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Ucrania sueña con la UE, pero todavía busca su identidad europea

Zelenski quiere acelerar el proceso de adhesión de Kiev al proyecto comunitario mientras la ciudadanía todavía siente que la herencia soviética y rusa les diferencia del resto del continente

Foto de familia de la cumbre de la Comisión Europea y Ucrania celebrada en Kiev el 2 de febrero de 2023. Foto: STR (AFP) | Vídeo: Reuters
Cristian Segura (Enviado Especial)

Ucrania ha decidido que quiere ser parte de la Unión Europea, pero muchos de sus ciudadanos todavía se preguntan si son europeos. El objetivo de Marian Prysiazhniuk era que sus alumnos, adolescentes ucranios, asimilaran que sí lo son. Prysiazhniuk era profesor de un centro educativo para bachilleres que se preparan para acceder a la universidad. La invasión rusa, iniciada en febrero de 2022, acabó con el programa de estudios que él coordinaba. Este hombre de 32 años, recientemente alistado en el ejército, todavía recuerda cómo se enfadaba cuando realizaba viajes formativos a Polonia o a Alemania con sus pupilos: “Me decían que íbamos de viaje a Europa, como si fuera un lugar diferente, y para mí era importante que entendieran que ellos ya están en Europa, que Ucrania es Europa, y que tuvieran claro que compartimos los mismos valores”.

Ucrania es un país a caballo entre dos mundos, entre el este y el oeste; y fue durante siglos parte del imperio ruso y luego, del soviético. “Los ucranios siempre han tenido un problema con la identidad, siempre la han buscado, y esta búsqueda ya es precisamente parte de su mentalidad”, afirma Erika Szyszczak, profesora de la Universidad de Sussex (Inglaterra) y experta en las relaciones económicas entre la UE y Ucrania. Szyszczak opina que la adaptación ucrania a Europa es más compleja que la de Polonia, por ejemplo, por el simple hecho de la distancia geográfica, pero también por cuestiones como la religión —mientras Polonia es enteramente católica, en Ucrania ha predominado la Iglesia ortodoxa rusa— y, sobre todo, por “una mayor cultura soviética”.

El legado soviético se ha ido diluyendo desde su independencia, en 1991, y la actual guerra lo ha terminado de apuntillar. Una abrumadora mayoría de la población está hoy a favor de romper relaciones con Rusia y abrazar la UE. Según una encuesta del pasado octubre del Instituto Internacional de Sociología de Kiev (KIIS, por sus siglas en inglés), un 88% quiere formar parte de la UE; en 2021, según el mismo instituto, el porcentaje era del 75%. En 2018, en un estudio ampliamente citado del centro de estudios geopolíticos y de defensa Razumkov, el apoyo al acceso a la UE era del 58%.

El informe de Razumkov establecía hace cinco años cuatro razones básicas por las que los ucranios, sobre todo en las regiones del este, las más próximas culturalmente a Rusia, tenían “problemas para identificarse como europeos”: primero, “la desconexión de la vida cultural y política europea”; segundo, la influencia del pasado soviético; tercero, la influencia de la propaganda rusa; y cuarto, “las vagas promesas de la UE” durante décadas para acoger a Ucrania en la familia comunitaria.

Un joven vende banderas de la UE y de Ucrania frente al edificio en el que creció Volodímir Zelenski en Krivii Rih.
Un joven vende banderas de la UE y de Ucrania frente al edificio en el que creció Volodímir Zelenski en Krivii Rih.Cristian Segura
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El camino de Ucrania hacia la UE empezó en 1994, cuando se firmó, durante la presidencia de Leonid Kuchma, el primer acuerdo de cooperación con el club comunitario. Ya en aquel momento se producía la tensión que marcaría la historia reciente ucrania, el juego de equilibrios entre la Europa occidental y Rusia: la firma coincidió con el rechazo a la propuesta rusa de una unión aduanera con las antiguas repúblicas soviéticas. En 1996, Kuchma, considerado el presidente más prorruso de Ucrania junto a Víktor Yanukóvich, afirmaba durante una visita de Estado a Finlandia: “Una de nuestras principales misiones es superar el aislamiento artificial de Ucrania respecto a Europa, que durante siglos ha privado a los ucranios, como decía el poeta [Pavlo Tychyna], del sentimiento de pertenecer a una sola familia”.

