La protesta contra la reforma judicial en Israel saca a la luz el malestar hacia los ultraortodoxos
Las manifestaciones se orientan cada vez más hacia el “reparto de la carga” militar y económica, la subida de los precios o la separación entre religión y Estado
Es el Día Nacional de la Igualdad, y manifestantes y contramanifestantes en el barrio Beit Vagan de Jerusalén se lanzan la palabra como un arma arrojadiza, separados por un puñado de policías. Los primeros forman parte del movimiento contra la reforma judicial del Gobierno de Benjamín Netanyahu y protestan frente a una escuela talmúdica para poner el foco en la exención de los ultraortodoxos de cumplir el servicio militar obligatorio que ellos tuvieron que hacer. Algunos llevan gorras militares y cantan lemas como “Democracia” e “Igualdad para todos”. Los segundos, tanto ultraortodoxos como partidarios de otras formaciones del Ejecutivo derechista de coalición, los reciben con gritos como “Izquierdistas, traidores”, “Os defendemos a través de la Torá” y “64 diputados”, los que aglutina el bloque de Netanyahu. Algunos les tiran agua, tratan de arrancar la bandera o hacen el gesto del dedo.
― “No me toques”, advierte una manifestante secular a un joven religioso que la increpa de cerca.
― “Tampoco quiero”, le responde, mientras un segundo le advierte de que está profanando el nombre de Dios al acercarse tanto a una mujer.
Entre unos y otros son apenas un centenar, pero la constante tensión (están muy cerca de llegar a las manos) y el hecho de que estén bastante igualados en número pone de relieve cómo la protesta en torno a la reforma judicial ha sacado a la superficie las brechas sociales que dividen a los judíos del país (seculares-religiosos, centro y periferia, asquenazíes-mizrahíes...) desde hace décadas. Y muestra cómo la indignación que moviliza a cientos de miles de israelíes cada semana desde el pasado enero se extiende cada vez más hacia otros asuntos polémicos y divisivos, sobre todo el denominado “reparto de la carga”, es decir, la sensación de buena parte de los israelíes de que ellos sostienen ―militar y económicamente― el país.
Los ultraortodoxos están exentos del servicio militar obligatorio, generalmente de 32 meses para los hombres y de 24 para las mujeres. Son asimismo el colectivo que más rechaza trabajar, para dedicarse a actividades religiosas, por las que reciben subvenciones. Suponen el 13% de la población del país y, con casi siete hijos de media, serán el 32% en 2065, según los cálculos de la Oficina Central de Estadísticas.
“No digo que tengan que servir como el resto, pero deberían hacer uno o dos años de servicio social sustitutorio. Lo que no se puede permitir es que haya un grupo al margen de la responsabilidad colectiva y que se beneficia de los impuestos que pagamos nosotros”, asegura uno de los manifestantes, Micha Weiss, de 59 años, que enarbola una bandera israelí, convertida en uno de los símbolos del movimiento contra la reforma judicial, que otorgaría al poder Ejecutivo un control inédito sobre el Tribunal Supremo, casi el único contrapeso en su sistema institucional. Weiss insiste en que la protesta contra la reforma es “dinámica”, por lo que también debe abarcar este tema ahora que puede llegar al Parlamento, y defiende congregarse ante una escuela religiosa. “Hay que manifestarse donde hay un problema, no donde no lo hay [...] Tengo un hijo de 18 años que va a ir al Ejército. ¿Y si le toca a ir a una guerra loca, a saber, por un asentamiento, mientras ellos no van?”, resume.
En una rotonda en frente, Amnon Avinadav no para de corear lemas contra los manifestantes. Tiene 45 años y ha venido ex profeso desde Tel Aviv. “Son unos hipócritas”, dice. “Si de verdad quieren igualdad, que vayan a pedirla a Um El Fahem. Pero solo quieren ir contra los ultraortodoxos porque los odian”, asegura. Um El Fahem es una ciudad habitada por palestinos con ciudadanía israelí, un 20% de la población que ―por motivos diferentes― también está exenta de alistarse.
