

El futuro catastrófico con el que durante años ha especulado la ciencia ficción empieza a ser real. Las distopías de las inundaciones, de las grandes sequías y de los incendios inextinguibles ya son una parte innegable del mundo. La ficción climática (Cli-fi) hace referencia a todas aquellas obras relacionadas con el cambio climático producido por actividades humanas. A medida que las condiciones ambientales se deterioran y los autores adoptan una conciencia crítica desde el ecologismo, las narraciones del género empiezan a describir el presente.

El término ficción climática fue acuñado por el activista británico Daniel Bloom en el año 2007. El escritor francés Jules Verne inauguró el género en 1899 con su novela Sin arriba ni abajo, en la que una compañía de artillería pretende derretir los polos para explotar los minerales del territorio. En 1962 el autor inglés J.G. Ballard abrió la edad de oro del Cli-fi con la publicación de su segunda novela, El mundo sumergido, en la que imagina un futuro donde las ciudades están inundadas tras el deshielo de los casquetes polares. Desde entonces, el género se ha popularizado – especialmente en la literatura anglosajona – y han participado autores de gran reconocimiento internacional, como el británico Ian McEwan, con Solar (2010), o el estadounidense Kim Stanley Robinson con Señales de la lluvia (2004).

Una de las obras más conocidas es El Cuento de la Criada (1985), de la escritora canadiense Margaret Atwood, que en 2017 fue adaptada a la televisión por HBO. La historia transcurre en una sociedad distópica en la que la función de las mujeres ha quedado delegada a la procreación, debido a las consecuencias de la contaminación medioambiental. Precisamente esta autora ha sido una de las voces que ha reclamado separar la ficción climática del género de la ciencia ficción. Atwood propone clasificar estos libros dentro de la ficción especulativa. Este género o subgénero se diferencia de la ciencia ficción porque inventa mundos posibles. En los escenarios que describe no hay dragones, ni marcianos, ni guerras intergalácticas. Hay una realidad inexistente que podría llegar a existir.

Una imagen de la segunda temporada de El cuento de la criada, 2018. /HBO
Una imagen de la segunda temporada de El cuento de la criada, 2018. /HBOGeorge Kraychyk (Hulu)

A esta categoría pertenecen clásicos de la literatura como 1984 (1949), de George Orwell, o Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley. Son historias que nacen en el terreno de lo fantástico, pero que, como contó la propia Atwood en una entrevista a EL PAÍS en el año 2016, la realidad puede trasladar al costumbrismo. H.G. Wells, uno de los grandes de la ciencia ficción, acuñó el término bomba atómica en su novela El mundo liberado (1914) más de 30 años antes de su invención. En un ejemplo más reciente, el autor norteamericano David Foster Wallace imaginó una tecnología televisiva calcada a Netflix en su célebre novela La Broma Infinita, publicada en 1996.

Los cientos de distopías climáticas escritas desde mediados del siglo XX también van camino de hacerse realidad, según las peores proyecciones que plantea El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC en sus siglas en inglés). Los científicos calculan que, para 2050, la temperatura global subirá más de cuatro grados, lo que multiplicaría la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos.

La escritora catalana Nùria Perpinyá se acoge al tono realista en su novela de ficción climática Diatomea (2022). La acción transcurre dentro de 200 años en un mundo amenazado por grandes inundaciones y en el que un físico demente propone acabar con el agua en la tierra. “Intento escribir eventos verosímiles; lo lamentable es que lo que nos parezca inverosímil pueda llegar a ocurrir algún día”, cuenta Perpinyá. En su opinión, el género de la ficción climática está en condiciones de independizarse de la ciencia ficción porque “poco tiene que ver con las novelas de extraterrestres”.

La literatura del cambio climático es capaz de saltar entre géneros y llegar incluso a la poesía. Niall Binns, profesor de literatura de la Universidad Complutense de Madrid, escribió Callejón sin salida (2004), un ensayo en el que analiza la representación de la crisis ecológica a través de la poesía. Pone como ejemplo La Tierra Baldía, de T.S. Elliot, que describe la desertización espiritual de la modernidad, pero que “tiene su correlato cada vez más evidente en la desertización globalizada de estos tiempos”.

Un 74% del territorio español se encuentra en riesgo de desertificación, según el Ministerio de Transición Ecológica. Nietzsche escribió un aforismo que consiguió cautivar a Heidegger y que hoy Binns señala como advertencia: “El desierto crece. Ay de quien dentro de sí cobija desiertos”.

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