María José Abad: “Demonizar las pantallas no es la solución, pero sí el buscar mejores modos de utilizarlas”
‘Empantallados’ es un manual de consulta para padres que recoge dudas y buenas prácticas para cuidar de la salud digital de la familia y fomentar un uso responsable de la tecnología
Si algo demostró el confinamiento impuesto hace casi tres años a raíz de la covid es la enorme capacidad de la tecnología para mantenernos conectados, trabajando o asistiendo a clases online. En una sociedad completamente digitalizada (cada hogar tiene una media de cinco dispositivos electrónicos, lo que supera el número de hijos, mascotas o dormitorios en un hogar), la pandemia supuso un punto de inflexión en nuestra relación con la tecnología. “Todo el mundo vivió un poco en modo supervivencia con el confinamiento y las pantallas, y tampoco te imaginas cómo hubiera sido aquello sin internet. Pero ahora ha llegado el momento de equilibrar su uso y preguntarnos qué papel queremos que tengan en nuestra vida y en la de nuestros hijos”, afirma María José Abad, coordinadora del proyecto editorial Empantallados (editorial Vergara), un manual sobre bienestar digital que se publica tras cinco años de trabajo junto a miles de madres, padres y expertos de distintos ámbitos.
¿Cómo educar en un mundo dominado por las pantallas? En un debate polarizado entre quienes reniegan de su uso y los que promueven su acceso casi desde el nacimiento, la respuesta se parece más a una escala de grises: en España, a los 10 años, un 20% ya tienen móvil; a los 12, un 67%, y a los 14, más del 90%. Y aunque educar en un uso responsable de la tecnología plantea todavía muchas dudas, también arroja no pocas certezas: “Una educación completa no puede vivir al margen de lo digital, y las pantallas plantean tres retos educativos que tienen que ver con la autoestima, la gestión del aburrimiento y entrenar la atención”, señala Abad, para quien la autoestima es precisamente uno de los desafíos más claros que presentan las nuevas tecnologías.
“Los padres tienen un gran papel a la hora de ayudar a los hijos a conocerse y quererse. Porque, pase lo que pase, debemos ser fans incondicionales suyos: al igual que hay valoraciones externas, el primer like lo pueden recibir en casa”, añade, recordando un artículo de Fernando Alberca en la web de Empantallados. Un aspecto en el que también redunda la psicóloga Silvia Álava: “Pensamos que las redes sociales tienen la culpa de la baja autoestima de los adolescentes. Sin embargo, buscando culpables no adelantamos nada. Los padres y educadores debemos enseñarles a gestionar bien las pantallas y evitar, entre otras cosas, la comparación social; que no sientan que su valía depende del número de Me gusta”.
Enseñar a apreciar lo positivo
El papel de los padres como guía y referencia resulta, por lo tanto, fundamental a la hora de potenciar la autoestima de los menores y orientar de forma adecuada su relación con las pantallas. Si, por ejemplo, solo les recuerdan a sus hijos los aspectos negativos les costará más ser conscientes de lo positivo; y si no se han esforzado por desarrollar un clima de confianza con ellos, cuando estos tengan dudas no acudirán a sus padres para resolverlas, sino que lo buscarán por su cuenta en internet. Porque al final, para los menores, el entorno online y el offline son cada vez más similares, así que enseñarles a manejar la autoestima en general les servirá para desenvolverse mejor en el mundo virtual.
“Hay toda una parte del libro dedicada a los adultos, porque pensamos que su ejemplo es muy importante. El papel que tengan condicionará los hábitos saludables que los pequeños tendrán después con las pantallas”, explica Abad. Como modelo, pone una línea roja: enseñarles que los teléfonos móviles han de dormir siempre fuera de las habitaciones, para evitar que ese dispositivo sea lo último y lo primero que miran al acostarse y despertarse. El parking de móviles es, precisamente, uno de los numerosos recursos descargables que Empantallados pone a disposición de los padres.
La gestión del aburrimiento es otro de los retos que se han de abordar desde una edad muy temprana: no en vano, el 84% de los adolescentes en España reconocen usar mucho el móvil para evitar aburrirse, especialmente cuando están solos en casa, según se recoge en el estudio El impacto de las pantallas en la vida familiar, de Empantallados y GAD3. Estamos ante lo que los autores del libro llaman la generación del “quiero algo y lo quiero ya”, de personas que se han acostumbrado a obtener, gracias a la tecnología, una gratificación inmediata ante sus deseos. Por eso, apunta la coordinadora del proyecto, se debe promover todo lo que sea fomentar metas a medio plazo, que requieran un esfuerzo: campeonatos deportivos, voluntariado adaptado a cada edad, aprender a tocar un instrumento... “Y luego, aburrirme, aburrirme... Yo siempre buscaba cosas nuevas que hacer, y eso es lo que hay que incentivar, porque contribuye al desarrollo de la autoestima y de la creatividad”. Padres y educadores comparten parte de la responsabilidad de descubrir qué se les da bien hacer a los menores y después potenciarlo.
