La disputa por la bandera de Brasil, un símbolo nacional acaparado por el bolsonarismo
Lula y la izquierda aprovechan la campaña electoral para intentar romper el monopolio sobre los colores nacionales logrado por el actual presidente
El conjunto de fondo verde con el rombo amarillo y la esfera azul con el lema Ordem e Progresso forma una de las banderas más fácilmente identificables del mundo. Pero la enseña nacional de Brasil vive una crisis de identidad desde que años atrás la derecha emprendiera una campaña para apropiársela. Su presencia es enorme en cualquier acto del presidente y candidato a la reelección, Jair Bolsonaro, o de cualquiera de sus aliados. A día de hoy, está tan asociada al bolsonarismo que los brasileños más progresistas dejaron de sentirse cómodos con ella. Aún menos con la camiseta de la selección de fútbol, convertida en todo un icono conservador, o incluso con la simple combinación de colores verde y amarillo.
A diferencia de lo que ocurre en países europeos como España o Alemania, donde el trauma de la dictadura y el totalitarismo alejó a parte de la población de la bandera nacional, en Brasil esto no era un tema, comenta al teléfono Lucio Renno, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia. La dictadura militar que dirigió el país entre 1964 y 1985 abusó de nacionalismo, pero durante la redemocratización los brasileños abrazaron sin problemas sus colores, con picos de colorido patriotismo cada cuatro años, con el Mundial de fútbol.
La identificación de la bandera con la derecha es un fenómeno reciente: “Los movimientos de derecha en el pasado nunca se apropiaron de esos símbolos. El movimiento integralista de Brasil (una corriente tradicionalista católica de extrema derecha que surgió en los años treinta) tenía su propia bandera, sus propios uniformes. No usaba los colores nacionales”, recuerda Renno.
En su opinión, todo empezó a cambiar a partir de las masivas protestas de junio de 2013, pero sobre todo con las manifestaciones contra el Gobierno de Dilma Rousseff que llevaron a su impeachment en 2016. En aquellas marchas de la derecha, la camiseta amarilla de la selección se convirtió en un símbolo, y empezaron a sonar con fuerza los cánticos “A nossa bandeira jamais será vermelha”, reivindicando el verdeamarelo de la bandera nacional frente al supuestamente amenazante rojo comunista del Partido de los Trabajadores (PT), de Luiz Inácio Lula da Silva, el favorito a ganar las elecciones, según los sondeos.
Con la ola bolsonarista que barrió el país hace cuatro años, todo se aceleró. La retórica patriótica de Bolsonaro, con lemas repetidos hasta la extenuación como ‘Mi partido es Brasil’ o ‘Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos’ acabó capturando los símbolos nacionales e hizo que el resto de la población pasara a evitarlos. El último en caer ha sido el 7 de septiembre, día de la Independencia, que hasta el año pasado era una fecha que pasaba sin pena ni gloria y que a partir de ahora probablemente estará marcado en el calendario como una jornada de movilización de las bases bolsonaristas, apunta el profesor.
El temor a verse asociado a Bolsonaro ha provocado en los últimos años el surgimiento de banderas alternativas. La más famosa cruzó el Sambódromo de Río de Janeiro en el carnaval de 2019. La escuela de samba Mangueira tiñó la enseña con sus colores (verde y rosa) y cambió el famoso lema positivista por ‘Indios, Negros y Pobres’ para reivindicar en su desfile a los héroes olvidados por la historia oficial. Esa bandera, que aparece de vez en cuando en las protestas de la izquierda, forma parte ahora de la colección del Museo de Arte Moderno de Río.
Lula se ha esforzado en los últimos meses en recuperar los símbolos nacionales. “Ese genocida no puede apoderarse de la bandera brasileña”, decía emocionado hace unas semanas en la ciudad de Teresina, donde miles de simpatizantes desplegaron una bandera de decenas de metros. Para el bolsonarismo, ese acercamiento no pasa de puro oportunismo en busca de votos. A pesar de los esfuerzos, a pie de calle los votantes de izquierda aún recelan del verde y el amarillo y las banderas del país escasean en los mítines lulistas, donde reina el rojo en alegre convivencia con banderas gays y de movimientos sociales.
Con el país partido en dos, la prueba de fuego para comprobar si es posible que vuelva el consenso en torno a la bandera y los colores de Brasil se dará en noviembre, después de las elecciones, cuando arranque el mundial de fútbol en Qatar y los bares se llenen de hinchas de izquierda y derecha frente al televisor. Los que ya quieren vestir la canarinha sin miedo a ser confundidos han creado sus propias versiones; con el rostro de Lula, con el número 13 del PT... La oficial aún es problemática. La marca Produtinhos Caju, por ejemplo, tiene un modelo que simplemente advierte en varios idiomas: “Esto no es una camiseta de bolsominion” (la manera despectiva de referirse a los seguidores del presidente).
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