Rebeca Andrade, una excepción en un país que no valora el deporte
La gimnasta brasileña que ganó el oro y la plata en los Juegos Olímpicos de Tokio procede de una familia pobre, se ha consagrado gracias a unos entrenadores comprometidos y a una política pública eficaz, algo poco frecuente en el país
Quienes vieron a la gimnasta brasileña Rebeca Andrade, de 22 años, realizar sus primeros saltos la recuerdan como una chica “siempre alegre”, “una niña muy feliz” que no tenía los cambios de humor habituales en muchos deportistas. “Lo que hemos visto los últimos días es su manera de ser. Siempre ha sido natural, no es forzado”, explica Oscar Fagundes de Oliveira Júnior, de 56 años, profesor de gimnasia artística de Rebeca en 2009. “Terminaba de comer y se quedaba jugando por aquí, nunca paraba”, añade. Pero detrás de la ligereza que le dio a Rebeca la medalla de oro en el salto y la plata en el individual en los Juegos Olímpicos de Tokio hay una historia de gran esfuerzo personal y de superación, marcas de un país desigual y con pocas oportunidades, pero también de una política pública que funcionó y guió a la gimnasta hasta el podio.
Nacida en Guarulhos, en el área metropolitana de São Paulo, Rebeca es una de los siete hijos de Rosa Santos, que trabajaba como empleada del hogar y los crió sola. Cuando tenía seis años, una tía la llevó al gimnasio municipal Bonifácio Cardoso, donde el Ayuntamiento de Guarulhos tiene un programa para formar a nuevos gimnastas. “Cida trabajaba aquí, en la cocina, y había traído a Rebeca para que jugara. Pero me pidió que le echara un vistazo porque pensaba que se le podría dar bien”, recuerda Mônica Barroso dos Anjos, de 49 años, entrenadora del equipo de gimnasia de Guarulhos y árbitro internacional.
Era el período de inscripción a las pruebas para nuevos gimnastas. Mônica inmediatamente le vio futuro a la niña, “delgada y fuerte, con los músculos ya definidos”. Le pidió que corriera, que fuera a la barra, que hiciera la rueda... Era “la futura Daiane dos Santos”, dice, en referencia a otra estrella de la gimnasia brasileña, la primera en ser campeona mundial, aunque nunca ganó ninguna medalla olímpica.
La niña se incorporó al programa de Iniciación Deportiva del Ayuntamiento, que atiende gratuitamente a unos 5.000 jóvenes de entre 6 y 17 años en diversos deportes. Y Mónica se convirtió en la primera entrenadora de la “Daianinha de Guarulhos”, que tuvo que cambiar su horario escolar para adaptarse a la rutina de entrenamiento. Así fue durante el primer año y medio, hasta que, con ocho años, la derivaron al equipo de alto rendimiento.
La familia se movilizó para hacer realidad el sueño de la gimnasta. Como vivían en un barrio que quedaba lejos del gimnasio, Mônica cuenta que uno de los hermanos de Rebeca la acompañaba caminando hasta el deportivo, lo que les llevaba dos horas, y la esperaba a que terminara. Después se compró una bicicleta para llevarla. Rasgos de un país en el que los más pobres tienen que hacer un esfuerzo extraordinario para aprovechar las pocas oportunidades disponibles. “Su madre fue un factor clave en su vida. Las dificultades en esta clase social hacen que la gente supere estos retos, y eso fue muy importante en la vida de Rebeca”, explica el entrenador Oscar, conocido solo como Júnior.
Rebeca también contó con el apoyo incondicional de profesores comprometidos, como el propio Júnior, que la acompañó a Cuba a un torneo panamericano, y Mônica. En un momento dado, cuando ya estaba en el equipo de alto rendimiento, los profesores empezaron a turnarse para traer a la niña al gimnasio y llevarla de vuelta a casa. Después empezó a quedarse en casa de la profesora Ana Cecília durante la semana. “Para facilitarle la vida, dormía en casa de Ana, desayunaba, iba al colegio, almorzaba aquí en el gimnasio, entrenaba por la tarde y volvía a casa de Ana a dormir”, recuerda Mônica. “Siempre lo hemos hecho, con el apoyo financiero del Ayuntamiento. Yo misma he tenido gimnastas viviendo en mi casa. A veces tienen mucho potencial y es necesario”, añade la profesora.