Fue precisamente la marcha atrás del presidente Víktor Yanukóvich en 2013 en el acuerdo de asociación de Ucrania con la UE, favoreciendo un pacto similar con Rusia, lo que desembocó en la revolución del Maidán, que le desalojó de la jefatura del Estado. Para Alyona Getmanchuk, directora de New Europe, un centro de análisis del proceso ucranio hacia la UE, el Maidán y la revolución naranja de 2004 [protestas que llevaron a repetir unas elecciones] son la prueba de que el europeísmo de la población ucrania es más fuerte que en otros países de la Europa del este que consiguieron formar parte del club comunitario mucho antes. “En Ucrania no ha habido revoluciones para volver a Rusia”, como sí las hubo para acercarse a la UE, añade Getmanchuk. Sí se produjeron, sin embargo, tras la caída de Yanukóvich, los levantamientos separatistas en la región de Donbás de 2014, con el apoyo militar y político ruso; y la anexión unilateral de Crimea a Rusia, en un territorio con una mayoría prorrusa.

La aceptación el pasado junio de Ucrania como país candidato a formar parte de la UE “fue un golpe de efecto psicológico muy potente” que terminó con décadas de decepciones, de pasividad por ambas partes para asumir el reto, dice Getmanchuk. Paul D’Anieri, profesor de la Universidad California Riverside, investigador de la historia de Ucrania y Rusia, advertía el pasado diciembre en una entrevista con EL PAÍS que también existía el riesgo de que en Ucrania se produjera un giro “antioccidental” si la UE y la OTAN no cumplen con las expectativas de ayuda. La directora de New Europe asegura que este giro no se producirá porque las nuevas generaciones asumen que Europa es sinónimo de progreso. “Aceptamos incluso que las exigencias para entrar en la UE serán más duras para nosotros porque pagaremos por los errores de otros”, dice Getmanchuk en referencia a ampliaciones previas hacia la Europa del Este que han ocasionado crisis comunitarias, como en el caso de Hungría o de Polonia.

Las banderas de la UE son habituales en los edificios públicos de Ucrania, de escuelas a ministerios. ¿Representan el sentir de la población? Prysiazhniuk cree que una cosa es la convicción política y otra, la preparación de la gente. “Da igual si eres de Kramatorsk o de Lviv, del este o del oeste, todavía no hemos tenido suficiente intercambio con el resto de Europa, por eso es importante empezar a enseñar en las escuelas cuáles son los valores europeos que compartimos, sean la democracia o los derechos humanos”. El europeísmo de Ucrania lo demuestra precisamente el contraste con el invasor, dice Prysiazhniuk, porque Rusia ni quiere ser europea ni aspira a sus valores universales.

Unos niños ondean la bandera de la UE en Jersón, tras la liberación de la ciudad en noviembre.
Unos niños ondean la bandera de la UE en Jersón, tras la liberación de la ciudad en noviembre.Cristian Segura

Reformas

Szyszczak concede que un reto será la adaptación de los ucranios a las profundas reformas legales que implica estar en la UE, adaptarse a que las normas comunitarias son muchas y de obligado cumplimiento, también ajustarse a un nuevo régimen tributario, en un país de baja presión impositiva y donde impera un liberalismo económico en el que se reduce al máximo la intervención del Estado. Este es un modelo habitual en los países de la Europa del Este que, a diferencia de la Europa occidental, no construyeron su Estado a partir de la socialdemocracia y de la democracia cristiana, sino a partir de una reacción visceral a la dictadura comunista.

Szyszczak y Getmanchuk coinciden en que el cuerpo de funcionarios, la mayoría nacidos en la Unión Soviética y con puestos laborales inamovibles, es el más difícil de transformar hacia una mentalidad europea. Szyszczak cree que es el sector privado el que liderará de nuevo la transformación hacia un europeísmo que puede tener más de práctico que de corazón: “Hay gente que abraza la UE porque consideran que es la única forma de dar ímpetu a la reforma del país”.

Roman Vakulenko tiene 26 años, dirige una empresa de taxis en Kiev y piensa exactamente de esta manera: “Los ucranios nos sentimos en parte europeos porque entendemos que nos traerá más seguridad legal o la posibilidad de viajar libremente, cambiar profundamente las normas del juego no es un problema para nosotros, ya lo hemos hecho en el pasado”. Pero, por otra parte, añade Vakulenko, los ucranios también tienen la impresión de que no son todavía europeos “porque tienen que cambiar muchas cosas que se comparten con Rusia, como una corrupción muy extendida”. Precisamente Zelenski se ha comprometido con la Comisión Europea a hacer frente a esa corrupción. Entre enero y febrero se han producido múltiples redadas en ministerios y otros organismos públicos en casos de presunta malversación de fondos públicos y tráfico de influencias que han provocado el relevo de una docena de altos cargos.

Vakulenko nació pocos años después de la independencia de su país y asegura que ha vivido la influencia soviética por sus padres. Los más jóvenes, dice, serán los que darán el salto definitivo: “En 10 años Ucrania será un país totalmente diferente, será europeo, y estos debates ya no tendrán sentido”.

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Sobre la firma

Cristian Segura (Enviado Especial)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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