Amaia Arrazola: “La maternidad me explotó en la cara”
La ilustradora vasca acaba de publicar ‘El meteorito’, una novela gráfica sobre su experiencia como madre. Fue la primera de sus amigas en serlo y no duda en reconocer que hasta entonces estaba muy poco conectada con “lo materno”
Para Amaia Arrazola (Vitoria, 1984) la de ilustradora es la mejor profesión del mundo. “Si no hiciera esto, no sé qué estaría haciendo”, decía en una charla TED sobre creatividad en 2015. Aquella Amaia en la que se intuye un corazón desbocado tras un velo de nervios, no es la misma Amaia con la que hablo hoy. Sobre ella cayó hace dos años el meteorito de la maternidad. Tenía 34 años. Fue la primera de sus amigas en ser madre y no duda en reconocer que hasta entonces estaba muy poco conectada con “lo materno”, que no tenía referencias. “Necesitamos conocer esos relatos en primera persona porque son los más veraces y los que nos acercan realmente a lo que es ser madre. Nos acercan a esa ambivalencia de sentimientos, de emociones y tensiones que supone tener un hijo”, me cuenta. Ella aporta su propio relato: El Meteorito (Lunwerg). Y en él nos vemos reflejadas muchas mujeres para quienes llegar a la maternidad también ha sido como recibir el impacto de “un meteorito pequeño de carne, hueso y llanto” que ha hecho saltar por los aires nuestra existencia anterior. En el momento en el que se produce esta entrevista, Amaia Arrazola acaba de empezar a leer Tres Mujeres, de Sylvia Plath, y no se me ocurre mejor compañía literaria.
Pregunta: Escribe al inicio del libro: “Yo sabía que iba a tener una hija. Lo que no sabía era que esa hija iba a tener una madre”. ¿Podemos prepararnos para lo que llega con la maternidad?
Respuesta: Hay que tener en cuenta que en el libro narro mi experiencia, siempre digo que hay tantas maternidades como madres. Yo, desde luego no estaba preparada. Y eso que hice mis deberes: fui a todos los cursos de preparto a los que me dijeron tenía que asistir, aprendí a inhalar y a expirar como me explicaron, me paseé a cuatro patas por el salón de mi casa... Tenía la bañera comprada, la habitación preparada y la bolsita del hospital en la puerta de la entrada de casa. Sabía a qué temperatura tenía que estar el agua del baño cuando Ane naciera y tenía claro los horarios de sueño que seguiría. Pero no estaba preparada. En absoluto. Ahora miro hacia atrás y pienso que aquel embarazo lo viví de una manera muy “infantilizada”, de visita en visita al médico, más preocupada por mis tobillos hinchados que por el meteorito que impactaría en mi vida y las consecuencias que traería a ella. No estaba preparada para los estragos en mi cuerpo, la soledad, el aislamiento, la pérdida de la identidad, ni los problemas de conciliación a nivel laboral.
P: ¿Quién está preparada?
R: Supongo que habrá mujeres mejor aconsejadas que yo. Mujeres con unas redes más cercanas. Mujeres más en contacto con la maternidad, que hayan visto más de cerca lo que supone ser madre. También la sociedad podría prepararnos más, no haciendo de los cuidados una actividad de tercera división. A mí, desde luego, me pilló muy de sorpresa. Digamos que la maternidad me explotó en la cara.
P: ¿Diría que necesitamos textos en primera persona (y en su caso también ilustraciones) que nos hablen, que nos expliquen, la experiencia de ser madre?
R: Por supuesto. Creo que es un tema muy silenciado, muy ninguneado, se daba por hecho que ser madre era la obligación de la mujer y sus consecuencias, “cosas de la vida”. Hay mucha literatura sobre las madres, mucha literatura de hombres, médicos, psicólogos, terapeutas, nutricionistas hombres todos ellos escribiendo sobre embarazo, parto y crianza. Pero no tantos relatos en primera persona de madres contándonos cómo lo pasaron. Necesitamos conocer esos relatos en primera persona porque son los más veraces y los que nos acercan realmente a lo que es ser madre. Nos acercan a esa ambivalencia de sentimientos, de emociones y tensiones que supone tener un hijo.
P: Cuenta también en el libro que ocurre que por mucho que nos avisen, realmente no nos creemos que sea “para tanto” hasta que nos vemos inmersas en la experiencia. ¿No es esto en sí mismo un síntoma de nuestra ceguera ante “lo materno”?
R: Totalmente. Yo estaba muy poco conectada con la maternidad. Vivía para trabajar, para viajar, para salir con los amigos. Fui la primera de mi grupo de amigos con una hija y cuando la tuve en brazos por primera vez me di cuenta de que nunca había visto de cerca una madre amamantando a su hijo. No tenía ni idea de por dónde empezar. Yo creía que era como los perritos, que nacen y “chup-chup-chup” se enganchan a su madre. Pero qué va. Tuve que aprender a alimentar a mi hija, y ella tuvo que aprender a comer.
Ahora, miro atrás y me pregunto cómo he podido estar tan ciega porque es obvio que no todos somos madres o padres, pero todos somos hijos e hijas.
P: ¿Qué diría que nos empuja a ser madres?
R: Pues no lo sé. Supongo que habrá mujeres que lo lleven esperando mucho tiempo, que les apetezca y que lo decidan libremente. Pero soy consciente de que también hay una gran presión social en ser madres. Hay una gran presión en ser libres, trabajadoras, exitosas, en tener unos cuerpos estupendos, pero a su vez llega un momento en el que se nos exige ser madres y que no se nos pase el arroz.