Oficina de reclutamiento
No ha sido la única manifestación de la jornada en torno al asunto. En Bnei Brak, la mayor localidad ultraortodoxa del país, ubicada cerca de Tel Aviv y donde ya hubo una protesta el pasado marzo, fue montada una “oficina de reclutamiento”. “Se acabaron los días en los que una parte sirve al Estado, a la vez que financia las escuelas talmúdicas que buscan edificar una dictadura basada en la ley judía. No hay democracia sin igualdad”, señalaban en los días previos los organizadores.
“Una parte del mainstream israelí está obsesionada con forzar a los ultraortodoxos a ser alistados. Incluso si el Ejército fuese el paraíso en la tierra, no se puede llevar allí a la gente con cadenas […] En nombre de la igualdad tratan de forzar a una comunidad entera a hacer algo en lo que no cree”, criticaba este lunes en el diario Haaretz su columnista Odeh Bisharat, ex secretario general del partido árabe de inspiración comunista Hadash.
Los ultraortodoxos están en el ojo del huracán, pero no participaron en la nutrida protesta en defensa de la reforma judicial del mes pasado. Y los partidos que los representan son los que menos de la coalición la defienden públicamente. Apoyan la iniciativa principalmente para que el Supremo no pueda tumbar una clara exención por ley del alistamiento.
Netanyahu pausó la reforma el pasado 27 de marzo, presionado por la amplitud de las protestas y tras cesar a su titular de Defensa, Yoav Galant, por desmarcarse de la reforma judicial. Readmitió al ministro y aplazó la tramitación al periodo de sesiones que comenzó este lunes y concluye en julio. En este mes de receso en la Kneset, han continuado las habituales manifestaciones de los sábados contra la reforma, mientras Gobierno y oposición han negociado, con poco éxito, cambios a la iniciativa legal, en la residencia del presidente, Isaac Herzog.
Al reanudarse la actividad parlamentaria, lo han hecho también estas otras protestas semanales de los jueves. Se trata de jornadas con pequeñas acciones simbólicas y muy visuales en distintos puntos del país, además de manifestaciones o del tradicional corte de la carretera Ayalón, en Tel Aviv.
Los problemas de la ciudadanía
Este jueves, no solo ha estado sobre el tapete el tema militar, también otros de la agenda política. Los organizadores lo ven como parte de un conjunto, al considerar que el Gobierno se ha concentrado únicamente en sacar adelante la reforma judicial ―presentada una semana después de tomar posesión, a finales de diciembre―, dejando de lado los verdaderos problemas de la ciudadanía.
Por eso, han teñido de color el agua de una fuente en Tel Aviv para protestar contra el precio de los alimentos. Siguen subiendo, pese a que Netanyahu dijo al regresar al poder que bajarlos sería su primera lucha. También han puesto pegatinas en cartones de leche en supermercados para denunciar el pacto del Ejecutivo ―que determina su precio― con los productores, por el que crecen un 9,2%.
Ha habido asimismo una performance artística frente a la casa, en el asentamiento judío en Cisjordania de Kiriat Arba, del titular de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, que llegó al poder con un discurso de mano dura ante el crimen. Se trababa de maniquíes ensangrentados para denunciar la oleada de homicidios ―88 en lo que va de año, el doble que en el mismo periodo de 2022, cinco de ellos solo el miércoles―, particularmente entre la minoría palestina, que contabiliza el 77% de los asesinatos pese a ser un quinto de la población. “Ben Gvir, te viene grande el trabajo” o “Es tu turno, ¿dónde estás?” eran algunos de los lemas.
Además, ha habido concentraciones frente a sedes del Rabinato en defensa de la igualdad de género y un simulacro de boda de personas del mismo sexo (que no es legal en Israel) ante el Tribunal de Distrito de Tel Aviv. Otras decenas se han congregado frente a la casa de un artista drag atacada con piedras la semana pasada.
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