Brasil cuenta con algunos casos aislados de excelencia en algunos deportes, como el voleibol, el fútbol, el judo, la vela o, más recientemente, el boxeo, el skate y la gimnasia artística. Pero la rutina de muchos deportistas brasileños, ante unas políticas públicas todavía tímidas, es tener que superar la falta de apoyo técnico y de patrocinio, ya sea público o privado. Fue lo que le ocurrió al surfista y campeón olímpico Ítalo Ferreira cuando cogía sus primeras olas en una tapa de corcho en Baía Formosa, en el estado de Río Grande del Norte. También a la lanzadora de peso Darlan Romani. Durante la pandemia, perdió el patrocinio, se quedó sin entrenador y sin lugar para entrenar, y tuvo que recurrir a un descampado. Le salió una hernia y tuvo covid-19 durante este período, pero, aun así, quedó en cuarto lugar en los Juegos Olímpicos de Tokio.
El contraste con Estados Unidos, un país continental como Brasil y uno de los mayores medallistas de todos los tiempos, es evidente en algunas situaciones. En estos Juegos Olímpicos, incluso después de que la estrella Simone Biles se quedara fuera de las pruebas de gimnasia artística, el país siguió ganando medallas: oro en las pruebas individuales y de suelo, plata en el salto y en la general por equipos, y bronce en las barras asimétricas y en la barra de equilibrio. No necesitó depender de su gimnasta principal para ganar medallas en todas las categorías de la gimnasia artística femenina. “Lo que falta es que Brasil invierta más en deporte en el país. Cuando veo el medallero, con 50 medallas para Estados Unidos y 10 para Brasil, veo que allí hay políticas públicas”, argumenta el funcionario Marcos Camargo, de 51 años, jefe de la división técnica de deportes del Ayuntamiento de Guarulhos.
A pesar de todos estos problemas, Rebeca y sus entrenadores demuestran que es posible llegar al podio con inversión a lo largo de muchos años. “Brasil es muy rico en material humano”, afirma la entrenadora Mônica, de Guarulhos. El enorme gimnasio municipal Bonifácio Cardoso, donde trabaja, es uno de los mejor equipados del país y un vivero de gimnastas, profesores y árbitros de gimnasia artística. Es el resultado de un proyecto idealizado en 1979 por la profesora Rose Cerqueira y que cobró fuerza en los años siguientes, durante varios Gobiernos de diversos partidos políticos, culminando con la construcción del gimnasio en 1992. Hoy en día hay siete entrenadores fijos, que pasaron unas oposiciones, pero también hay un intercambio constante de profesores de otros lugares y países.
“Con este potencial, imagínate si todo el país pudiera hacer este trabajo. Seríamos una potencia, competiríamos en medallas con Estados Unidos, Rusia y China fácilmente”, afirma Mônica. Explica que Rebeca se ha convertido en un icono, pero el trabajo que llevan a cabo en Guarulhos ha dado oportunidades a muchos otros niños que han seguido otras carreras en la gimnasia.
Con el doble podio de Tokio, el gimnasio ha recibido un aluvión de solicitudes de inscripción. “Ahora existe el fenómeno ‘Rebeca’, pero mirando hacia atrás, todo parece tan natural y ha pasado tan rápido”, dice el entrenador Júnior. Sentados en el tapiz por donde pasó Rebeca, él y Mônica recuerdan algunos momentos de su trayectoria. “Aquí se hacen muchos entrenamientos a la vez. Cuando llegaba el momento de perfilar a las chicas para empezar a calentar, ¿dónde estaba Rebeca? En la otra punta, viendo a las chicas hacer series de suelo con coreografía”, dice Mônica. “Y ella, bailando. Eso pasaba casi todos los días. Le brillaban los ojos y pensé ‘debe de estar imaginándose en un campeonato, en las Olimpíadas’”. Rebeca deja Tokio doblemente consagrada, con su nombre escrito en la historia del deporte y como abanderada de un país ávido de buenas noticias —ante tantas crisis— en la ceremonia de clausura de los Juegos este domingo.
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