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Draghi, lo que sea necesario ¿por Italia?

El expresidente del BCE es la figura que suscita mayor consenso para guiar el país si cayese el actual Ejecutivo

Daniel Verdú
El expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, sostiene la campana honorífica durante su despedida del cargo en octubre de 2019.
El expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, sostiene la campana honorífica durante su despedida del cargo en octubre de 2019. Bernd Kammerer

Italia ha cambiado 64 veces de Gobierno desde que nació la República en 1946 y ha tenido 30 presidentes del Consejo de Ministros distintos. Algunos han repetido hasta siete veces, como Giulio Andreotti. Otros, han consumido fugazmente su esperanza de vida en pocos meses, como Giovanni Leone (repitió dos veces igual de cortas). La fragmentación y volatilidad de la política transalpina complican siempre cualquier apoyo unánime. Nadie, sin embargo, había suscitado tanto consenso para dicha misión, sin pisar siquiera el palacio Chigi ni haber hecho ni un solo comentario político, como el expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi (Roma, 72 años). Italia se encamina hacia un otoño tremendamente complicado solo apto para heroicidades. Y su nombre se invoca desde los partidos, a la presidencia de la República, pasando por el Vaticano.

El 31 de octubre de 2019, Draghi abandonó la presidencia del Banco Central Europeo bajo el aplauso unánime. Después de ocho años en Fráncfort, volvió a su Roma natal convertido en una leyenda de la historia económica del continente tras una gestión de la crisis financiera que será siempre recordada por aquel “whatever it takes” [”haremos lo que sea necesario”]. Una expresión acuñada para anunciar, básicamente, que se bombearía dinero sin límite en la economía europea para salvarla. En Italia todos se preguntan ahora si estaría dispuesto a aplicar aquel espíritu al servicio de su país.

Las apariciones de Draghi desde que volvió a Roma han sido casi nulas. Pero el banquero, un hombre tímido y tremendamente práctico, se ha convertido en una suerte de fantasma que todos los partidos invocan como terapia de grupo cuando piensan que las cosas pueden ir realmente mal. Especialmente después del artículo que publicó en el Financial Times el 25 de marzo, donde apostaba por un fuerte intervencionismo e invitaba a no preocuparse por generar deuda para salir de la crisis de la covid-19. Una posición con la que incluso se ganó el favor de antiguos detractores como el Movimiento 5 Estrellas, que nunca le perdonaron su pasado en Goldman Sachs. Así comenzó a gestarse el runrún.

El cartel de Draghi, discípulo del economista Federico Caffè, se pasea inmaculado en todas las esferas romanas. También al otro lado del Tíber, donde el papa Francisco lo recibió la semana pasada y lo nombró miembro de su Academia de las Ciencias Sociales. Una persona que le conoce y trata con él habitualmente, sin embargo, asegura que no tiene ninguna intención de ser primer ministro. “Draghi entiende la política, pero no razona con esa lógica. No cambia de opinión fácilmente sobre las cosas y él nunca ha estado interesado en ser primer ministro. Solo hace las cosas si cree que podrá dejar huella. Hay una gran entrega al servicio civil, pero también algo de vanidad de un hombre acostumbrado a llevar las situaciones donde ha querido. El whatever it takes no fue un compromiso, fue una operación de poder donde tuvo una intuición y la llevó hasta el fondo imponiendo su visión. Tendría más posibilidades de ser presidente de la República”.

La jefatura del Estado se renovará en 2022 y ese sería un encargo a todas luces más propio para el carácter discreto y el mérito del banquero. Pero la situación a la vuelta del verano podría precipitar algunas cosas. Y no sería la primera vez que un primer ministro ocupa ese cargo y luego pasa a la presidencia de la República. Carlo Azeglio Ciampi, que también fue gobernador del Banco de Italia, fue uno de los que siguió ese camino. Pero con cinco años de pausa entre un encargo y otro.

El politólogo y ensayista Giovanni Orsina cree que todo dependerá de la gravedad de la situación. “El problema es entender lo fuerte que será el golpe. Si el PIB está por debajo del 11%, el paro se dispara, las empresas se encuentran desesperadas, el dinero europeo no llega y tienes un país con la deuda pública que se va hacia el 160% del PIB... Draghi no tiene ganas de hacerlo, no es tonto. Pero si tu país está hecho pedazos y te llama el presidente de la República, ¿qué haces? Depende de lo que suceda en septiembre y octubre”. Y del contexto parlamentario.

El apoyo debería ser total en el Senado y la Cámara de Diputados, algo complicado. El presidente de la República, Sergio Mattarella, ya ha advertido de que, en caso de crisis de Gobierno, no permitirá remodelaciones extrañas. Se vota o se busca un Ejecutivo de concentración. Y es ahí donde la mayoría de partidos querría que entrase Draghi.

El primero en proponerlo fue Matteo Renzi. Se sumó la mano derecha de Matteo Salvini, Giancarlo Giorgietti y, tras reunirse con él, lo hizo el grillino Luigi Di Maio con algunos matices. Forza Italia vería también con buenos ojos su llegada. “Es el exponente político más conocido, más competente y con más experiencia para una situación así que hay en Italia”, apunta el diputado Renato Brunetta. El único problema es la voluntad del propio Draghi.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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