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Elecciones EE UU
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El mundo en vilo

La calidad de la democracia y el orden multilateral están en juego en EE UU

El País
Una vista general de la Casa Blanca el día en que Donald Trump volvió a entrar en campaña.
Una vista general de la Casa Blanca el día en que Donald Trump volvió a entrar en campaña.Jose Luis Magana (AP)

Nunca en la historia había despertado tanta inquietud la elección de un presidente de los Estados Unidos como la que se celebrará el próximo martes. Estos comicios siempre han suscitado la máxima atención, por el peso económico y político de EE UU en la escena global, su protagonismo en la construcción y dirección del orden multilateral e incluso el carácter de su sistema, ejemplar en tantos aspectos. Pero todo cuanto despertaba admiración del modelo estadounidense, sus valores democráticos y liberales, su Estado de derecho o la separación de poderes, ha sido impugnado y en parte erosionado por Donald Trump durante su caótica presidencia. Si esta elección está rodeada de tanta expectación es porque, de repetir cuatro años más, los desperfectos podrían ser irreversibles, tanto en el orden interno de la calidad de la democracia como en el exterior del desorden mundial. No tan solo por el desistimiento en su liderazgo, sino sobre todo por la exhibición de un modelo como el trumpista, ideal para regímenes autoritarios e iliberales y perfecto para los reflejos expansivos del régimen autoritario de Xi Jinping.

La política exterior de Trump ha significado una ruptura con la historia del poder blando y de la diplomacia estadounidenses. Washington ha favorecido el proteccionismo comercial, erosionado el multilateralismo de las organizaciones internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, la Organización Mundial de Comercio y Naciones Unidas, y abandonado tratados internacionales, especialmente el del cambio climático y el de desarme nuclear con Irán. El presidente ha espoleado las teorías que niegan el cambio climático o los efectos de la pandemia, favoreciendo así políticas erróneas y actuando como lastre en la cooperación internacional contra estos desastres. Con su nacionalismo populista ha abonado el machismo, el supremacismo blanco y los excesos policiales, encendiendo la llama de la protesta en EE UU y ejerciendo de líder de la extrema derecha en el mundo.

A la trascendencia de esta elección se une la inquietud por el desarrollo de la jornada electoral, el escrutinio y luego la transición. Trump no ha querido comprometerse en el reconocimiento de un resultado adverso, ha hecho todo lo que está en su mano para restar legitimidad a cualquier escrutinio que no le favorezca e incluso alertado a las milicias extremistas para que se mantengan atentas al desarrollo de las elecciones. El partido republicano, aprovechando la pandemia, también ha invertido sus energías en la limitación o incluso la supresión del derecho de voto en circunscripciones de mayoría demócrata, apoyado desde esta semana por la mayoría de seis a tres obtenida con el nombramiento presidencial de una jueza conservadora para el Supremo, un tribunal con el que cuentan los republicanos para dirimir en su favor los litigios que puedan suscitar los recuentos.

Uno de los mayores reproches que merece Trump es el daño infligido a los más estrechos aliados y amigos de Washington. Su política europea se ha dirigido a deshacer cuanto habían construido todos los presidentes desde la victoria sobre el nazismo. Está en peligro todo lo que Europa debe a EE UU, el Plan Marshall, la Alianza Atlántica y las instituciones internacionales que han proporcionado al continente el periodo de paz y de prosperidad más prolongado y profundo de su historia. Los valores en los que se fundamenta la relación transatlántica, el libre comercio, la democracia liberal, los derechos humanos, la cooperación multilateral, han sido atacados y despreciados estos cuatro años desde la Casa Blanca.

La consecuencia más directa es que Europa ha empezado a tomar conciencia de que debe hacerse cargo plenamente de su futuro, tal como ha señalado Angela Merkel. El antieuropeísmo de Trump, así como sus simpatías hacia el Brexit, han contribuido a estimular a los Gobiernos europeos, pero sería un error que una victoria de Joe Biden condujera a una nueva y cómoda actitud de inhibición. Por el contrario, un relevo en la Casa Blanca y la recuperación del papel estadounidense en las instituciones multilaterales debería ser ocasión para que la UE refuerce su autonomía estratégica mientras reafirma la insustituible e indispensable amistad transatlántica.

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