“A veces, los padres nos piden recetas mágicas, pero cada uno tiene que ver, en su casa, cómo le gustaría educar a sus hijos, y qué herencia les quieren dejar”, advierte Abad. Se trata de un desafío importante porque nadie tiene, en este caso, una tradición familiar previa: no puedes preguntarte qué hacían tus padres o tu abuela cuando, por ejemplo, había tantas pantallas en las comidas familiares. “Muchas veces también nos preguntan por el acceso a contenidos inadecuados, pornografía... Y lo que les decimos es: piensa en qué te gustaría hablar con tus hijos, y que te lo pregunten a ti, no a internet; sé su referencia. Más vale llegar un año antes que un solo día después. El 78% de los adolescentes reconocen que, aunque piensan distinto, hacen caso a los consejos de sus padres”.
Para Abad, la solución no siempre pasa por prohibir las pantallas: es mejor consensuar una serie de normas para toda la familia y colocarlas en un lugar visible, para que sirvan de recordatorio para todos. Y que, en vez de estar siempre cada uno con su pantalla, se promueva también un uso compartido, como puede ser el hacer que los viernes sean, por ejemplo, día de película y palomitas: “En el estudio de Empantallados y GAD3 vemos que tres de cada cuatro padres consideran que ver series y películas con sus hijos facilita generar temas de conversación. Pero luego, al final, el 60% de los adolescentes las ven solos. Demonizar las pantallas no es una solución, pero sí buscar modos mejores de utilizarlas. Posibilidades hay muchas: videojuegos, juegos de mesa online...”.
Pantallas, redes sociales e identidad
Educar en un uso responsable de las pantallas implica, como padres, saber poner límites de una manera amable, pero también entender que, para los menores, estas forman ya parte de su propia identidad, tanto en lo que se refiere a su entretenimiento como a las relaciones personales que establecen en las redes sociales. Si a nuestros hijos les encantan los videojuegos, poner límites será, por ejemplo, que, por las noches, no se juega: “Muchos profesores nos dicen que sus alumnos se duermen en clase. Por eso, una línea roja tiene que ser el cuidado del sueño, porque si no duermen luego no rinden. Es muy común que jueguen con personas de cualquier parte del mundo, pero claro, si juegas con uno de Japón no puedes hacerlo a las tres de la mañana, ¿no?”, se pregunta Abad.
El uso de los controles parentales y filtros de contenido es una de las herramientas más importantes de las que disponen los padres desde que sus hijos son pequeños, porque no solo sirven para bloquear contenidos inapropiados con los que pueden incluso toparse accidentalmente al navegar por internet; también pueden establecerse, por ejemplo, límites horarios en el uso de los dispositivos. ¡Pero cuidado! Hecha la ley, hecha la trampa, y muy especialmente si ya son mayores, recuerda Abad: “Siempre hablamos de un padre que estaba muy contento por haber fijado una hora a la que los dispositivos de la casa se apagaban. Pero, al final, lo que pasaba es que su hijo cambiaba el huso horario, de manera que, en vez de tener el de Madrid tenía el de cualquier otro lugar del mundo, inutilizando en la práctica ese control parental”. Y es que, al final, todo tiene que ver con la educación: se trata de que aprendan a hacer lo mismo cuando los padres están presentes que cuando no lo están.
Como colofón queda una de las preguntas más recurrentes: ¿cuándo conviene introducir las pantallas? Para la Asociación Americana de Pediatría estas no deben formar parte de los primeros dos años de vida de un niño, a fin de asegurar un desarrollo madurativo más adecuado. “Si te das cuenta, la pantalla es plana, con lo cual no contribuye al tacto, y en cuanto a la vista y el oído, las pantallas provocan una hiperestimulación que no es natural. De hecho, hay un momento del libro en el que hablamos del síndrome del bebé zombi: niños muy irritables porque pasan muchísimo tiempo enfrente de la pantalla, y eso hace que se altere su rutina de sueño”, explica Abad. Después, de los dos a los cinco años, la recomendación contempla una hora de pantallas diaria: pero siempre con contenidos elegidos y, a ser posible, compartidos.
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