P: ¿Y el contexto? ¿Podemos ser libres en nuestras maternidades en un contexto nada amable con la infancia y con los cuidados?
R: Es difícil. Hay que buscarse los canales de información fuera de los establecidos. Yo, por ejemplo, tuve auténticos problemas con la lactancia. No conseguía que Ane subiera de peso porque no comía bien, porque no se enganchaba bien. Iba una y otra vez al ambulatorio de mi zona y ni enfermeras ni pediatras me decían nada más allá de “la niña no engorda, sigue intentándolo”. Esto me generó un sentimiento de culpabilidad difícil de explicar y difícil de entender. La primera tarea que me encomendaba la vida para cuidar de Ane, ya la estaba haciendo mal y sin saber cómo remediarlo. Al cabo de los meses el dolor físico (pezones agrietados, heridas) y mental era tal, que busqué en Google el teléfono de una asesora de lactancia que vino a mi casa. Me escuchó llorar dos horas, me recolocó a Ane y me dio un par de consejos, y a partir de entonces la cosa empezó a fluir, conecté con Ane y me sentí libre.
P: ¿Cómo influye estar tan solas y tan solos en la crianza, sin esa red familiar tan necesaria?
R: Influye negativamente. Estamos más solos que nunca y la crianza fluye mucho mejor con una red de personas que te ayudan y te descargan de ciertas tareas –sobre todo al principio–. La demanda con un bebé es muy intensa y si tienes gente que te ayude con la logística del principio todo es más fácil. Por no hablar de tener cerca una red de mujeres que tengan más experiencia que tú, que hayan pasado por lo que has pasado y que puedan orientarte y aconsejarte.
P: Habla de la pérdida de identidad, de ese dejarnos “para después”, de cómo desaparecen las fronteras físicas entre tu “yo” y el del otro. ¿Qué hacemos con la culpa?
R: Yo la culpa la confronto. Intento averiguar de dónde nace, racionalizarla, ponerle nombre. Es inevitable que cuando tienes una hija se borran un poco las fronteras entre tú y ella, tanto física como mentalmente. Hace poco erais una sola, y ahora dos. Al mismo tiempo ella no puede vivir sin ti, necesita tus brazos, tus ojos, tu pecho, tu energía, todo tu ser para vivir. Si no estás cerca, llora. Si no te siente no te huele, llora. Así que poder meterte en el baño y lavarte el pelo durante 40 minutos es un poco complicado. Y quien dice lavarse el pelo, dice tener un momento para una misma, para pensar, para leer.
Yo estaba acostumbrada a dibujar, a expresarme a través del arte. Mi vida, mi trabajo consistía en poder pintar, poder dibujar, pensar, crear, viajar para pintar murales ya fueran proyectos personales o encargos comisionados… Y cuando digo mi trabajo digo mi personalidad. Hay personas que necesitan escribir, componer una canción o tocar la trompeta. La ilustración, el dibujo, forma parte de mi ser. Así que cuando dejé de poder “hacer”, la pregunta fue inevitable: ¿y ahora quién soy?
P: No sé si existe una experiencia vital que encierre más contradicciones y mayores ambivalencias…
R: No. Yo, hasta lo que he vivido, creo que no. Hay experiencias fuertes, vivencias que te cambian la vida, y probablemente vayan moldeando tu personalidad, pero que te lleven de un polo al otro de tu ser, del amor más absoluto a la pérdida de nervios y vuelta al amor total y vuelta al cansancio y la soledad, yo pienso que no hay nada igual.
P: Mencionaba antes sus dificultades para trabajar desde que es madre. Sobre creación y maternidad plantea en el libro cómo es posible que a lo largo de la historia haya habido mujeres que han sido madres y artistas. “El binomio crianza y creación puede ser demoledor y frustrante”. ¿Cuáles son los mayores retos a los que se ha enfrentado desde que es madre y que antes ni se imaginaba?
R: Hacer hueco para todo. Volver a encontrar ese cuarto propio físico e imaginario en el que yo encontraba las herramientas para poder crear. Un bebé lo ocupa todo. Su ropa, sus juguetes, los invitados a casa, pero también te ocupa tus brazos, tu pensamiento… Todo. El mayor reto con el que me he encontrado ha sido volver a encontrar el lugar desde el que dibujaba y volver a encontrar mi voz. Por eso para mí este libro es el más importante de los que he hecho hasta ahora. El Meteorito es un grito desesperado: “¡Sigo aquí! ¡Sigo existiendo! ¡No os olvidéis de mí!”
P: ¿Puede ser la maternidad también una fuente de inspiración? ¿Te puede transformar como artista?
R: Por supuesto. En mi caso es una fuente de inspiración todos los días. Miro a Ane y veo como sus ojos descubren y alucinan con cosas que para mí pasan de largo. Me transformé desde que supe que estaba embarazada. Cambié ciertos hábitos, me preparé y con su nacimiento, la responsabilidad de su vida ha hecho que la Amaia de hoy sea un diferente de la Amaia de antes. Como artista ver la vida nacer y crecer es alucinante. Veo como ahora mismo ya va componiendo frases y no puedo dejar de maravillarme de cómo se está construyendo su pequeño pero perfecto cerebro. Qué orgullo. Ahora mismo me encanta aceptar trabajos en los que le puedo involucrar de alguna manera y en casi todo lo que hago hay un poco de ella.
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