La muerte del sultán de Omán deja al Golfo sin mediador
Su uso benevolente de la autoridad no le impidió ser implacable contra el menor signo de disidencia
El sultán Qabús de Omán ha muerto a los 79 años y tras medio siglo al frente del país, según ha informado el palacio real este sábado. El rápido anuncio de su sucesión por uno de sus primos y hasta ahora ministro de Cultura, Haitham Bin Tariq al Said, de 65 años, cierra décadas de especulación sobre la ausencia de un heredero designado en este país de la península Arábiga, la mayoría de cuyos cuatro millones de habitantes no ha conocido otro monarca. Llega no obstante en un momento de especial incertidumbre en la región por el enfrentamiento entre Irán y Estados Unidos; la diplomacia discreta que promovía Qabús ha ayudado a reducir tensiones y lograr acuerdos. El relevo al frente del trono pone a prueba la solidez de las instituciones omaníes y está por ver si su sucesor va a mantener ese papel de mediador.
Qabús Bin Said al Said (Salalah, 1940) llegó al poder en 1970 en un golpe de Estado contra su padre. Miembro de la 14ª generación descendiente del fundador de la dinastía Al Bu Saidi, que estableció el sultanato en el siglo XVII tras expulsar a los portugueses de Mascate, fue educado en India y en la Academia Militar de Sandhurst del Reino Unido; también pasó un año con el Ejército británico en Alemania.
A su regreso a Omán, en un episodio reminiscente de La vida es sueño de Calderón de la Barca, su padre, el sultán Said Bin Taymur, le encerró en palacio no porque como el rey Basilio pensara que iba a ser un gobernante cruel, sino por temor a las ideas modernizadoras que traía consigo. El sultanato era entonces un estado feudal en el que al caer la noche se cerraban las puertas de las ciudades. Con la ayuda de los oficiales británicos que adiestraban al Ejército omaní, el joven príncipe derrocó a su padre y lo envió al exilio a Londres. Empezó así lo que la propaganda oficial ha bautizado como “renacimiento”.
El país del que se hizo cargo carecía de asistencia sanitaria o escuelas, y apenas tenía una decena de kilómetros de carretera asfaltada. Más grave aún, una revuelta comunista en la provincia occidental de Dhofar amenazaba con derribar a la monarquía, igual que antes había sucedido en Egipto, Irak y el vecino Yemen. Con la ayuda del sha de Irán y del rey Hussein de Jordania, logró derrotar a los insurgentes, pero en un gesto de lo que iba a ser su estilo de gobernar ofreció una amnistía a los derrotados a la vez que prometió una respuesta militar firme a quienes no depusieran las armas.
A partir de entonces, y siempre con el discreto asesoramiento de sus consejeros británicos, utilizó los ingresos del petróleo (unas reservas estimadas en 5.500 millones de barriles) para modernizar el país y convertirlo en uno de los mejor gobernados y más estables de la región. No obstante, durante la última década, se hizo evidente que los negocios y contratos del Estado se estaban concentrando en unas pocas familias y se extendió la percepción de que la riqueza del petróleo ya no se distribuía con equidad. Su autoritarismo benevolente le granjeó el cariño de la mayoría de sus súbditos, pero no ha preparado al país para una transición.
Omán vivió su propia versión de la primavera árabe en 2011, a la que el sultán respondió en parte con la fórmula tradicional de más inversión y empleos estatales, en parte con reformas políticas como la ampliación de los poderes legislativos del Parlamento, pero sin renunciar a su poder absoluto. Las manifestaciones cesaron con la liberación de todos los detenidos en las protestas, pero también se estrechó el margen para la crítica con el encarcelamiento de blogueros y activistas de derechos humanos.
En política exterior, el sultán optó por equilibrar el peso de la vecina Arabia Saudí manteniendo sus tradicionales buenas relaciones con Irán incluso tras la revolución de 1979. Esa independencia, le permitió convertirse en un discreto mediador en las crisis regionales y extender sus servicios a EE UU. Fue el monarca omaní quien logró en 2011 la liberación de los tres excursionistas norteamericanos encarcelados en la República Islámica y albergó en su palacio las conversaciones secretas entre los dos enemigos que concluyeron con las negociaciones que llevaron al acuerdo nuclear de 2015, ahora en crisis.
En los últimos años había sido tratado de un cáncer de colon en Alemania, lo que alentó la preocupación por la ausencia de heredero. Aunque en 1976 Qabús se casó con su prima Nawal Bint Tariq, el matrimonio apenas duró tres años y no tuvieron hijos. Así que desde hace algún tiempo planeaba sobre el sultanato la duda sobre el sucesor. El secretismo que rodeaba la sucesión lleva años fascinando a los observadores. La Constitución omaní, la Ley Básica otorgada por el sultán en 1996 y revisada en 2011, estipula que la familia real decidirá el nuevo sultán, pero si no logra ponerse de acuerdo en tres días, el fallecido había dejado una carta con su elección. Al parecer no ha hecho falta abrirla.
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