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Elecciones EE UU
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La elección eterna de Joe Biden

Las 90 horas que hemos tardado en conocer la victoria del nuevo presidente sobre Trump se explican por lo cerrado de la carrera y por la prudencia necesaria en una votación cuestionada (sin pruebas) por el presidente

El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, el pasado 29 de octubre en Florida.
El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, el pasado 29 de octubre en Florida.JIM WATSON (AFP)
Jorge Galindo

El miércoles a mediodía ya parecía difícil que Trump conservara la presidencia. Habíamos tardado 18 horas en contar los suficientes votos para confirmar que Biden iba a conseguir al menos 253 de los 270 delegados necesarios en el Colegio Electoral. Pero entonces el tiempo se congeló. Un buen amigo me preguntaría esa misma noche qué pasaba. “Están contando votos”, fue mi respuesta. Y así era.

Los votos que quedaban por contar no eran muchos: entre un 10% y un 20% del total en cinco Estados clave; Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Nevada, Pensilvania. La tendencia en cuatro de cinco (todos menos Carolina del Norte) se intuía sólidamente favorable a Biden. Pero todos eran decisivos. Pensilvania en particular podía darle la presidencia al demócrata por sí mismo. Con Trump y sus abogados tratando de llevar adelante demandas (por ahora, todas infundadas) por fraude, sacando a sus partidarios (a veces armados) a las calles y a los lugares de votación, una declaración prematura de vencedor podía ser contraproducente, incluso catastrófica, para la credibilidad del proceso electoral. El criterio adecuado era no designar un ganador hasta que su victoria no fuera simplemente probable, ni siquiera muy probable, sino incontestable.

Tardaríamos tres días más en dar Pensilvania por azul. El criterio aparente era que la diferencia del ganador pasara de lo que las leyes del Estado marcan como umbral mínimo para evitar un recuento automático: 0,5 puntos.

Y aún ahora, cuando todos los medios y analistas asumimos el triunfo de Biden, estos son los márgenes por los que se están decidiendo los cinco Estados clave: apenas un puñado de votos. El problema no era la lentitud tanto como lo apretadísimo de esta elección.

Lo que falta

A estas alturas, en California han contado menos de un 80% de los votos. En Nueva York todavía no ha llegado ni un solo sufragio por correo. Alaska está batiendo récords de retraso por la pandemia. No miramos a esos Estados porque allí la victoria de uno u otro partido siempre fue segura. Pero la situación no es muy distinta en los tres que aún se consideran en juego, y que podrían ampliar la ventaja de Biden hasta los 306 delegados. Este es ahora mismo el escenario más probable, pero no seguro hasta que cada voto esté contabilizado y, en el caso de Georgia, haya tenido lugar un recuento que ya fue anunciado por las autoridades.

Esto importa para definir el tamaño de la victoria de Biden, sellando la credibilidad de una elección que su rival se empeña en disputar por la doble vía mediática y legal. Ya sabemos que su ventaja en el voto popular agregado de todo el país estará alrededor del 3%, algo por encima de la infructuosa victoria de Clinton en 2016. Pero si además añade a su nómina los Estados que por ahora se decantan de su lado, su margen en el Colegio Electoral será casi idéntico al de Donald Trump en 2016. Si la distancia de Biden no depende de uno o dos Estados con resultados ajustados, la estrategia del presidente saliente es mucho más débil. Por una parte, resulta mucho más increíble un fraude múltiple (fraude del que, en cualquier caso, no ha sido capaz de presentar prueba alguna aceptada por tribunales estatales y federales). Por otra, la presión que puede ejercer Trump sobre las autoridades republicanas se vuelve más débil con cada milímetro que pierde frente a su rival. Es verdad que su votación está por encima de lo que esperaban los sondeos y ello le dota de capacidad de influencia sobre el futuro del movimiento conservador. Pero eso es cualitativamente distinto de arrastrar a un partido a una contienda política, mediática y legal. Un partido que pretende seguir siendo reconocido y competitivo, tanto en las urnas como en las instituciones. Cada voto adicional que gana Biden, cada delegado extra que gana en el colegio lectoral, cava un poquito más hondo el hoyo en el que Donald Trump se puede acabar metiendo en las próximas horas, días, semanas. La elección ya ha acabado, pero su resaca sigue.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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