Cómo saber si la soledad de tu hijo adolescente es elegida o no: “No necesariamente están apáticos o lloran”
En los jóvenes, la tristeza o los síntomas depresivos no siempre se manifiestan como en los adultos. Además, los expertos señalan que muchas veces detrás de una aparente elección por apartarse hay en realidad un mecanismo de huida


La soledad en la adolescencia, o en cualquier etapa de la vida, es un estado de aislamiento que, cuando no es elegido, se considera una emoción secundaria que proviene de la tristeza, que sería la emoción primaria; así la define Irene Ampuero López, psicóloga general sanitaria especializada en terapia infanto-juvenil y adultos. “Es decir, sentimos soledad cuando percibimos que no tenemos vínculos con los demás, y eso nos genera esa sensación de desconexión. En ese caso, la función de esa emoción es informarnos de que necesitamos vincularnos, que necesitamos conexión”. Ahora bien, la soledad también puede ser una elección personal. Hay personas que buscan esos momentos de aislamiento de manera voluntaria, para escucharse, disfrutar de su propia compañía o hacer cosas que les gustan, según prosigue Ampuero: “En estos casos, no está relacionada con la tristeza, sino más bien con la alegría, porque ese tiempo en soledad aporta a la persona bienestar”.
“En consulta se observa que muchos dicen elegir estar solos, que prefieren pasar tiempo a solas, dedicarse a sus hobbies, pero cuando exploramos un poco más vemos que muchas veces detrás de esa aparente elección hay en realidad una evitación", continúa la psicóloga. “¿Hay adolescentes que eligen estar solos? Yo no creo que sea una elección consciente y voluntaria. Esta etapa es un momento donde los iguales son muy importantes, el sentido de pertenencia, el ser visto por mis compañeros, por mis colegas, es muy relevante”, sostiene el psicólogo Rafa Guerrero. Coincidiendo con Ampuero, Guerrero explica que algunos jóvenes tienen la autoestima baja o son más tímidos y eligen estar solos, pero tal vez no de manera consciente, “lo hacen como un mecanismo de huida, más que nada como un mecanismo de evitación”. “Pero vuelvo a insistir en la idea de que para un adolescente es fundamental el hecho de sentirse pertenecientes, de estar con sus iguales y de identificarse con ellos”, incide.
“Efectivamente, no se están aislando porque quieran, sino porque tienen miedo a la interacción social, porque sienten vergüenza o inseguridad. Y aunque lo viven con cierto alivio, en realidad hay emociones más profundas, como miedo, tristeza o baja autoestima, que se están ocultando”, agrega Ampuero. Además, según sostiene la psicóloga, este tipo de aislamiento se ve muy reforzado por el uso de la tecnología, porque les ofrece distracción inmediata y gratificación a corto plazo: ver vídeos en YouTube, jugar a videojuegos, estar en redes sociales… Eso les entretiene, pero también les aleja más de los vínculos reales.
“La adolescencia es una etapa muy larga en el tiempo, que puede darse desde los 10, 11, 12 años hasta llegada la etapa adulta”, recalca la pedagoga Alejandra Melús. “Es verdad que para el sentido de pertenencia del adolescente es muy importante lo social, pero sí que hay muchos que, en muchos momentos, deciden estar solos. Es esa etapa en la que la puerta de la habitación se cierra y necesitan estar consigo mismos y les gusta explorar sus hobbies de manera autosuficiente y descubrir qué es lo que les empieza a gustar o no. Hay una parte ahí de soledad escogida”, matiza.
Pero hay otra que no. Ampuero señala que existen varios signos a los que padres y madres pueden estar atentos: “Lo primero son los cambios en los hábitos. A veces son pequeños, otras veces más evidentes. Por ejemplo, dejan de tener apetito o comen mucho más, duermen mucho o tienen dificultades para conciliar, ya no quieren salir de casa o no lo piden, y se reduce notablemente el contacto con sus amigos”. Otra señal, explica, puede ser precisamente que se encierren en su habitación: "Cuando un menor se siente abrumado por emociones que no entiende o no quiere compartir, suele refugiarse en su cuarto. Allí puede evadirse con la tecnología o simplemente aislarse porque no sabe cómo gestionar lo que está sintiendo. Pero esto, aunque al principio le calme, acaba reforzando aún más el aislamiento". Por último, asegura que un síntoma muy importante, y que muchas veces se pasa por alto, es la irritabilidad: “En los adolescentes la tristeza o los síntomas depresivos no siempre se manifiestan como en los adultos. No necesariamente están apáticos o lloran, sino que es más frecuente que muestren enfados frecuentes, incluso con conductas agresivas".
Cómo pueden ayudar los padres
“Obviamente, no es lo mismo que mi hijo me diga: ‘¡Ay, mamá, voy un rato a mi cuarto que estás muy pesada!’, que diga: ‘Necesito estar solo porque quiero escuchar música o porque quiero ver una película”, añade Melús. Para saber diferenciarlo, para ayudarle, los padres tienen que encontrar un hilo conductor para conectar con él: “Siempre hay algo. Hacer deporte, unirnos a sus hobbies, querer ir a un concierto de alguien que le guste”. Melús matiza que no se trata de estar al mismo nivel que ellos, porque siempre van a ver a sus padres como personas que ya están “fuera de onda”, o que muchas ocasiones no entienden lo que quieren.

“Sobre todo, los padres deben ayudar a su hijo desde la comprensión y la mirada incondicional”, retoma Guerrero. “Y comprender muy bien en qué fase está su cerebro: que está creciendo, está madurando. No tienen un cerebro maduro, y siguen necesitando el ejemplo, el apoyo, el acompañar desde la entrega, pero sin juzgar continuamente cuál es su comportamiento. Y sobre todo, ofreciéndole ayuda”, incide Melús. Para la pedagoga es muy importante que los progenitores entiendan que no se trata de nada personal: “Que nuestro hijo se comportaría igual teniendo cualquier otra madre o cualquier otro padre. Y nuestra manera de ayudarle es desde la comprensión y la empatía, entendiendo que esta etapa también pasará y que es algo habitual, y que forma parte de un desarrollo normal y saludable”.
“Lo primero es poder hablar abiertamente de las emociones, y, por tanto, también de la soledad”, puntualiza Ampuero. “Ayudarle a entender que a veces no elegimos estar solos, pero que nos vemos obligados por miedo, por inseguridad, por temor a ser juzgados. Mostrarle con naturalidad nuestro apoyo incondicional”. Y luego, según añade, también es importante poner normas y límites, especialmente en vacaciones: ”Es muy común pensar: ‘Bueno, al menos si se siente solo que use la tecnología, así se distrae’, pero eso en realidad no les ayuda. Les alivia momentáneamente, pero a la larga refuerza el aislamiento. Poner límites saludables y fomentar hábitos positivos es clave. Por ejemplo, proponer salir a dar un paseo cada día, hacer alguna actividad en familia, aunque sea pequeña. Eso ya le proporciona interacciones en un entorno seguro, que es el hogar". Y desde ahí, según la psicóloga, se puede ir poco a poco avanzando hacia otros tipos de interacciones: “También podemos sugerirle ideas que le acerquen a los demás sin presionarlo. Por ejemplo: bajar a la piscina de la comunidad, quedar con algún compañero con el que se sienta seguro, ir a alguna actividad grupal. Pero siempre respetando sus tiempos y sin juzgar sus dificultades”. “Y, sobre todo”, incide Ampuero, “si observamos signos de soledad no deseada acompañada de baja autoestima, problemas sociales o síntomas depresivos, es el momento de plantearse buscar ayuda psicológica profesional”.
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