La izquierda francesa busca un salvavidas en la protesta por las pensiones
La movilización actual contrasta con la de los chalecos amarillos, sin ideología, programa ni líder
La izquierda francesa, debilitada desde la victoria de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales de 2017, vuelve a la escena. Las protestas contra la reforma de las pensiones, proyecto central de Macron, unen a la heterogénea sopa de letras que va del institucional Partido Socialista hasta el populismo de La Francia Insumisa. En parte por convicción ideológica y en parte por oportunismo, sus líderes se han subido al carro de las manifestaciones y huelgas. El conflicto social de este diciembre contrasta con la revuelta sin ideología, sin caras visibles y sin programa de los chalecos amarillos de hace un año.
La situación de la izquierda francesa roza la desesperación. En las elecciones europeas del pasado mayo, el Partido Socialista (PS), que hace tres años aún ocupaba la presidencia de Francia, la jefatura del Gobierno y dominaba la Asamblea Nacional, obtuvo un 6,2% de votos. La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon, que tras la victoria en las presidenciales de Macron creyó erigirse en su principal alternativa, alcanzó un 6,3% A la lista de Benoît Hamon, candidato del PS en las presidenciales del 2017, todavía le fue peor: un 3,3%. El consuelo fue el notable resultado de Europa Ecología Los Verdes, que quedaron terceros con un 13,5%.
La revuelta de los chalecos amarillos, unos meses antes, había certificado la desorientación de este campo ideológico decisivo en la Francia moderna. El movimiento surgió sin que la izquierda lo hubiese visto venir. Dejó desconcertados a todos, incluidos a los sindicatos, que observaban con estupor una nueva forma de movilización social que rompía su disciplina y sus métodos. Los esfuerzos de Mélenchon por sumarse fueron infructuosos. Los chalecos amarillos carecían de ideología, o esta era difusa y transversal, con ingredientes de la extrema izquierda y de la extrema derecha: una genuina expresión populista del hartazgo contra las élites.
Ni en las urnas ni en la calle la izquierda lograba hacerse escuchar. Hasta el 5 de diciembre pasado, la primera jornada de huelgas y manifestaciones nacionales —ya van tres, mientras la huelga en los transportes está a punto de cumplir las tres semanas— contra la reforma de las pensiones.
Que ese día estuviese en la calle Mélenchon y la izquierda radical, no tiene nada de anómalo. La novedad era la presencia del PS, el partido del expresidente François Hollande, mentor de Macron, y el que puso en marcha algunas de las reformas que el actual presidente ha desarrollado.
Olivier Faure, jefe del PS, pide retirar la reforma, una posición que le sitúa más allá del sindicato tradicionalmente cercano su partido, la reformista CFDT. “Es hora de empezar de cero, de abrir una verdadera negociación en la que se comparen las soluciones que permitan nuevos derechos sin que haya regresiones”, ha declarado Faure al diario Libération.
Al frente antirreforma se ha sumado incluso Ségolène Royal, candidata del PS a la presidencia en 2007, exministra de Medio Ambiente y actual embajadora de Macron a los polos Norte y Sur, un cargo casi representativo que, nominalmente, sigue ocupando.
Los politólogos Jérôme Fourquet y Sylvain Manternach, autores de L’archipel français (El archipiélago francés), hablan en el diario Le Figaro del “despertar de la Francia de izquierdas”. Estudiando el mapa de las manifestaciones del 5 de diciembre, que congregaron a más de 800.000 personas en toda Francia, detectan una mayor movilización en el suroeste del país que en los feudos de Marie Le Pen en el norte y la costa mediterránea. Y sobre todo en ciudades donde, en 2017, Mélenchon y Hamon obtuvieron buenos resultados o con una presencia nutrida de funcionarios y con servicios públicos.
Las pensiones ofrecen a la dividida izquierda francesa una causa común y poderosa: la defensa del Estado del bienestar ante un presidente supuestamente neoliberal. Que sea suficiente para unirla, o que surja un líder capaz de encarnar este campo aniquilado por Macron en 2017, es otra cosa.
Faure —y el mismo Hollande-— sueñan con una nueva plataforma política que agrupe a socialdemócratas, ecologistas y votantes de centroizquierda desencantados de Macron. Pero la posibilidad de unirse con LFI de Mélenchon parece remota. Sus posiciones euroescépticas y soberanistas, su histrionismo antisistema y sus guiños al electorado de Le Pen, la líder de la extrema derecha, complican la unión.
De los ‘chalecos amarillos’ a los sindicatos
Aunque hay chalecos amarillos en las manifestaciones sindicales, no está claro que vaya a producirse la llamada "convergencia o coagulación": una suma de todos los descontentos. El tipo de manifestante no es exactamente el mismo: trabajadores precarios entonces; empleados del sector público ahora. Ni el día de las protesta: el sábado hace un año; días laborales ahora. Ni la manera: caótica y violenta en el caso de los chalecos amarillos; pacífica ahora. Ni la geografía: según un sondeo del instituto Ifop, se sienten afectados por las huelgas un 9% de franceses en municipios rurales, un 27% en provincias y un 60% en el área de París.
Los chalecos amarillos eran habitantes de ciudades pequeñas que, ante la falta de transporte público, necesitaban el coche. Ahora es la Francia del transporte público la que hace huelga. Y esto obliga a usar el coche (o la bici o el patinete, o ir a pie). “Es una inversión de los chalecos amarillos. Hace un año el problema eran los automóviles, ahora son la solución”, dice el politólogo Jérôme Jaffré. “No creo que haya una coagulación de las luchas".
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