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Los israelíes que cuelan la ocupación de Palestina en la protesta contra la reforma judicial

Cientos de activistas de izquierdas defienden la causa palestina en las manifestaciones contra el plan de Netanyahu, donde les acusan de debilitarlas y de proyectar una imagen radical

Una manifestante con la bandera palestina durante la protesta contra la reforma judicial en Tel Aviv, el pasado día 18.
Una manifestante con la bandera palestina durante la protesta contra la reforma judicial en Tel Aviv, el pasado día 18.Antonio Pita
Antonio Pita

Dos israelíes, que no se conocen, debaten en medio de una manifestación multitudinaria en Tel Aviv contra la reforma judicial del Gobierno de Benjamín Netanyahu.

― ¿No crees que es el momento de centrarse en lo que está pasando?

― Es que lo que está pasando es la ocupación

El primero es un joven que avanzaba por la calle Kaplan junto a decenas de miles de compatriotas, muchos con banderas israelíes, cuando se topó con el llamado bloque antiocupación, al que pertenece el segundo y donde ondean decenas de banderas palestinas. El bloque está formado por cientos de activistas de la izquierda más marginal en el país, casi todos judíos, que no buscan precisamente pasar desapercibidos. Cada sábado, unos 300 se colocan en medio de la calle de Tel Aviv por la que transcurre la protesta, de forma que la marea humana de manifestantes tiene que ir muy despistada para no toparse con pancartas como “No hay democracia con ocupación” o “Judíos y árabes rechazan ser enemigos”. Toda una declaración política que chirría a muchos en Israel y que lleva a algunos manifestantes a tirarles las banderas al suelo, insultarlos o iniciar un debate más o menos educado.

Los activistas tratan de aprovechar la multitudinaria protesta —vertebrada principalmente por israelíes de centro o izquierda moderada que obvian, condonan o apenas prestan atención a la situación en Gaza, Cisjordania o Jerusalén Este— para poner el incómodo foco en la ocupación militar israelí de Palestina. Es, argumentan, el elefante en la habitación y no se puede desconectar de la lucha contra una reforma judicial que ―de salir adelante― debilitaría la división de poderes. Quienes les interpelan los acusan de oportunismo, de ahuyentar a manifestantes de otras sensibilidades y de poner en bandeja fotos que alimentan la narrativa del Ejecutivo de que la protesta está liderada por radicales. “Por anarquistas”, como ha dicho en alguna ocasión Netanyahu.

Alma Beck, en la treintena, sujeta un cartel con la frase: “Sé que duele, pero venid a hablar sobre la ocupación”. No parece tener mucho éxito. “Si no hablamos del pecado original, que es la ocupación, no podemos hablar de lo que pasa ahora. Tenemos que desmontar el racismo, el militarismo... Sé que cuesta mucho, porque es el ethos en el que hemos crecido, pero si queremos cambiar la realidad no podemos volver al statu quo tras esta protesta”.

Niv, de 18 años y también judío israelí, sostiene una bandera palestina. “Dicen que se manifiestan por la democracia, pero aquí nunca ha habido democracia. Un 20% de la población no existe en los elementos del país, desde el himno hasta la bandera”, afirma en referencia a la minoría palestina con ciudadanía israelí, sujeta a una discriminación estructural respecto a la mayoría judía. A pocos metros, Revital es casi la única del bloque antiocupación con una bandera israelí, colgada de la mochila. “No lo vivo como una contradicción. Hay que devolver la bandera a la izquierda israelí. Y si existe algo que se pueda llamar así, desde luego está aquí”, dice esta trabajadora social de 53 años mientras señala a su alrededor. El fundador del sionismo, Theodor Herzl, parece observarla desde un enorme cartel en la sede de la Organización Sionista Mundial, con motivo del 125º aniversario del primer congreso del movimiento que acabó dando a luz en 1948 al Estado de Israel.

Keren, 42 años, se ha desplazado desde Jerusalén y muestra una pancarta con el lema “El apartheid no se detiene en la Línea Verde”, la divisoria internacionalmente reconocida entre Israel y Palestina, previa a la Guerra de los Seis Días de 1967. Adopta un enfoque pragmático ante el abismo ideológico que la separa de la inmensa mayoría de participantes en la marcha: “Esta también es mi manifestación. Y claro que estoy en contra de la reforma judicial. Pero no se pueden compartimentar las cosas. Si no salimos aquí a las calles, ¿dónde? No en cualquier lugar se puede hablar de apartheid”.

