Israel sigue sin lograr sus objetivos políticos y militares en Gaza tras dos meses de invasión
El ejército israelí busca sin éxito y contra el reloj a los cerebros del ataque de Hamás del 7 de octubre, mientras disminuye el apoyo internacional ante la catástrofe humanitaria en la Franja y aumenta el número de bajas en sus filas
El objetivo político lo puso el primer ministro Benjamín Netanyahu: “Erradicar a Hamás”. El militar, “destruir completamente la capacidad de gobierno y militar” de la organización, lo manifestó el portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), el contralmirante Daniel Hagari. También traer de vuelta a los 105 rehenes que quedan en cautividad. Cuando están a punto de cumplirse dos meses de la invasión terrestre de Gaza, el ejército israelí sigue sin lograr las metas que se marcó al iniciar su operación, tras los ataques del 7 de octubre que provocaron 1.200 muertes en territorio israelí y el secuestro de 240 personas. Desde ese día, el incesante fuego aéreo y las incursiones terrestres se han cobrado más de 20.000 vidas —un 70% mujeres y niños— dejando unos 100.000 edificios en ruinas con un ritmo de bombardeos sin parangón desde el que emplearon los aliados en Alemania al final de la II Guerra Mundial.
Las tropas israelíes avanzan con el foco en el sur de Gaza, apoyadas en un abrumador consenso interno (político y social) y con el escudo diplomático de Estados Unidos pese a los miles de civiles muertos y bajo los escombros, la devastación y la crisis humanitaria. Esta carta blanca de facto está, sin embargo, limitada por “cuatro relojes”, como los llama Dov Waxman, director del Centro Y&S Nazarian de Estudios sobre Israel de la Universidad de Los Ángeles California (UCLA). El primero es el apoyo diplomático. “Ya lo hemos visto irse agotando. En los primeros días había mucho, al menos entre los países occidentales. Hoy, todos piden un alto el fuego inmediato, salvo Estados Unidos y, hasta cierto punto, el Reino Unido y Alemania. Incluso la paciencia estadounidense está menguando”, señala por videoconferencia.
El “segundo reloj” es el humanitario, con un creciente riesgo de muertes por inanición, propagación de enfermedades y deterioro de unas condiciones de vida que ya alarman a las agencias de Naciones Unidas y las ONG sobre el terreno. “Van a empeorar aún más si continúa la guerra, aunque entre más ayuda humanitaria”, agrega. Waxman también señala entre sus “relojes” la vida de los rehenes —“algunos son ancianos, tienen mala salud o resultaron heridos al ser capturados”, recuerda— y, en cuarto lugar, el impacto en la economía nacional de movilizar durante meses a más de 300.000 reservistas. “Han dejado sus trabajos. ¿Cuánto tiempo pueden estar movilizados sin un impacto importante en la economía?”.
“No hay duda de que quedan muchas cosas por hacer para conseguir el objetivo estratégico que se fijó el 7 de octubre”, explica Michael Milstein, responsable del Foro de Estudios Palestinos del Centro Moshe Dayán de la Universidad de Tel Aviv, que da las cifras de lo conseguido hasta ahora. “Alrededor de un cuarto del brazo militar de Hamás, unos 7.000 de sus 28.000 combatientes, han muerto, entre ellos varios dirigentes. Lo que no se ha conseguido es acabar con Yayha Sinwar [considerado el cerebro de los ataques en Israel] y Mohamed Deif, el máximo responsable del aparato militar”, prosigue. “La infraestructura militar (los cohetes, los túneles y las armas) está muy dañada, pero no completamente destruida. Se tardará varios meses en conseguir objetivos más amplios, como acabar con Sinwar. Si el ejército lo consigue, puede cambiar el curso de la guerra”.
