Amarga victoria
El resultado es insólito, lo nunca visto, horrible para Israel. Jamás desde 1948 se había producido una penetración como esta en su propio territorio desde la fundación del Estado
Una preparación larga y minuciosa. Un entrenamiento intenso y eficaz. Abundantes y sofisticados medios: cibernéticos, drones, armas, lanzadoras de misiles, lanchas anfibias... incluso capacidad de guerra propagandística. Una coordinación perfecta y una contrainteligencia redonda, sin interferencias en los sistemas de comunicación, contando con la neutralización del más eficaz de los sistemas de información —quizás el único eficaz—, la peligrosa humint, la inteligencia humana, inexistente en la Franja desde hace ya años, convertida en un agujero negro para el espionaje israelí.
El resultado es insólito, lo nunca visto, horrible para Israel. Jamás desde 1948 se había producido una penetración como esta en su propio territorio desde la fundación del Estado. Nunca el balance inicial de víctimas, al menos de la primera batalla, se había visto tan equilibrado. Jamás se había producido una toma de rehenes tan numerosa, un auténtico capital para negociar si se compara con anteriores canjes de prisioneros e incluso de cadáveres de soldados.
La respuesta que se prevé será devastadora. Ya es devastadora. Y de momento siniestra la amenaza de Bibi Netanyahu: quiere convertir Gaza en un solar, al estilo de lo que está haciendo Putin en Ucrania. Exige a los gazatíes que se vayan. ¿A dónde podrán ir? Apela a la venganza, naturalmente; pero sabe sobre todo que de la intensidad de la respuesta depende la restauración de la capacidad disuasiva de su ejército, algo que para Israel constituye una necesidad vital. Es insoportable la debilidad demostrada por sus servicios secretos, incapaces de prever una invasión de tal envergadura. Era insostenible la división creciente del país, polarizado alrededor del Gobierno más extremista de su historia, con la división de poderes y la democracia en peligro, y conducido por los colonos supremacistas de Cisjordania y por los ultraortodoxos fundamentalistas.
Netanyahu los necesitaba, pero ahora podrá prescindir de ellos, porque la entera oposición israelí que venía manifestándose contra su Gobierno ahora se ha ofrecido para formar el Ejecutivo de unidad nacional que exigen siempre las guerras. Simétrica reacción se va a producir en el otro bando, donde los motivos exhibidos por Hamás para desencadenar la guerra encuentran toda la comprensión de la población palestina. El más reciente y más popular de los argumentos, que suscita simpatías en todo el mundo musulmán y árabe, surge de la profanación con motivo de la fiesta del Sucot de la Explanada de las Mezquitas por los fundamentalistas judíos esta misma semana.
Como corresponde a una época de transformación del orden internacional, el motivo de fondo no es teológico, ni siquiera nacionalista, sino geopolítico. Hamás ha mostrado violentamente sus cartas ante la paz por separado con Israel que Arabia Saudí estaba fraguando gracias a los esfuerzos diplomáticos de Estados Unidos y a su propósito de dotar a la monarquía petrolera de una industria nuclear civil, con el potencial militar que siempre cuelga de tal tipo de industria. A la vez, le ha pasado la mano por la cara a la Autoridad Palestina. Reivindicando la centralidad de la causa palestina, ha mostrado quién la defiende justo cuando parecía avanzar un nuevo orden en la región, prescindiendo totalmente de ella.
Detrás de Hamás también asoma la oreja de Irán, que mucho tiene que ver con el nivel tecnológico de la ofensiva militar y el entrenamiento de los soldados de Hamás. Y también la asoma Turquía, federada espiritualmente con Hamás a través de la extensa e influyente familia de los Hermanos Musulmanes. Entra en juego en esta dinámica bélica el liderazgo político del islam, disputado entre Irán y Arabia Saudí, con Qatar y Turquía, tan próximos a los Hermanos, de por medio.
De momento, es una victoria de Hamás, aunque aproveche a Netanyahu, una vez más salvado como primer ministro por sus feroces enemigos. Es amarga porque ya es muy cara en vidas humanas, como lo suelen ser todas las guerras, con victoria o con derrota, y porque lo será mucho más si sigue una escalada que puede prender la región entera. Las cifras escandalosas de cadáveres, civiles y militares confundidos, no suelen amargar a los comandantes victoriosos, siempre insaciables en carne de cañón, sean reales o imaginarias sus victorias, sea Vladímir Putin o sean los líderes de Hamás.
Y además es inútil, porque la guerra no suele resolver lo que no pueden o no saben resolver la política y la diplomacia. La desencadenan los extremistas y su violencia para llenar el vacío que han dejado la esterilidad de la política y de la diplomacia. La única y auténtica victoria es la paz, resultado del diálogo y de los pactos, justo el camino que Israel y Palestina han ido abandonando en los últimos 30 años hasta llegar a la actual catástrofe sin horizonte.
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