Como cuando un director de cine decide mantener el contraplano, lo más interesante no son a veces los símbolos y lemas del bloque antiocupación, sino las reacciones que generan en el denominado “consenso” israelí. Muchos eligen ignorarlos. Algunos se paran a hacerles una foto y mandarla por WhatsApp, como si acabasen de cruzarse con un animal exótico. Uno les grita: “¡Vais a estropear esta protesta, traidores!”; otro hace sonar insistentemente la vuvuzela. El momento más tenso llega cuando un joven arranca de la mano a un manifestante la bandera palestina y la arroja al suelo con violencia mientras le insulta. Este se queda con el susto en el cuerpo.

La bandera del enemigo (más aún ondeada por un judío) o palabras como apartheid y supremacismo judío (que entre la mayoría judía solo utilizan quienes se sitúan ideológicamente muy en los márgenes de la izquierda) tocan una fibra muy sensible en el país. “Para la mayoría de israelíes, ver una bandera palestina es como si le clavasen un cuchillo en el ojo”, explica por teléfono Daniel Bar-Tal, profesor emérito de la Universidad de Tel Aviv y psicólogo político que ha estudiado las reacciones que genera el conflicto palestino-israelí. “La palabra ocupación, además, tiene una connotación negativa. El israelí medio no quiere verse como parte de una ocupación. Es un espejo en el que no se quiere mirar y que le enfada”, argumenta.

También los hay, como Avihu Waldman, de 50 años, que discrepan desde el respeto. Al avanzar con la masa por la calle Kaplan, se cruza con los activistas y niega ligeramente con la cabeza. “No me molestan, pero sí creo que debilitan la protesta. Y me parece muy egoísta: esta manifestación es por la reforma”, explica su gesto. Un activista del bloque le increpa e inician una discusión. “La ocupación es horrible, pero no es el tema ahora. Cuando acabe, pondré toda mi energía en acabar con ella”, le dice Waldman. “Si me lo prometes, me salgo ahora mismo del bloque antiocupación”, responde el activista mientras sellan el acuerdo con una sonrisa y un apretón de manos.

Tami Hasten piensa parecido. Tiene 29 años, se define de izquierdas y acaba de participar en el bloqueo de la autopista Ayalón de Tel Aviv, en uno de los jueves de acciones simbólicas o que alteren el día a día, como cortes de carretera y escraches. La palabra ocupación, admite, le genera “mucha incomodidad”, y cree que introducirla a la fuerza espanta a colectivos menos ideologizados que dudan si sumarse a la protesta. “Damos cabida a todo el que venga, pero la situación es muy frágil, y hablar de la ocupación genera mucho antagonismo. Cada uno puede gritar lo que quiera, pero este no es un tema de izquierdas o derechas, sino de defender juntos la democracia […] Y hay que saber elegir las luchas”, lamenta.

El cambio de Huwara

El 26 de febrero cambió el debate sobre la cabida de la ocupación de Palestina en la protesta. Ese día, decenas de colonos radicales mataron a un palestino y quemaron decenas de casas y vehículos en Huwara, una localidad de Cisjordania, en represalia por un atentado. Las fuerzas de seguridad israelíes llegaron muy tarde, pese a los indicios claros desde horas antes. Para añadir sal a la herida, el ministro de Finanzas, el ultraderechista Bezalel Smotrich, abogó justo después por “borrar Huwara”, aunque de la mano de militares y policías, en vez de civiles tomándose la justicia por su cuenta. Días más tarde, el propio jefe del Comando Central del ejército israelí, Yuval Fuchs, calificó lo sucedido de “pogromo”, un término con gran carga simbólica porque se popularizó para nombrar los linchamientos multitudinarios de judíos en el siglo XIX en la Rusia zarista.

Coches calcinados en la localidad cisjordana de Huwara tras el ataque de colonos radicales, el pasado 26 de febrero.
Coches calcinados en la localidad cisjordana de Huwara tras el ataque de colonos radicales, el pasado 26 de febrero.JAAFAR ASHTIYEH (AFP)

Desde aquel día, cuando los policías efectúan un arresto o pegan un empujón extemporáneo, decenas de manifestantes comienzan a corear: “¿¡Dónde estabais en Huwara!?”. Son, en muchos casos, israelíes corrientes ―envueltos en la bandera nacional o en la LGTBI― impactados por la violencia de sus compatriotas en los asentamientos más radicales en Cisjordania y preocupados por el monstruo que ha ido creciendo a apenas 50 kilómetros de sus casas.

“Huwara metió la ocupación en la protesta. Muchos entendieron el nexo entre el debilitamiento de la democracia y lo que pasó”, asegura Aviv Levin, de 28 años y uno de los que corea la frase, pero no pertenece al bloque antiocupación. “La mayoría de manifestantes, sobre todo al principio, vive en el centro de Israel y ve la ocupación como algo que no le afecta. Pero despierta empatía ver que nos pueden hacer a nosotros lo que les hacen a los palestinos”.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.

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