Cohetes hacia Tel Aviv
Pese a los dos meses y medio de combates, las milicias consiguieron lanzar el jueves una salva de unos 30 cohetes dirigida a la capital económica de Israel, Tel Aviv, desde una Gaza invadida y con pocos edificios en pie en su parte norte. “El liderazgo ha creado una falsa ilusión”, señalaba este viernes Ronen Bergman, comentarista político militar del diario Yediot Aharonot. “En la práctica, Israel tendrá que acabar la fase [de ataques] de alta intensidad sin haber logrado el primer objetivo de la guerra, sin la completa destrucción de los cohetes, sin destruir significativamente el sistema de túneles y con un golpe muy parcial a la banda de Sinwar y sus siete comandantes, solo dos de los cuales están muertos hasta hoy”. La Casa Blanca presiona a Netanyahu para terminar en enero esta etapa de alta intensidad para detener el ascenso de bajas civiles palestinas.
Israel pierde además cada vez más hombres. Al bombardeo masivo a distancia y el fuego desde blindados, se han sumado en las últimas semanas más combates cuerpo a cuerpo y otro escenario de guerra urbana como el de Jan Yunis. No hay un día sin anuncio de una nueva baja: 139 hasta este sábado.
Amélie Ferey, experta en el conflicto palestino israelí, ética y derecho de la guerra del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI) define como “moderado” el balance de la ofensiva israelí. “Normalmente, un país recurre a la opción militar para equilibrar a su favor la relación de fuerzas, no para erradicar al otro. Y ese es un problema de esta estrategia […] Israel lo sabe bien porque ha tenido el mismo problema con Hezbolá”, señala Ferey, en referencia a la guerra que libraron en 2006. También entonces bombardeó con intensidad y la mayoría de muertos fueron civiles. Casi dos décadas después, Hezbolá esta mejor organizado, entrenado y armado, y participa en las escaramuzas con los soldados israelíes apostados en la frontera norte, donde, casi cada día, hay intercambio de fuego.
Ese mismo efecto también ha empezado a notarse en los territorios palestinos. Un reciente sondeo del Centro Palestino de Políticas e Investigación de Encuestas muestra que el apoyo a Hamás se ha duplicado respecto a fechas anteriores a la guerra. El sostén social a la organización crece en ambos territorios, pero sobre todo en Cisjordania, donde casi se ha cuadruplicado.
El profesor Milstein lo explica así: “El objetivo de borrar del mapa a Hamás no es realista. Se trata de un movimiento popular con cientos de miles de simpatizantes y su radical visión ideológica está profundamente enraizada en la mente de los palestinos”, señala. “Israel puede erradicar su régimen y su capacidad militar”, continúa, “pero no acabar totalmente con la organización. Ninguna negociación o acuerdo va a cambiar esa actitud tan problemática que tiene un origen cultural. Solo una reflexión interna puede traer alguna oportunidad, pero por ahora la situación sigue siendo muy deprimente porque en la sociedad palestina no hay voces alternativas ni ningún tipo de crítica a sus líderes”. La francesa Ferey coincide en parte: “Es un problema recurrente de la estrategia de Israel”, dice. “No creo que vayan a parar hasta matar a Sinwar, Deif o Abu Obaida [el portavoz], pero Hamás no es solo esas tres personas”.
Liberación de rehenes
Erradicar a Hamás aplicando una fuerza militar sin precedentes es el plan, pero también lograr la liberación de los rehenes. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, suele referirse a ese objetivo de su campaña militar en segundo lugar —donde lo sitúa en la práctica—. La organización islamista liberó a 105 en el alto el fuego temporal de la última semana de noviembre. En su mayoría eran israelíes, que salieron de su cautiverio a cambio de la puesta en libertad del triple de palestinos presos en cárceles de Israel. Hasta el momento, solo una secuestrada ha sido rescatada por las tropas. En Gaza quedan todavía unos 130 que Hamás quiere vender más caros ante la disposición israelí a negociar un segundo canje. No está claro cuántos de esos rehenes siguen con vida. Este mismo sábado, el grupo fundamentalista divulgó un comunicado en el que afirmó haber perdido el contacto con los responsables de custodiar a cinco de los secuestrados. El portavoz Abu Obaida aseguró después que Hamás cree que esos rehenes han muerto en un bombardeo israelí.
