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La raíz cuadrada de Latinoamérica

Los venezolanos, la comunidad de inmigrantes que más rápidamente aumenta en Miami, se concentran en Doral

Enric González
La fachada del Dolphin Mall, en Miami, en una imagen de archivo.
La fachada del Dolphin Mall, en Miami, en una imagen de archivo.Sebastian Ballestas (Getty)

No es la primera vez que el reportero sale de casa. Ha hecho ya algunos viajes y cree tener un buen sentido de la orientación. Pero esto es demasiado grande, demasiado ruidoso, y no hay forma de encontrar la salida correcta. Esto es el mall Dolphin, con casi 250 establecimientos comerciales de gran tamaño en su interior. El Dolphin se encuentra en el municipio miamense de Doral, también conocido como “Doralzuela”, al borde de los famosos Everglades o “ciénagas eternas”. Apenas se oye hablar otra cosa que español. Este mall es, por decirlo de alguna forma, la esencia, la raíz cuadrada de Latinoamérica.

El número de venezolanos en el sur de Florida ha crecido a velocidad de vértigo. Hace 20 años eran menos de 90.000. Ahora, a falta de un censo actualizado, se calcula que en Miami hay cerca de 300.000, de los que unos 50.000 pueden participar en las elecciones presidenciales. En su mayoría prefieren a Donald Trump, según los sondeos, aunque hay de todo: “Trump no hace más que poner problemas a los inmigrantes, es mejor Joe Biden”, argumenta Jesús, un cliente del Dolphin que reside en Doral. Jesús posee un par de limusinas para transporte privado y dice ganar unos 4.000 dólares mensuales (ahora, con la pandemia, menos) de los que, manteniendo esposa y tres hijos, logra ahorrar mil.

Hay muchos clientes venezolanos. Y también empleados. Como Alejandra, una joven que llegó a Doral hace dos años, junto a su padre y su madre. Alejandra trabaja en un puesto de juguetería (zona naranja patrocinada por Pepsi, nivel uno) en el que todos los productos (autos eléctricos, muñecos luminosos, artefactos no identificables) están en funcionamiento. El ruido es infernal y ella pasa aquí 10 horas cada día, pero dice que no le importa. Le gusta vivir en Estados Unidos. Cuando se le pregunta qué defecto le encuentra a su nueva ciudad, piensa un par de segundos y responde: “Hay demasiados venezolanos”.

No vayan a creer que Doral es una ciudad populosa en la que suena el reguetón a todo trapo. Más bien lo contrario: bloques de apartamentos de cuatro o cinco plantas, avenidas amplias, urbanizaciones de casitas idénticas con césped delante y barbacoa detrás, silencio, limpieza y una vida basada en el automóvil. Un peatón aquí es un náufrago. En las plazas, las pequeñas agrupaciones de comercios, se encuentra cualquier producto venezolano que uno pueda imaginar. Las marcas son las mismas que en Caracas (Toronto, Susy, Frescolita, Marilú, etcétera). La única diferencia está en los precios: salen más baratos. “Desde que se dolarizaron, los precios en Venezuela son una locura”, comenta Yanel, un reponedor del supermercado Sedano que llegó el año pasado con uno de sus hermanos.

Los venezolanos constituyen una minoría dentro de esta ecuación de minorías que conforma Miami. Los cubanos siguen siendo diez veces más numerosos. También hay muchos más haitianos. Pero en esta raíz cuadrada latinoamericana que se multiplica continuamente por sí misma, un puñado de votos podría acabar siendo decisivo en el recuento electoral. Un sondeo de la Universidad del Norte de Florida apunta a que dos tercios de los inmigrantes venezolanos están con Trump, y un tercio, con Biden. Entre los menores de 35 años, sin embargo, la cosa está casi igualada.

Regresemos al laberíntico Dolphin. Dirán que encontrar la salida es fácil, y tendrán razón. También es fácil encontrar la salida del aeropuerto de Atlanta (casi 2.000 hectáreas de extensión): la cuestión es que, como en el aeropuerto de Atlanta, si uno sale por la terminal equivocada, queda tan lejos de su aparcamiento que necesita alquilar un coche para llegar hasta su coche. Por suerte, los empleados del Dolphin, jóvenes y no muy bien pagados (menos de 2.000 dólares mensuales brutos por 12 horas diarias -unos 1.700 euros), derrochan amabilidad con el reportero perdido.

Ya más o menos orientado, el reportero puede fijarse en el abigarrado paisaje humano. ¿Cómo debía de estar esto un fin de semana antes de la pandemia? Una turista argentina arrastra literalmente un carro con una montaña de ropa de Gap y Levi´s. Un caballero guatemalteco paga sus compras en efectivo y de forma exacta, contando moneditas. Cuando el reportero encuentra por fin su aparcamiento, se cruza con un gran lagarto multicolor y con dos mozas de cierto grosor que entran en Dolphin al grito, literal, de “vamos a reventar la tarjeta”.

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