La miel, el único salvoconducto en la guerra de Yemen
Los apicultores son los únicos capaces de atravesar todos los frentes del país durante la contienda en busca de las mejores flores para sus abejas
Tras seis años de guerra, Yemen ha quedado partida en tres y embargada por cielo, mar y tierra. En la contienda, tan solo los apicultores, alquimistas del oro líquido y marca distintiva del país, gozan de inmunidad para atravesar cargados con sus colmenas la miríada de controles militares y frentes, incluso en tiempos de bombardeos. Lo hacen en busca de las mejores flores para sus abejas.
Los huthi, con el respaldo de Irán, se han hecho con el norte. Mientras que el sur ha quedado partido entre los secesionistas que avalan los Emiratos Árabes Unidos y los seguidores del Gobierno del presidente Abdrabbo Mansur Hadi que acoge Arabia Saudí. Ambos países del Golfo custodian hoy los puertos donde antes pescaban los locales, así como los yacimientos de hidrocarburos que hoy funcionan a medio gas. Pero los criadores de abejas son ajenos al reparto de territorios. Cargan sin protección alguna las colmenas en la parte trasera de sus furgonetas y viajan hacia los cuatro puntos cardinales: Saná, Saada, Hadramouth o Shabwa para conseguir el codiciado néctar. Se guían por las estaciones y las altitudes, adaptándose a los avances y retrocesos militares.
“Ni los soldados del Ejército yemení ni los huthi nos cobran nunca tasas cuando nos paran en los controles militares”, asegura Alí Hussein Jaled, apicultor de 35 años, desde lo alto de una furgoneta al tiempo que descarga garrafas repletas de la preciada miel. “Además, les dan miedo las abejas”, repone tan divertido como habituado a que un ejército de aguijones se imponga sobre fusiles o lanzagranadas. Como el resto de civiles, también han sufrido bajas cuando los cazas saudíes y emiratíes han bombardeado por error sus vehículos, matando a compañeros y destrozando los panales. Jaled posee 12.000 colmenas, una cantidad nada desdeñable si se tiene en cuenta que toda su tribu suma 50.000 en total.
La mejor recolecta del año tiene lugar en octubre, por lo que la miel de mayor calidad se vende en el mes de noviembre. Este criador de abejas ha acudido al mercado de Ataq, capital provincial de Shabwa, donde espera conseguir entre 100.000 y 150.000 euros por su miel. En los comercios, el oro líquido es envasado en garrafas o botellas de plástico en un impresionante despliegue de texturas, sabores y tonalidades que oscilan entre el marrón oscuro hasta el amarillo dorado.
Tan solo los vendedores de qat —un arbusto con propiedades estimulantes semejantes a las de la anfetamina— gozan del mismo privilegio de movilidad, aunque no de la exención de pagos o sobornos en su cruce con los armados. Mascar sus hojas durante largas horas es deporte nacional para los hombres yemeníes, por lo que los codiciados tallos cultivados en Saná recorren los más de 500 kilómetros que les separan de Shabwa para ser mascados por sus enemigos al otro lado del frente. La miel recorre esos mismos tortuosos caminos, aunque, a diferencia del qat, rara vez llega al paladar de sus conciudadanos yemeníes.
En un país de 30 millones de habitantes que vive sumido en la peor crisis humanitaria mundial y en el que se han disparado las cifras de desnutrición infantil, el litro de la exquisita miel de Sidr se vende a 100 euros. Monto que equivale al sueldo mensual medio en Yemen. Los comerciantes se ven obligados a exportarla al por mayor a Arabia Saudí, donde se paga hasta el triple por el manjar al que le adjudican tanto propiedades afrodisiacas como de vacuna contra la covid-19.
Yemen exportaba 50.000 toneladas de miel en 2015, antes del estallido de la guerra. Una producción que se ha visto drásticamente mermada por la contienda, igual que la profesión de cría de abejas, que sigue siendo de las más dignas a la hora de ganarse la vida en el país más pobre de la región. “Al menos se nos conoce en el mundo por algo que no es guerra y miseria, sino dulce y exquisito”, se consuela el apicultor Jaled.
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