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Crianza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un hijo no ha nacido para cumplir los sueños de sus padres: por qué es importante tener expectativas acertadas

Los niños merecen que sus adultos esperen grandes cosas de ellos, pero idealizarlos les llena de impotencia, miedo y soledad

Los padres y madres deben acompañar al niño de manera sana y afectuosa, haciéndole sentir valioso.
Los padres y madres deben acompañar al niño de manera sana y afectuosa, haciéndole sentir valioso.Image taken by Mayte Torres (Getty Images)

En el momento en el que decidimos que queremos ser padres, de forma inconsciente, empezamos a elaborar grandes expectativas hacia ese bebé que deseamos. Hacerlo es inevitable, pero el problema surge cuando ese hijo o hija, al nacer, no cumple con todo aquello que habíamos imaginado. A lo largo de los nueve meses de gestación, o incluso antes de saber que esperamos un bebé, conjeturamos cómo nos gustaría que fuese físicamente, qué tipo de personalidad, destrezas o capacidades debería tener e incluso fantaseamos sobre la profesión que ambicionamos que elija cuando sea mayor.

Pero en muchas ocasiones ese hijo no cumple con las expectativas que los padres y madres se habían creado. Reconocer que es mucho más tímido, movido, impulsivo o bajito de lo que se desea genera mucha frustración y a los progenitores les hace sentir un gran vacío en su interior.

Las expectativas que los progenitores tienen y proyectan hacia el menor da una falsa sensación de seguridad sobre lo que sucederá. Unas ideas poco realistas, a menudo repletas de miedos o anhelos propios, que llenan a los padres de ansiedad, frustración y decepción y a los hijos, de impotencia, miedo y soledad. Unos pensamientos que acaban modulando incorrectamente la identidad y el conocimiento del niño, y que entorpecen gravemente en su desarrollo. Los niños merecen y necesitan que sus adultos de referencia puedan esperar grandes cosas de ellos, pero sin sentirse presionados o evaluados constantemente. No son una extensión de sus padres, sino personas independientes con derecho a comportarse y a vivir la vida que deseen.

El problema surge cuando las ideas preconcebidas del adulto estrechan el camino y limitan el margen del niño, anteponiendo las necesidades y pretensiones del progenitor por delante del respeto a la personalidad y la libertad. Un niño debe sentir que sus adultos de referencia le aceptan tal y como es, sin peros ni pros. Que le ayudan a identificar sus fortalezas y mejorar sus necesidades y debilidades sin descalificarle o llenarle de etiquetas. Que no juzgan sus errores cuando se equivoca, sino que le ofrecen todo el apoyo que necesita. Que validan sus emociones y le ayudan a tomar decisiones adecuadas.

Si un niño siente que nunca está a la altura de las expectativas que tienen hacia él sus progenitores o sus personas más cercanas vivirá en una insatisfacción constante y tendrá baja autoestima. En un sufrimiento constante y en una enorme infelicidad. Mostrará muchas dificultades para gestionar correctamente sus emociones y crecerá sintiendo que todo lo que hace está por debajo de lo que se espera de él. Se hará mayor con el único deseo de satisfacer los deseos de sus padres, creándoles mucha tensión interna y una sensación continua de fracaso, culpabilidad e infelicidad. A lo que se suma que unas expectativas poco acertadas provocarán un distanciamiento entre padres e hijos y un apego inseguro.

En cambio, si el niño siente que las expectativas que establecen sobre él son positivas y acertadas tendrá autoconfianza o mostrará motivación por obtener buenos resultados. Se sentirá aceptado y libre para probar todo aquello que desee.

Claves para establecer unas expectativas acertadas hacia un hijo o hija

  1. Ser conscientes de las expectativas, deseos y miedos que los padres tienen en relación con el futuro del niño y el daño que pueden producir si no son acertadas. Deben acompañar al menor de manera sana y afectuosa, haciéndole sentir valioso. Reforzando todo aquello que hace bien y ayudándole a superar las dificultades.
  2. Cada niño es un mundo y tiene su propio ritmo de aprendizaje. Si se le respeta y se le da el tiempo que necesita para aprender llegará a ser una persona autónoma, capaz de realizar las cosas por sí mismo y de esforzarse por conseguir todo aquello que desee.
  3. Aceptar al niño sin prejuicios, reconociendo su individualidad fomentará que alcance su máximo desarrollo y potencial. El amor y el afecto hacia él no debe estar condicionado por si cumple o no con las expectativas que el adulto ha ideado. Un niño que se siente querido tenderá a mostrarse valiente y capaz de trabajar por todo aquello que se proponga.
  4. Como adultos se debe conseguir que el niño se sienta confiado y seguro, incentivándole a tener sus propios sueños, a ser autónomo, a aprender a hacer frente a las dificultades y resolver conflictos sin miedo al qué dirán.

Un hijo no ha nacido para cumplir los sueños o ser lo que sus padres no consiguieron alcanzar. Es una persona independiente con derecho a dibujar su camino sin sentirse cuestionado. Por eso necesita a su lado adultos que le inciten a trabajar sin miedo por todo aquello que desee. Como decía Norman Vincent Peale, autor estadounidense de El poder del pensamiento positivo, teoría que promueve enfocarse en lo bueno de cualquier situación: “No pidas a nadie que sea lo que no es. No pidas o esperes de una persona lo que esta no puede dar”.

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