Inmersiones submarinas y vuelos al espacio: viajes fuera de ruta solo al alcance de ricos
El turismo de élite busca experiencias cada vez más diferentes, con precios elevados como los 229.000 euros abonados por los turistas que fueron a explorar los restos del ‘Titanic’
El mundo para algunos turistas no se acaba en la superficie de la Tierra. Los viajes al espacio y a las profundidades de los océanos son una tendencia minoritaria, pero al alza en el llamado turismo de élite. Están reservados para los pocos que pueden pagarlos —los precios de este tipo de aventuras pueden ir de 50.000 a más de 50 millones de euros— y que, además, están dispuestos a aceptar algunos riesgos, como se ha puesto de manifiesto en la desaparición el domingo pasado de un submarino que llevaba a cuatro turistas a explorar los restos del Titanic a 3.800 metros bajo el Atlántico. Son viajes que están en la cima de la exclusividad en el creciente turismo de experiencias, donde priman las sensaciones y que cada vez está más de moda.
Observar de primera mano los restos del emblemático Titanic cuesta 250.000 dólares (unos 229.000 euros), según OceanGate, la empresa que lo comercializa. El viaje dura siete días, pero el momento clave es el de la inmersión: son unas ocho horas (dos horas y media de bajada, tres horas en el fondo marino y otras dos horas y media de subida). Según promociona la compañía en su web, el viaje en su sumergible de fibra de carbono, con espacio para cinco personas, es “una oportunidad para salir de la vida cotidiana y descubrir algo verdaderamente extraordinario”.
El hallazgo de los restos del Titanic en 1985, a más de 600 kilómetros de las costas de Terranova (Canadá), ha atraído a la zona a historiadores, arqueólogos y curiosos. La posibilidad, gracias a la tecnología, de navegar a bajas profundidades con un pequeño submarino despertó el interés de los turistas, y la empresa OceanGate, que también hace inmersiones para ver otros barcos hundidos, empezó a ofrecer este paquete en 2021. “Llama la atención que el Titanic siga fascinando y creando tanto misterio”, opina José Serrano, profesor de la Universidad Europea de Canarias y experto en turismo. El viajero busca experiencias, no solo por la aventura o el desafío personal, “sino también para lograr una meta y presumir de ello, mostrar lo que ha conseguido”, añade. A partir de ahí, depende del presupuesto: “El viaje es un básico en el que el común de los mortales puede elegir entre alguna que otra alternativa y los que tienen mucho dinero disfrutan de un catálogo cada vez más ilimitado”, añade.
En este mercado de las experiencias, el turismo submarino emerge como una nueva categoría. Uno de los proyectos presentados en los últimos años ha sido Proteus, una versión de la Estación Espacial Internacional subacuática ideada por el oceanógrafo francés Fabien Cousteau, nieto del divulgador Jacques Cousteau. Su objetivo es que esté dedicada a la investigación del fondo del mar, pero también podría haber visitas. Aunque no hay tarifas oficiales, se calcula que el precio de partida de una estancia (entre siete días y tres meses) podría rondar los 50.000 euros.
Viajes espaciales
Estas tarifas no están al alcance de cualquiera, pero no son ni de lejos comparables con las que pagan algunos millonarios por visitar el espacio. Uno de los casos más conocidos es el de Oliver Daemen, un estudiante holandés que con solo 18 años se convirtió en julio de 2021 en la persona más joven de la historia en viajar al espacio. Voló junto al fundador de Amazon, Jeff Bezos, en el primer vuelo tripulado de la nave New Shepard, de la compañía Blue Origin. Su padre pagó una cantidad no revelada para que su hijo experimentara la ingravidez y contemplara el horizonte curvo de la Tierra durante unos minutos. Oliver Daemen sustituyó a un multimillonario anónimo que compró el billete por 28 millones de dólares en una subasta benéfica y renunció alegando problemas de agenda.
Pocos meses después, también en 2021, Rusia lanzó al multimillonario japonés Yusaku Maezawa y su asistente Yozo Hirano a la Estación Espacial Internacional, en un viaje que marcó el regreso de Moscú al mercado del turismo orbital por primera vez en 12 años. “Creo que dentro de unos años [los vuelos espaciales] serán más accesibles. Nuestra tarea ahora consiste en demostrar que todos los obstáculos se pueden superar”, explicó Maezawa antes del vuelo.
Muchas empresas libran una guerra por ver quién se hace con el trozo de pastel más grande de este nuevo mercado, mayoritariamente en fase experimental. World View es la más asequible: 50.000 dólares por un vuelo en globo por la estratosfera. Virgin Galactic, del millonario Richard Branson, anunció hace unos días que empezará sus operaciones comerciales en unas semanas, tras 19 años de pruebas, accidentes y retos técnicos. Los viajes cuestan entre 450.000 dólares y 600.000 dólares. En la lista de espera para subirse a la nave hay al menos una española, Ana Bru, fundadora de la exclusiva agencia Bru&Bru, única autorizada en España para reservar los vuelos suborbitales de Virgin Galactic y que hace tiempo que tiene comprado el billete.
Blue Origin, fundada por Bezos, empezó su actividad comercial en 2021, pero tuvo que suspender los lanzamientos en septiembre tras realizar siete vuelos, después de una avería en un cohete en el que no viajaban pasajeros.
Pero es Space X, de Elon Musk, la que tiene los precios más caros del mercado: su primer vuelo chárter privado salió de la Tierra en 2021 rumbo a la Estación Espacial Internacional. Cada uno de los tres viajeros pagó 55 millones de dólares (más de 50 millones de euros) por el viaje en cohete y el alojamiento, con todas las comidas incluidas.
“El turismo de experiencias vende, en muchos casos, autenticidad, algo único o de carácter local; puede ser para gente de más o menos presupuesto, y una parte es para una élite. Es una vertiente creciente, aunque creo que todavía no se ha desarrollado tanto como se esperaba”, opina Pablo Díaz, profesor de Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta Catalunya (UOC). Díaz pone como ejemplo las giras en helicóptero para conocer la gastronomía andaluza, por ejemplo, o la gente que reserva habitación para alojarse en una antigua cárcel. Es una nueva forma de desconexión. “La motivación del viaje ha ido cambiando”, añade Serrano. “Desde que se democratizaron los viajes, hay un tema de estatus, de diferenciarse de lo que hace la mayoría”, concluye.
La gente con elevado presupuesto no se conforma con coger una guía de viajes y elegir un par de rutas. Buscan experiencias únicas y elegidas por especialistas que conocen las últimas tendencias. Los más ricos, antes de iniciar sus vacaciones, pueden llegar a pagar decenas de miles de euros para que alguien elabore un lujoso plan de viaje, que puede incluir duras excursiones en un desierto para acabar en un oasis de lujo refrigerado. A partir de ahí hay posibilidades para todos los bolsillos. Una expedición al Everest, por ejemplo, puede costar entre 80.000 y 100.000 euros para alguien que no tiene por qué ser un alpinista profesional, pero recibe toda la ayuda que necesita durante la expedición.
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