El grupo islamista se ve a sí mismo en una situación de fuerza. Sus dirigentes son conscientes de la enorme presión interna que está sufriendo Netanyahu para lograr la liberación del resto de secuestrados. Sobre todo desde que, la pasada semana, soldados israelíes acabaran con la vida de tres de ellos confundiéndolos con combatientes. Movido por la indignación social que generó el incidente, Netanyahu abandonó su rechazo a negociar un nuevo acuerdo y volvió a tomar contacto con los intermediarios cataríes. Pero las conversaciones están bloqueadas. Hamás ha subido la apuesta y ya no se conforma con una nueva tregua, sino que reclama “un alto el fuego permanente”. Los islamistas piden además la excarcelación de líderes palestinos de peso, entre ellos el más popular en los territorios ocupados, Marwan Barghuti. Supondría una victoria propagandística que impulsaría aún más su apoyo entre los palestinos.
“La principal prioridad es liberar a los rehenes, pero no si el precio es un alto el fuego permanente”, continúa Milstein. “Eso supondría la supervivencia de la amenaza existencial contra Israel de Hamás”, añade. “Netanyahu tiene mucho menos apoyo del que tenía el 7 de octubre porque mucha gente lo considera responsable de los ataques y el conflicto posterior y quieren que dimita. Pero, al mismo tiempo, la mayoría de la sociedad israelí insiste en continuar con la guerra. Es una situación extraña, la sociedad parece ser más fuerte que sus líderes y se muestra preparada para continuar con una ofensiva militar dura mientras siente una profunda desafección hacia sus responsables políticos”. Miles de israelíes se manifestaron este sábado por la noche en la plaza Habima, en el centro de Tel Aviv, reclamando que se celebren elecciones, mientras que en la ciudad costera de Cesarea, a unos 60 kilómetros al norte de Tel Aviv, varios centenares de personas más pidieron en la calle la destitución de Netanyahu.
Sin embargo, el reloj de Waxman que corre más rápido es el diplomático. El mensaje de la comunidad internacional pidiendo contención gana cada vez más terreno. Poco a poco, los principales aliados de Israel —EE UU, Reino Unido, Alemania y Francia— han ido elevando el tono. Frente a su inicial reticencia a un alto el fuego, Washington ha pasado a reclamar con cada vez más fuerza a Israel que rebaje su ofensiva. El 12 de diciembre, el presidente Biden, chocó con Netayahu al asegurar que Israel estaba empezando a “perder apoyo” por sus bombardeos “indiscriminados”. Su secretario de Defensa, Lloyd Austin, viajó a Tel Aviv para limar asperezas, pero aprovechó para dejar claro que la guerra debe pasar a una nueva fase de “operaciones de baja intensidad” que ahorren bajas civiles. Este sábado, Biden volvió a hablar con el primer ministro israelí, en una conversación telefónica en la que se abordó la situación en Israel y Gaza, anunció la Casa Blanca sin revelar más detalles.
En los grandes foros internacionales, Washington se ha seguido mostrando como el principal aliado de Israel, del que es además su principal proveedor de armamento. Este viernes, sin embargo, se produjo un pronunciamiento simbólico. EE UU no recurrió al veto en el Consejo de Seguridad de la ONU en favor de Israel y apoyó (con su abstención) una resolución que reclamaba “medidas urgentes para permitir inmediatamente el acceso humanitario seguro y sin obstáculos”. También las pedía “para crear las condiciones para un cese sostenible de las hostilidades”. Aunque el texto aprobado fue previamente rebajado, el secretario de Estado, Antony Blinken, trabajó estrechamente con Emiratos Árabes Unidos y Egipto para que saliera adelante.
Israel, concluye Waxman, está actuando en Gaza “sin tener realmente en cuenta el tictac de estos relojes”. “El ejército y el Gobierno creen que pueden tomarse todo el tiempo que necesiten, pero eso es ignorar las realidades económica, humanitaria y diplomática. Seguir haciéndolo tendría un gran coste para Israel, que va a aumentar con el tiempo. Incluso en la opinión pública interna. Cuanto más se prolongue y aumenten las bajas militares, más preguntas empezarán a plantearse sobre si los objetivos son alcanzables”.
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