La hora de Kamala Harris
El debate este miércoles entre el vicepresidente Mike Pence y la candidata demócrata cobra en estas elecciones una especial relevancia y significará el salto de la senadora a la primera línea de la campaña
Su nombre era Terence Hallinan, pero le llamaban Kayo, debido a su facilidad para lanzar ataques que dejaban K.O. a sus rivales. Era fiscal de distrito de San Francisco y Kamala Harris trabajaba para él hasta que, en 2003, en su primera carrera para un cargo público, decidió tratar de arrebatarle el puesto. Harris tenía 39 años; Kayo, 67. Haciendo honor a su apodo, la atacó sin piedad. Harris contraatacó con una retórica poderosa. Ganó. Se convirtió en la primera mujer y en la primera persona afroamericana en ocupar la Fiscalía de Distrito de San Francisco. Después rompió el mismo techo de cristal en la Fiscalía General de California. Ahora, cuando la senadora Harris se dispone a enfrentarse en otro debate al vicepresidente Mike Pence, lo hace en calidad de aspirante a convertirse en la primera vicepresidenta mujer y de color. Dos meses después de que el candidato demócrata Joe Biden la eligiera para completar su candidatura, ocho semanas extraordinarias en las que la senadora ha mantenido un perfil bajo, Kamala Harris asume ahora el papel relevante que se prometió que desempeñaría.
La pandemia lo ha cambiado todo en esta campaña, más aún después de que el presidente Trump diera positivo por coronavirus. En su primer debate, que se celebra este miércoles por la noche en Salt Lake City (Utah) -se podrá seguir en streaming en EL PAÍS desde las 20.00 de México y las 21.00 en Washington-, los candidatos a la vicepresidencia se colocarán a casi cuatro metros de distancia el uno del otro y tendrán mamparas de plexiglás entre ellos y entre cada uno y la moderadora (si es que no lo impide la campaña de Pence, que se resiste). Ambos candidatos han dado negativo por coronavirus, pero Pence ha decidido que no hará cuarentena a pesar de haber estado en contacto con el presidente la semana pasada.
Pero no es solo esa puesta en escena la que convertirá al debate en extraordinario. El principal (y casi único) papel que la Constitución otorga a la vicepresidencia es la de sustituir al presidente en caso de muerte o incapacidad. Tras la hospitalización de Donald Trump por una enfermedad potencialmente mortal e incapacitante, que le ha sacado de la carretera en la recta final de la campaña, la figura de la vicepresidencia adquiere una renovada importancia. Donald Trump tiene 74 años y, aunque gane en noviembre, el próximo sería su último mandato. Joe Biden, que llegaría a la Casa Blanca con 78, ya ha insinuado que no se presentaría a un segundo mandato y que contempla su Administración como una transición hacia una nueva generación de líderes en su partido.
Se da pues por hecho que tanto Harris como Pence tienen la vista puesta en la Casa Blanca a un plazo máximo de cuatro años. Y los candidatos representan a dos partidos que necesitan marcar activamente un nuevo rumbo en 2024: los republicanos deberán definir qué es el conservadurismo estadounidense después de Trump, y a los demócratas, que en esta campaña se limitan en buena medida a definir su propuesta en negativo, como la antítesis del presidente, les tocará lidiar de una vez con el debate identitario que llevan años arrastrando.
En esa tesitura, el miércoles supondrá para Kamala Harris su verdadera entrada en el juego. Su elección como candidata generó muchas expectativas sobre su protagonismo. Era la aguerrida y lúcida compañera de ticket de un candidato al que no convenía mostrar mucho por su propensión a meter la pata. Pero la pandemia obligó a casi eliminar la actividad física de la campaña, y la sucesión de acontecimientos extraordinarios en las últimas semanas ha imprimido un tono gravedad que desaconseja la entrada en juego de las segundas espadas. La labor de Harris se ha limitado a trasladar el mensaje de la campaña a audiencias pequeñas, a través de eventos virtuales de recaudación de fondos o viajes cortos que la insólita actualidad condenaba a la relevancia mediática. Hasta ahora.
Al debate de este miércoles le seguirán la semana que viene, si todo sigue el guion marcado por los republicanos, las audiencias de confirmación en el Senado de la juez Amy Coney Barrett, nominada por Trump para sustituir en el Supremo a la fallecida Ruth Bader Ginsburg. Los demócratas, ante la imposibilidad de frenar la ofensiva republicana de ocupar una vacante en el Supremo a menos de un mes de las elecciones, quieren al menos dotar a las audiencias en el Senado de una alta carga política. Harris forma parte del Comité Judicial de la Cámara alta, donde se celebrarán las audiencias, y eso le proporcionará una plataforma única desde la que desplegar sus habilidades políticas, demostradas en audiencias anteriores como la del juez Kavanaugh, para articular ante las cámaras el mensaje de los demócratas.
Al contrario de lo que le pasaba a Biden ante su primer encuentro con Trump la semana pasada, la trayectoria de Harris como fiscal estrella y su exitoso historial en los debates colocan tan altas las expectativas de Harris que corre el peligro de solo poder defraudar. En la mente de todos está el segundo debate de las primarias demócratas, cuando Harris atacó ferozmente a Biden, cuyo nombre figura hoy sobre el de ella en la candidatura del partido. “Esa chica era yo”, le espetó, después de contar la historia de una niña negra que viajaba en autobús a una escuela de un distrito blanco, estrenando una política federal para lograr la integración racial en las escuelas, a la que Biden se opuso como senador. Aquel debate supuso el momento cumbre de la carrera de Harris en las primarias, que terminaría cinco meses después. Tras anunciar su retirada, debido a la falta de recursos financieros, aseguró: “Sigo en la pelea”. Aquí sigue. Pero hasta hoy era solo calentamiento.
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